El teatro, el cine y la televisión supieron aprovechar las capacidades de esta inconmensurable actriz cuyos enormes ojos azules se han cerrado para siempre a los 89 años, después de una dilatada carrera rebosante de reconocimientos.
Para las generaciones más jóvenes, la actriz siempre tendrá un lugar en su corazón por su papel de la profesora Minerva McGonagall en la saga de Harry Potter, pero la trayectoria de Maggie Smith llevaba décadas siendo motivo de elogio por sus innumerables éxitos en diversos medios. Todos los estratos de la profesión y, naturalmente, el público lloran la muerte de una de sus más celebradas representantes. Las condolencias por su deceso han sido cuantiosas y el vacío que deja en el mundo de la actuación es gigantesco. Perteneciente a una estirpe de actrices ya escueta antes de que Cronos y la Parca comenzaran su cada vez más férrea alianza, su frágil estado de salud y su longevidad –que no le impidieron seguir en activo hasta casi el final– han dicho basta.
Margaret Natalie Smith nació en Londres el 28 de diciembre de 1934 y, a muy temprana edad, se trasladó con su familia a Oxford, donde descubrió su pasión por la interpretación y se inició en el estudio de tal disciplina. Con la Oxford University Dramatic Society debutó en el papel de Viola en “Noche de reyes”. Como es obligado, tanto desde el punto de vista teatral como geográfico, la presencia de Shakespeare fue fundamental para su formación clásica. Aquél fue el primero de varios surgidos de su pluma, algunos de los cuales llevó a cabo, tanto en teatro como en cine, en colaboración con Laurence Olivier, un confeso admirador. Aun así, años más tarde declararía que Shakespeare no era lo suyo. El trabajo sobre las tablas, que prefería sobre los demás, la llevó por diversos puntos del globo, incluyendo su salto a Broadway en 1952.
En el cine destacó muy pronto como una gran “robaescenas”. La cámara se fijaba en ella por las grandes muestras de agudeza de los personajes que le tocaron en suerte. De aquellos primeros años en la gran pantalla, cabe destacar “Hotel Internacional” (1963)–su primer éxito en Norteamérica–, “El soñador rebelde” (1965) –iniciada por John Ford y terminada por Jack Cardiff–, “Mujeres en Venecia” (1967) –a las órdenes de Joseph L. Mankiewicz– y “Los mejores años de Miss Brodie” (1969), con la que se alzó con el Oscar a la mejor actriz principal de 1969. También conseguiría la estatuilla, esta vez en la categoría de mejor actriz de reparto, por “California Suite” (1978), de Herbert Ross, donde, en la mejor de las cuatro historias que componen esta comedia, interpretaba, precisamente, a una actriz nominada al premio que no resultaba ganadora. “He ganado dos Oscar y aún no entiendo la interpretación cinematográfica.”. Modestia, sin duda, de quien ha ofrecido en la gran pantalla “Viajes con mi tía” (1972), de George Cukor –donde encandilaba al personaje interpretado por José Luis López Vázquez–, “Un cadáver a los postres” (1976) –parodia detectivesca que nació clásica–, o “Muerte en el Nilo” (1978) y “Muerte bajo el sol” (1982) –basadas en sendas novelas de Agatha Christie–, por citar unos pocos ejemplos de esa etapa.
Queda patente una variedad de registros que ha de ser jaleada por su completitud, destacando unas dotes de comediante indiscutibles. Ese humor rápido, directo, punzante, en consonancia más que contraste con la imagen severa y tantas veces estirada, acorde con un físico propicio y una actitud que gustaba de lo práctico, despojando de pomposidad y falsos artificios a las situaciones sin restar ni poner en cuestión la dignidad y la compostura. Sacó el máximo partido de una delgadez que no dudaba en llevar a la parodia, casi convirtiéndose, con sus movimientos, en un garboso esqueleto de sangre azul (o de tuétano índigo, valga la metáfora). Si se trataba de dar con el punto justo de formalidad y sarcasmo, no había dudas: Maggie Smith era la indicada.
La madurez le destinaría muy a menudo personajes nobles, espigados y excéntricos, resultando un lujo indiscutible de cada plantel. Como los ropajes de época le sentaban a la perfección, muchos de sus títulos transcurrían en tiempos pasados. Tal es el caso de uno de sus últimos trabajos: la serie televisiva “Downtown Abbey”, por la que ganó el Emmy en la edición de 2016. La veneración hacia ella se acrecentó, siendo merecida desde los primeros tiempos, justo reconocimiento del público y la profesión hacia una actriz insustituible y sin herederas a la vista, por una sabiduría, a fin de cuentas, que afianzaron años de buen hacer y un talento superlativo.
Entre sus múltiples galardones, cabe mencionar el título de Dama con que la reina Isabel II la distinguió en 1990, por su contribución a las artes interpretativas. Sobre su oficio declaró: “Me encanta, tengo el privilegio de hacerlo y no sé dónde estaría sin él.”. Los espectadores, sin Maggie, tampoco.