Hace dos años vio la luz una sorprendente noticia: Doris Day se enteraba, a través de una investigación de la Associated Press, de que cumplía 95 años y no 93, como decía haber creído siempre de acuerdo con su asumida fecha de nacimiento en 1924. De primeras, resulta difícil de creer, ¿quién sabe si verdadera, si dicha para echar una mano a esos departamentos de publicidad tan propensos a rejuvenecer a sus estrellas, particularmente las femeninas? Pero pronto y en un brindis con todo aquello que la protagonista de la misma representa, poniendo una mirada benévola en homenaje a esos ojos siempre ingenuos y chispeantes, la parte crédula y emotiva de uno lo empuja a considerarla cierta. Un voto de confianza, que se lo merece.
Hoy la noticia es otra: Doris Day, la estrella todoterreno, coqueta y risueña que tan bien ha personificado una suerte de ideal en la gran pantalla, ha fallecido en la localidad californiana de Carmel a los 97 años de edad. El cine llora la pérdida de uno de sus más relucientes exponentes que, si bien es mayoritariamente recordada por sus comedias almibaradas de los 50 y los 60, atesora una vasta trayectoria muy variopinta y rebosante de talento.
Doris Day nació en Evanston, un suburbio de Cincinnati, con el nombre de Doris Mary Ann Kappelhoff, hija de un matrimonio católico de origen germánico, el 3 de abril de 1922. La rama artística le venía de familia, pues su madre era una entusiasta del teatro y el cine y su padre, músico profesional. Desde muy pequeña se sintió inclinada hacia la danza, donde destacó hasta el punto de alzarse con un premio de 500 dólares en un concurso junto a su compañero de baile Jerry Doherty. Con el billete hacia el estrellato rumbo a Hollywood en mano, allá por 1939, un accidente de coche sufrido por ambos malogró ese primer intento debido a la fractura de una pierna. Pasó varios meses postrada en la cama y, casi sin creerse la recuperación, una nueva fractura afectó la misma extremidad. Frustrada en su vocación de bailarina, encontró un reducto en la canción.
Gracias a sus bondades vocales, pronto encontró trabajo en clubes y orquestas, primero en Cincinnati y después en Nueva York y California, pasando por dos matrimonios, un hijo y más dificultades de las esperadas. Ante un futuro incierto en el ámbito personal –su carrera discográfica mantenía un formidable rumbo–, la perseverancia la llevó a probar suerte en el cine, debutando en este medio con la película “Romance en alta mar” (1948). Pronto pasó a ser la presencia más recurrente del recuperado género musical para los estudios Warner, si bien aquellas películas no alcanzaron altas cotas.
“El trompetista” (1950) con Kirk Douglas y Lauren Bacall, “Aviso de tormenta” (1951) con su admirada Ginger Rogers, “Abril en París” (1952) con Ray Bolger, “Calamity Jane” (1953) con Howard Keel, “Siempre tú y yo” (1954) con Frank Sinatra, “Ámame o déjame” (1955) con James Cagney… La escalada al estrellato iba viento en popa y ya nadie podía negar su estatus de figura querida y taquillera. Alfred Hitchcock la unió con James Stewart en “El hombre que sabía demasiado” (1956). Lejos de ser el tipo de rubia frecuentado por el director inglés, de aquí sacó una de sus más conocidas actuaciones dramáticas, además de interpretar una canción que detestaba y que, paradojas de la vida, se alzó con el Oscar: “¿Qué será, será?”.
Este período previo a su colaboración con el mago del suspense parece olvidado por el gran público, porque desde entonces a esta parte apenas ha existido difusión, como si se quisiera sepultar aquel legado bajo la pesada losa del tiempo. Groucho Marx bromeaba acerca de su longevidad con una famosa frase: “Soy tan viejo que conozco a Doris Day desde antes de ser virgen.”.
Y esa etapa virginal le llegó a finales de la década de los 50, gracias a la incursión en un ramillete de comedias amables, ingenuas y edulcoradas con las que afianzó su imagen de mujer ideal. Aunque muchos galanes compartieron cartel con ella –desde Clark Gable a David Niven, pasando por Cary Grant, James Garner y Rod Taylor–, sería Rock Hudson su compañero ideal en tres títulos deliciosos: “Confidencias de medianoche” (1959), “Pijama para dos” (1961) y “No me mandes flores” (1964). Desde entonces ambos nombres han sido fuertemente entrelazados, gracias a la huella que la química entre ellos dejó en los espectadores. Con la primera de las tres –por la que obtuvo su única nominación al Oscar– Doris encabezaría la lista de intérpretes más taquilleros de Hollywood, puesto ocupado por varones desde 1943.
A excepción de la cinta de suspense “Un grito en la niebla” (1962), que protagonizó al lado de Rex Harrison, toda su filmografía posterior discurrió por la senda de la comedia: “Su pequeña aventura” (1963), “Apártate, cariño” (1963), “Capricho” (1967), “Desafío en el rancho” (1967), “Anoche cuando se apagó la luz” (1968) o “El novio de mamá” (1968), su última aparición en la gran pantalla. No obstante, los gustos cambiaban, los años pasaban y la respuesta del público dejó de ser la misma.
Tras el retiro forzoso a que la abocó un cine carente de papeles para ella, la televisión fue un pequeño reducto gracias al popular programa que encabezó: “The Doris Day Show” (1968–1973). No volvió a ejercer de actriz, llegando a rechazar el papel de Jessica Fletcher en la serie “Se ha escrito un crimen”, en beneficio de Angela Lansbury. Desde entonces, muy pocas han sido sus apariciones públicas: llevaba una vida tranquila en su rancho de Carmel, volcada en su proyecto ‘Doris Day Animal League’, fundada en 1978 para el fomento de los animales de compañía.
A juzgar por la dramática autobiografía que publicó en 1975, es probable que más de una vez hubiera deseado una vida parecida a aquellas alegres comedias: el divorcio de sus padres, cuatro matrimonios infelices, estafada por su tercer marido y representante del que enviudó… Está visto que el mundo no fue de color de rosa para esta actriz de aclamado éxito en el cine y en la música, quien, tras la eterna sonrisa en su cara pecosa, ocultaba con profesionalidad los azotes de su existencia. Otra razón más para aplaudir con agradecimiento a esta gran figura de la fábrica de sueños.