Ambientada en una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda, “Almas en pena de Inisherin” cuenta la historia de dos amigos de toda la vida, Pádraic y Colm, quienes se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de un modo abrupto.
Cuando termino de ver la película, me doy cuenta de que el café se ha quedado frío, como las preguntas. No encuentro filósofos que me ayuden a comprender las consecuencias de una guerra entre hermanos y vago durante días en la melancolía.
Entonces aparece Irene, mi amiga. Irene no es filósofa, al menos que ella sepa, pero a mí, a veces, me parece estar escuchando a la mismísima Diotima de Mantinea cuando se enuncia. Irene me dice que una amistad rota es, en ocasiones, como una guerra civil. Repentina, confusa e irreversible.
Yo solo busco la explicación a tanta tristeza recomponiendo la cronología, pero ella es sabia, y sabe que los motivos dejan de importar cuando algo se quiebra entre dos almas. Cuando hablo con ella, siento que la filosofía no ha muerto, solo preferimos la ceguera.
El título original es The Banshees of Inisherin.
Ambas hablamos de las Banshees, que, según la mitología celta, son hadas mensajeras de la muerte y en su forma más metafórica traen consigo el presagio de la desgracia. Ambas hablamos de ellas y de cómo impregnan de augurios toda la isla, como un velo de triste redención que los condena a todos a ser unos desgraciados.
Nadie es feliz en Inisherin.
El amor de dos amigos se puede volver mezquino, -me dice mi filósofa- te puedes enquistar en ese sentimiento y cruzar la línea, o, quizá, no darte cuenta de por qué todo estalló por los aires. Dice que todo es parte de la culminación de un conflicto; de una lucha cuya causa capital, quedará en el olvido y de la cual sólo quedará el odio como resquicio inexplicable.
Me transporto a aquella isla y le confieso a mi querida Diotima que yo también soy un alma en pena, como Pádraic. Que, entre mis argumentos y metáforas, solo hay aflicción. Que mi historia también arrastra el último recuerdo de una amistad que se perdió con una guerra y que, al igual que con nuestros protagonistas, a él lo dejó sangrando y a mí despidiendo a mi inocencia entre acordes de Queen.
“La desidia se lo lleva todo”, concluye Irene. Y, de repente, lo comprendo. No hay un porqué, a veces, sencillamente ocurre. Es entonces cuando uno decide si quiere quedarse vagando en esa melancolía o, sencillamente, trascender y dejar la guerra atrás.
Termino mi viaje por Inisherin dejando atrás mi abrigo de Banshee y recordando que esta película también me ha enseñado que ya no es tiempo de conflicto entre hermanos, sino de escuchar a los filósofos.
Irene me recuerda, de alguna forma, que el café frío también está bueno y que, con el tiempo, tú eliges de qué historia quieres formar parte.
Nadie es feliz en Inisherin, pero ahora, con buena compañía, incluso la melancolía parece sonreír tímidamente.
Quién sabe, querido compañero, si nos quedará alguna ofrenda de paz en otra isla, donde las contiendas se disuelvan en un brindis y elijamos ser sencillamente dos almas sin pena que caminan juntas, sin esperar nada más.