La ‘Lollo’ fue una belleza opulenta e inteligente y uno de los primeros exponentes del aperturismo del cine italiano al mundo en los inmediatos años de la posguerra. Destacaba por su vivaz frescura, popular y campesina, con la que se hizo enormemente conocida en Europa y América. Durante sus años de vigencia labró una imagen cinematográfica que trascendía sus atributos físicos.
Nació como Luigia Lollobrigida el 4 de julio de 1927 en Subiaco, localidad cercana a Roma, en una familia pobre, hecho que forjó su carácter luchador. Su padre era carpintero y su madre, ama de casa. En los momentos más duros, ellos y sus cuatro hijas llegaron a compartir habitación. La muchacha pretendía convertirse en cantante lírica y el cine, en principio, era un medio de poder sufragarse las clases de canto. Vivían tiempos de penuria por los estragos de la guerra y aquellos papelitos, por intrascendentes que fueran –al igual que las películas a las que pertenecían–, eran un medio difícil de rechazar. Llegó a convertirse en una cara habitual en los “fotorromances”, tan populares en la época, con el nombre artístico de Diana Loris.
En 1947 participó en el certamen de Miss Italia, quedando en tercer lugar, por detrás de Lucia Bosè y Gianna Maria Canale, a la larga también dedicadas al cine. Aunque al jurado no cabe reprocharle su buen gusto, a Gina le enfadó no alzarse con la corona. Con el tiempo pudo resarcirse desde la gran pantalla, pues las carreras de sus rivales no alcanzarían la relevancia de la suya. Pronto su exuberancia la convirtió, tal vez, en la primera ‘maggiorata’ de la cantera italiana, gran referente de este particular canon de belleza explotado desde los inicios de los años cincuenta, basado en la voluptuosidad femenina.
Al tiempo que trabajaba en Cinecittà, su marido, el doctor Milko Skofic, quiso potenciar la carrera de Gina sacando partido de su fotogenia, llegando sus imágenes a ser mucho más famosas que sus trabajos en el cine. Puede decirse que saltó a las portadas gracias a una belleza sin reseñable recorrido profesional. La primera piedra estaba puesta. El magnate Howard Hughes puso sus ojos en ella y, siguiendo su costumbre, le ofreció un contrato con segundas, que incluía el divorcio y posterior enlace con el mujeriego millonario. Esto nunca se produciría. Por esas fechas, comenzó a despuntar en el cine de diversas nacionalidades, como el francés –“Fanfán el invencible” (1952), de Christian-Jaque, que ella consideraba su “puesta de largo” como actriz, o “Notre-Dame de París” (1956), de Jean Delannoy, donde sería la Esmeralda del Quasimodo encarnado por Anthony Quinn–, el italiano –con la comedia de Dino Risi “Pan, amor y fantasía” (1953) afianzaría su imagen de campesina decidida y temperamental, primero de muchos papeles en esa línea como coronación del llamado “neorrealismo rosa”– e incluso el norteamericano (todavía en suelo extranjero) –“La burla del diablo” (1953), de John Huston, junto a Humphrey Bogart; “Trapecio” (1956), de Carol Reed, al lado de Burt Lancaster y Tony Curtis; “Cuando hierve la sangre” (1959), de John Sturges, con Frank Sinatra y Steve McQueen…–, antes de dar el salto definitivo a Hollywood. Cuando rodaba en España “Salomón y la reina de Saba” (1959), el protagonista, Tyrone Power, murió delante del equipo, lo que para Gina fue una experiencia traumática. Lo sustituyó Yul Brynner. La película solamente es recordada ya por aquella triste anécdota y por los imposibles atuendos de la actriz, aprovechando la laxitud de la censura con los títulos de corte histórico.
Ya en suelo estadounidense, realizó varias comedias, género con el que era principalmente asociada. Rodó dos junto a Rock Hudson, “Cuando llegue septiembre” (1961) y “Habitación para dos” (1964) –mejor la primera que la segunda–, una con Alec Guinness –“Hotel Paradiso” (1967)– y la más conocida de ellas, “Buona sera, sra. Campbell” (1968), acaso también la última importante de su etapa hollywoodense. También se dejó ver al lado de Sean Connery en “La mujer de paja” (1964), película de suspense con asesinato y conflicto amoroso incluidos, y varios dramas de escasa proyección. Pero nunca llegó a ser una verdadera ‘prima donna’, ya fuera por el sobre todo por el encorsetamiento de su origen o porque puesto semejante y superior en belleza y simpatía lo ostentaba Sophia Loren, histórica rival de la ‘Lollo’. En los años noventa, incluso se habló de la posibilidad remota de juntar a ambas divas en una película, proyecto que nunca llegó a realizarse. Sea como fuere, la Loren le dedicó un cariñoso mensaje al día siguiente de su fallecimiento en estos términos: “Querida Gina, tu cuerpo se ha extinguido pero la luz de tu estrella seguirá brillando sobre nosotros y en nuestros corazones, para siempre. ¡Te quiero, Gina!”. Sincera o no –nunca lo sabremos–, sin duda se trata de una muestra de elegancia para zanjar de una vez por todas más de sesenta años de antagonismo. Y por ser así, pensemos que la sinceridad en efecto ha existido.
Su presencia en las pantallas iba tocando a su fin, salvo por algunos retornos ocasionales. La interpretación del Hada en la versión televisiva de “La leyenda de Pinocho” (1972), de Luigi Comencini, sería la última reseñable de su trayectoria. Años después, también se dejaría ver en cuatro episodios de la conocida serie “Falcon Crest”, el folletín lujoso por excelencia de la televisión en los años ochenta. Y poco más. Atrás quedaban decenas de películas en las que compartió pantalla con, entre los nombres no mencionados ya, Vittorio De Sica, Errol Flynn, Marcello Mastroianni, Jean-Paul Belmondo, Telly Savalas, Peter Lawford, James Mason, Bob Hope y bastantes más, algo al alcance de muy pocas. Se dedicó después a otras disciplinas artísticas, como la fotografía y la escultura y, a pesar del celo con el que siempre preservó su vida privada, el ritmo de sus apariciones públicas era constante. El año pasado, sin ir más lejos, quiso entrar en política.
Esta belleza indómita de la gran pantalla falleció en Roma, la ciudad donde residía, a los 95 años, el pasado 16 de enero. “La Bersagliera nos ha dejado“, decía el comunicado de la familia, en alusión a su personaje en “Pan, amor y fantasía”. El mundo despide así a una de las pocas representantes que quedaban de aquel tiempo y aquel cine a ambos lados del Atlántico, una mujer que llegó al medio por accidente y acabó por convertirse en un mito.