¿Dónde queda el amor?
Atrás queda un siglo XX sangriento y violento en el que tuvo lugar las mayores atrocidades cometidas por el hombre, y su recuerdo aún sigue vivo en la historia reciente. Si bien el cine ha interpretado hasta la saciedad incontables historias sobre el Nazismo, el Holocausto alemán y los horrores de la Segunda Guerra Mundial, hay otra parte de la historia que parece trasladada a un segundo plano: el emerger del Comunismo y la Revolución Rusa.
Basada en la novela de Dale Eisler e inspirada en hechos reales, Anton, su amigo y la Revolución Rusa es la última película del director georgiano Zaza Urushadze, conocido por su nominada al Oscar Mandarinas en 2013. Eisler, al igual que Urushadze, buscan transmitir una historia jamás contada, que tiene lugar en Ucrania, al finalizar la Primera Guerra Mundial. En este escenario se ambienta la historia de Anton y Yasha, dos niños, uno cristiano y otro judío, cuya amistad vive en sus propias carnes el Terror Rojo y la represión bolchevique a la que estuvo sometida el pueblo ucraniano.
La película sigue un ritmo lento, sin grandes momentos de acción, pero funciona muy bien, pues simula la calma antes de la tormenta, la incertidumbre del pueblo ante los bolcheviques y el miedo a la muerte que traen consigo.
La historia se narra a través de los ojos de los niños, por lo que el tono adoptado es amable e inocente, parecido al que se da en La vida es bella. Anton y Yasha son dos niños cuya amistad se forja ajena a lo que ocurre en la realidad: unos revolucionarios bolcheviques que ven a Ucrania como ‘el granero de Rusia’, y explotan a las familias del pueblo, con una especial fijación hacia los alemanes. La película narra con mucha naturalidad cuáles son las ideas defendidas por el comunismo, el control total sobre los ciudadanos, que todos sean iguales en cultura, alimento y vivienda, y el ser humano como un engranaje de la historia, privado de sentimientos.
Urashadze acierta al combinar las decisiones técnicas y narrativas en esta historia, con una excelente dirección artística y una cuidada fotografía en la que priman los planos estáticos y sencillos. Todo ello acompañado de una banda sonora que consigue con éxito sumergir al espectador en la historia y en el drama que la rodea. También resultan interesantes la presencia de personajes como Johan, el hermano mayor de Anton, que representa la juventud impulsiva dispuesta a luchar por sus ideas y por su pueblo; o la madre, que encarna a la madre de todos los caídos, a todas las viudas que dejó la guerra.
Lo más destacable de la película es sin duda el fondo humanista, una llamada la inocencia y al candor con el que viven los niños, en un mundo demasiado cruel que parece haberse olvidado del amor y se ha visto seducido por el odio entre los hombres. Aquí nace la amistad de Anton y Yasha, que se salta las barreras de sus religiones y sobrevive a los terrores de la guerra; el constante mensaje de que la amistad y el amor están por encima del odio y el terror; y el mirar el mundo con los ojos de un niño. Porque, en un mundo donde no hay lugar para las emociones, ¿dónde queda el amor?