(Artículo cedido por su autor y publicado originalmente en su blog, Cartas en el olvido)
Lo primero, sin duda, es recomendar esta película. En Los intocables de Eliot Ness se conjugan un gran director, un gran guionista y unas grandes interpretaciones, de unos actores que, en el año 1987, aún eran jóvenes.
De toda la película, hay una escena en concreto que fue la que más me dio que pensar. La que pretendo comentar brevemente. Eliot Ness (Kevin Costner) es un ambicioso y recién casado agente federal que quiere meter a Al Capone -ese gran mafioso y traficante de alcohol- en la cárcel. La primera vez que lo intenta, sin embargo, fracasa.
El bueno de Eliot Ness, con quien el espectador congenia desde el primer minuto, no se rinde, a pesar de todo. Al llegar al despacho, alguien ha colgado en su puerta el titular de los diarios: «La brigada de Ness hace el ridículo», o algo similar. Ness sabe que todas las miradas del despacho están puestas en él. Coge el papel y lo cuelga en el corcho de su despacho, vacío hasta el momento. Después se gira, lentamente, y sus ojos devuelven el desafío a todo el que dudaba de él en aquel lugar. Una maravilla.
Ahí está el asunto. ¿Qué hacer con los fracasos –los no mortales, claro está-? Llenan nuestras vidas. Cada día. Uno puede no darse cuenta; o no aceptarlos: no reconocerlos. Pienso que es bueno avergonzarse de ellos, pero sin perder los papeles. Se trata de aprovechar los errores como un trampolín: uno baja para luego subir.
Es una actitud y una técnica.
Actitud porque se necesita ánimo y virtud para no quedarse en el fracaso. Técnica porque, como mínimo, es conveniente pararse, examinarse, aconsejarse, tal vez, y tomar alguna decisión. Y eso hay quien lo lleva en sus genes, pero también se puede aprender. Otro campo en que podemos educarnos y educar.
Y, con la práctica y los errores, llegan las victorias.
También en la película. Y se repite la escena, a la inversa. Esta vez, es un ayudante de Eliot Ness quien cuelga un titular excelente en el corcho.