El remake en acción real de Aladdín que Disney estrenó en 2019 es muchas cosas: una revisión innecesaria para los fans de la obra clásica, un vehículo para apreciar el carisma natural de Will Smith, una ligera aventurilla musical para toda la familia… y también una película con la que podemos trabajar el valor de la sinceridad, sobre todo con los más pequeños.
Antes que nada, la premisa: inspirada en un cuento de hadas de Las mil y una noches, Aladdín sigue las peripecias de un ladronzuelo de buen corazón que vive en la ciudad de Agrabah junto a su mascota, un travieso mono llamado Abu. Su vida da un vuelco cuando conoce por casualidad a la princesa Jasmine, hija del sultán, y a Jafar, el malvado gran visir que sueña con usurpar el trono.
Este siniestro personaje lleva a Aladdín a la Cueva de las Maravillas, un rincón secreto del desierto lleno de tesoros, donde el protagonista encuentra una alfombra voladora y -el ingrediente clave de la historia- una lámpara mágica en la que vive un genio omnipotente. Al liberarle de su prisión, Aladdín se tranforma en el maestro de dicho genio, quien pasa a deberle tres deseos.
La historia continúa, pero a nosotros nos interesa este planteamiento, y el triángulo que forman los personajes de Aladdín, Jafar y el Genio. De un modo u otro, los tres se sienten encerrados en sus vidas: literalmente en el caso del Genio, mientras que los otros dos perciben que no están en el lugar que “merecen”. Que necesitan más estatus, más riqueza y más poder.
En esta versión de la historia, además, Aladdín y Jafar se nos presentan como las dos caras de una misma moneda: ambos tienen el mismo origen -ladrones callejeros-, y ambos tienen la oportunidad de tomar una decisión sobre su destino, gracias al poder mágico del Genio, y aquí entra en cuestión los valores de la sinceridad y la humildad.
Aunque Aladdín comienza queriendo engañar a los demás, vistiéndose de príncipe opulento, finalmente llega a la conclusión correcta, y llega a aceptarse tal y como es. Jafar, no obstante, es el reflejo de qué le pasaría al protagonista si se hubiera dejado llevar por la mentira y el orgullo: el Gran Visir termina autodestruyéndose, consumido y encerrado -esta vez literalmente- en una cárcel mucho peor que aquella en la que sentía que estaba.
En este camino de Aladdín hacia la sinceridad, juega un rol fundamental la amistad verdadera que traba el Genio. Amistad verdadera porque el motor de la misma no es el interés, sino la preocupación genuina y desinteresada por el bien del otro. Sabemos que es desinteresada porque este amor fraterno implica sacrificios para ambos: el Genio rompe las reglas al realizar un segundo deseo por el bien de su amigo, mientras que Aladdín “malgasta” su tercer deseo para liberar al Genio, en el momento en que tenía frente a sí la opción de lanzarse de cabeza por la ruta de Jafar.
Humildad, sinceridad y amistad son los pilares morales de una película que -necesaria o no- nos permite abordar virtudes en familia a la vez que pasamos un buen rato. Disfrutar y reflexionar, entendiendo por qué el Genio le dice a Aladdín que “no hay suficiente oro o poder en el mundo” que hagan que valga la pena el camino de Jafar.