Del Libro de la vida de santa Teresa de Jesús a La lengua en pedazos de Juan Mayorga y a Teresa de Paula Ortiz.
El Libro de la Vida es el primero de los libros que Teresa escribió, cuando ya contaba 50 años de edad, es decir, desde la atalaya de su madurez, con una mirada retrospectiva sobre todo lo vivido, con particular atención a sus experiencias místicas. Se conoce como la ‘autobiografía’ de santa Teresa, pero, en realidad, la autora no lo escribió como una autobiografía propiamente dicha (de hecho, el contenido autobiográfico es muy parcial), sino como el relato de su propia historia de salvación, como una forma de sumergirse en sus propias vivencias para analizarlas en toda su hondura y comprenderlas en el marco del designio de Dios.
La obra de Juan Mayorga La lengua en pedazos se basa en el Libro de la Vida de santa Teresa y toma su nombre de una frase del mismo: «Sólo el Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí: la lengua en pedazos de mordida». La expresión aparece cuatro veces más en la obra, una pronunciada por el Inquisidor, dos por Teresa y una última, también en boca de Teresa, como broche final de la historia: «La lengua está en pedazos y es solo el amor el que habla. Pero nadie puede hablar de ello. Es mejor no decir más». Y mientras Teresa corta cebolla, se cierra el telón.
Mayorga pone en escena a una Teresa de Jesús ya madura en diálogo con un antagonista que, en cierto modo, es su alter ego bajo la forma de Inquisidor, en cuya boca pone reflexiones, dudas y sospechas propias y de los demás. Las palabras de ambos interlocutores, con muy pocas excepciones, proceden directamente del Libro de la Vida (con algunas expresiones necesarias para componer el coloquio), por lo cual en la obra se cumple perfectamente el principio de verosimilitud, es decir, el relato tiene apariencia de verdadero, pero no tiene por qué serlo. Por tanto, conviene conocer algunos elementos antes de acercarse a la obra de Mayorga.
Vida es una obra cumbre de la literatura y la espiritualidad del Siglo de Oro español, que trata de las experiencias místicas de Teresa como objeto de discernimiento espiritual. La lengua en pedazos es una obra de una gran belleza literaria y, ciertamente, hila muy bien las palabras de la autora en boca de cada uno de los dos personajes, sin embargo, carece de la hondura espiritual de la obra original. Está inspirada y basada en textos directamente salidos de la pluma de Teresa de Ávila, pero no pretende reflejar la profunda riqueza de su vida interior. Digamos que Vida es una narración introspectiva y La lengua en pedazos se queda más bien en la forma externa.
Esto no reduce en absoluto el valor de La lengua en pedazos. El drama teatral es un divertimento con el personaje de Teresa de Jesús como protagonista y antagonista a la vez (ella misma se analiza y se defiende como Teresa, y se juzga como el Inquisidor). En el personaje simbólico del Inquisidor aparecen también, además de las dudas y las angustias de Teresa, los juicios y descalificaciones del exterior. Ambos interlocutores, la monja y el Inquisidor, hablan con textos originales del Libro de la Vida, pero la auténtica Teresa, mística y maestra de espirituales, no está en la obra. La lengua en pedazos está basada en un personaje religioso, al que el autor trata con sumo respeto, pero no es, ni pretende serlo, una obra religiosa y así hay que acogerla y disfrutarla.
La pieza tiene un solo acto sin divisiones y su estructura es circular, termina como empieza, abriendo y cerrando el marco espaciotemporal en el que se desarrolla la acción. Cuando el telón se abre, aparece el Inquisidor cortando cebolla en una cocina. Al final, cuando se cierre el telón, será Teresa quien corte cebolla en el mismo lugar. La historia se desarrolla alrededor de la fundación del monasterio de San José de Ávila, con todas las dificultades, incomprensiones y sinsabores a los que tuvo que hacer frente la fundadora. A través de sus acciones y reacciones, el autor intenta bosquejar un perfil de la monja Teresa de Jesús.
Aunque la obra pivota sobre el episodio de la fundación de S. José, en el diálogo van apareciendo temas de discusión extraídos de párrafos de Vida que parecen apropiados para acercar al espectador la figura de esa mujer extraordinaria, monja, mística y humanista, escritora, obediente y emprendedora. Así se sobrevuelan los orígenes familiares, anécdotas de su infancia y juventud, y algunos episodios como el del cura de Becedas. Hay también referencias a las duras enfermedades que padeció, alusiones a sus visiones y representaciones…
Para su película Teresa, Paula Ortiz se basa en la obra de Mayorga y, a través de ella, o también directamente, en el Libro de la Vida de la santa abulense. Pero su espectáculo estético sensorial gira especialmente alrededor de dos apartados del capítulo 36 (números 7 y 8) en los que la santa se recuerda acosada de dudas y titubeos, y cercada por tantos adversarios: sus superiores, la comunidad de la Encarnación, el pueblo de Ávila… El Inquisidor encarna ahora a un personaje concreto del drama en los recuerdos de Teresa, el mismo demonio: «Me revolvió el demonio una batalla espiritual… Púsome delante si había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra obediencia…, si había sido disparate…, que perdería el alma… Estaba con una congoja como quien está en agonía de muerte».
Todo el pasado, la infancia y la juventud, los acontecimientos relevantes, como la visión del infierno, y las palabras del Inquisidor, que la hieren como un cuchillo de cristal (de los que Paula Ortiz utilizó tan bien en La novia), todo en la película apunta a esa crisis de la santa.
Si Mayorga entregó un diálogo con textos de Teresa, Paula Ortiz juega con la cámara y la luz, unos claroscuros preciosísimos, para ofrecernos un cuadro estético sobrecogedor, lleno de simbolismo. Como las llamas que surgen de los dedos de Teresa y que la envuelven, que son figura de sus palabras, que se sentía quemar con fuego en el alma.
Como sucede con la obra de Mayorga, tampoco Paula Ortiz hace una película religiosa. Pero es profundamente humana, sabe expresar, con la belleza del mejor arte cinematográfico, los sentimientos de amor apasionado herido por las sequedades, el miedo y el arrojo, la obediencia y la capacidad de iniciativa, las dudas y una fe sin fisuras… Todas las contradicciones interiores, paradójicamente complementarias y siempre resueltas en el encuentro de amistad con el Amado.
Con el foco de su cámara, Paula Ortiz no solo habla con respeto del personaje, lo hace con auténtico deleite, con una sensibilidad que solo puede brotar del amor de la cineasta por la monja carmelita Teresa de Jesús.