Solo un genio puede hacer de lo cotidiano una obra de arte. El director Alexander Payne lo consiguió en A propósito de Schmidt, una película protagonizada por Jack Nicholson que parte de la realidad sin efectos pirotécnicos y que logra interpelar más allá del propio guion de la cinta.
Nicholson interpreta a Warren Schmidt, un hombre que se acaba de jubilar y se siente completamente desorientado. Además, no puede soportar la idea de que su única hija (Hope Davis) se case con un necio. Por si esto fuera poco, su mujer muere repentinamente. Tratando de darle algún sentido a su vida, decide emprender un viaje en busca de sus raíces. Después de cruzar el estado de Nebraska en caravana, llega a Denver, la ciudad donde vive su hija.
Schmidt atraviesa una experiencia vital que repiten millones de americanos, de occidentales y de personas allí donde la cultura del triunfo profesional se oferte a cambio de casi todo. Se plantea como una carrera existencial que, con suerte, terminará en la jubilación.
“Cultura Ikea”
Repasar A propósito de Schmidt imprime algo de vértigo. Tan solo dos décadas después de su estreno, el drama planteado por Payne es ahora aún más agudo, pues las grandes corporaciones han decidido que a partir de los cincuenta es mejor sustituir a sus empleados por jóvenes más «capacitados» y dispuestos a tomar el relevo a cambio de un salario inferior y unos valores más «empresariales». Es la “cultura Ikea” llevada a lo humano.
Los gurús del mercado nos dirán que así son las normas para que la economía fluya en bien de todos. Cada vez damos por supuesto que existen reglas marcadas por órganos internacionales, «supra humanos», que no pueden ser discutidas, ocultando así intereses de quienes manejan el mercado, ya sean multinacionales o el gobierno chino.
Esta es la realidad que planteó John Steinbeck en Las uvas de la ira: los colonos debían abandonar sus tierras poco productivas en favor de la corporación o el banco, según afirmaban sus representantes, aludiendo a dichos entes como órganos vivos con decisión propia. En nuestro paisaje español podremos encontrar generaciones que han volcado su vida y su talento a empresas que a cambio de todo, ofrecen -¡si estás de suerte!- una prejubilación que permita salvar los muebles.
En la piel de Warren Schmidt
Muchos de ellos, un día -cada vez más pronto que tarde- se encuentran en la piel de Warren Schmidt: desubicados, y encontrándose con que su reconocimiento a la labor de años intensos finalizará en algún acto con discursos y quizás un regalo. En la película, es brillante la escena en la que Schmidt abandona su propio homenaje de despedida para tomar una copa en soledad. Un acto más del personaje de Nicholson huyendo de todo lo que suena a ficticio, y que nos gusta porque a veces quisiéramos tener su sarcasmo ante lo que huele a hipocresía.
Schmidt decide emprender un camino de vuelta a sus raíces, quizás a su infancia, para ver qué puede recuperar… ¡porque se ha dejado robar la vida por un sueño de triunfos! La sencillez del guion de A propósito de Schmidt da el tono que requiere el argumento, pues en la vida real no nos van a ocurrir cosas extraordinarias.
En ese camino hacia el pasado existe un lugar también para el perdón cuando Warren después de dormir a la intemperie en el techo de la caravana habla con su esposa ya fallecida para perdonarla por una infidelidad que ocurrió hace años, y el propio Schmidt confiesa que el tampoco ha sido el marido perfecto. Quizás la segunda parte de la película pierde consistencia, pero Nicholson ya ha conseguido que nos adentremos en su piel, y que su interrogante sea el nuestro.
En una noche de soledad, Schmidt decide apadrinar a un niño africano, porque necesita -sin saberlo- sentirse útil. A la vez, necesita a alguien con quien poder comunicarse en un momento en que su identidad está en crisis. “Querido Ndugu…”, así comienzan sus cartas a ese niño, al que Payne utiliza como recurso para que Schmidt nos transmita sus más hondos sentimientos.
Las preguntas que plantea el filme son tan auténticas como ciertas: ¿qué vamos a hacer con nuestra vida cuando nos jubilemos? ¿Cuál es el papel del jubilado en una sociedad donde el hombre ha hecho de su identidad los valores que cotizan? El valor de producir, adquirir una remuneración significativa y una posición social más o menos importante.
La respuesta a Schmidt no la encontraremos al final del camino si no nos engañamos desde su inicio. El trabajo es un medio para alcanzar objetivos superiores, no un camino para otorgarnos una identidad social.
Muchas éticas empresariales son “éticas de postureo”, casi todas inventadas y reinventadas en Norteamérica, y exportadas a Europa, en ocasiones con décadas de retraso. Éticas o códigos de cultura institucional, con el fin de vender ad intra o ad extra, que compramos o producimos para una marca con “valores”.
En definitiva, el caso de Schmidt puede ser un foco para quien no quiera verse algún día al lado de una mujer que se le hace extraña, o de una hija que solo pone distancia ante un padre que intenta aferrarse a ella para sentirse querido.
¡¡¡¡Espléndido artículo!!!! lo repito, espléndido. Me ha encantado como has captado y reflejado el tema antropológico de la jubilación, y tu exquisito modo de escribir, así como la categoría que manifiestas al desarrollar los aspectos cinematográficos.