Cuando se habla de cine clásico algunas personas entornan los ojos o sonríen. No hacen lo mismo cuando se habla de novelas clásicas, por fortuna. Y es que hablar de clásico es hablar de lo imperecedero, lo permanente y lo valioso más allá del tiempo y del espacio.
En esta sección de cine y literatura me gustaría hablar de la mujer en relación a la vida humana a través de dos títulos diferentes y dos orígenes literarios también muy distintos. Obras poco conocidas que vale la pena rescatar del olvido.
La primera obra se titula No Man of Her Own (Mentira latente, 1950). Basada en una novela titulada I Married a Dead Man (Me casé con un hombre muerto) de Cornell Woolrich, bajo el seudónimo de William Irish. Un genio de la novela policiaca, psicológica y de misterio según algunos críticos.
Es un film que he descubierto gracias a José Alfredo Peris. He disfrutado leyendo su artículo titulado La lucha por la acogida de la vida y por la familia en “No Man of Her Own”. Es autor de la colección de cuadernos de Filosofía y Cine de la Cátedra Fides et Ratio de la UCV de Valencia. Como experto en el personalismo fílmico es capaz de descubrir joyas como estas en obras que son menos conocidas incluso por los espectadores habituales de cine clásico. Ha sido él quien me ha llevado a indagar sobre el tema y me ha autorizado a servirme de su contenido con total desinterés.
Mentira latente tuvo de protagonista a Barbara Stanwyck quien presionó a los estudios para que Mitchell Leisen adaptara y dirigiera la novela de Woolrich.
La protagonista, Helen Ferguson, embarazada y abandonada por su pareja, emprende un largo viaje de Nueva York a San Francisco. Es acogida por un matrimonio joven que viaja en el mismo tren y también espera un hijo. Se dirigen a la casa de los padres de él que todavía no conocen a su nuera. Inesperadamente descarrila el tren…
Puede considerarse un melodrama clásico, incluso teatral, pero se presenta como un film negro cuyas notas características (el pesimismo antropológico tras las atrocidades de la segunda guerra mundial) son rescatadas en esta cinta esperanzadora. Mitchell Leisen fue un magnífico narrador en imágenes y, como señala el crítico José Miguel García, “un experto en acertar con la atmósfera que necesitaba cada proyecto distinto. Poseía una mágica versatilidad para abordar igual de bien cualquiera de los géneros que practicó —sobre todo la comedia y el melodrama, pero también el thriller y la aventura—, es más, sabiendo fundirlos desconcertantemente con un sentido del equilibrio y un buen gusto sin parangón”.
El director, efectivamente, con gran acierto es capaz de dar un giro inesperado para dejarnos en suspense tras presentar un apacible hogar al inicio de la narración junto a una voz en off llena de desesperanza sobre el futuro. La pareja y el niño que observamos en la escena muestran una tensión evidente, un misterio que se inicia con la llegada de la policía a la mansión. El rostro de la protagonista no necesita de las palabras para hablar a gritos.
Barbara Stanwyck muestra aquí unos registros dramáticos difíciles de superar abrumada por la culpa, el miedo y la muerte. Sus dudas a la hora de suplantar a la mujer fallecida en el tren son resueltas magistralmente. A la vez, llama la atención poderosamente su bondad genuina y un deseo intenso de sacar adelante una vida que se le confía y por la que está dispuesta a todo, por encima de su felicidad.
El director, como señala José Alfredo en su artículo, es capaz de convertir un thriller negro en una obra de calado donde se muestran retazos de vidas en situaciones complejas. “Es una fascinante muestra del dominio de Mitchell Leisen para llevar un thriller negro al terreno personalista”.
Invito a leer el artículo completo ya citado. Con el permiso del autor me permito recordar algunas de las ideas que llaman la atención al visionar esta película en blanco y negro: por un lado la presencia original en este tipo de cine de un personalismo que invita al amor y a la confianza; la presencia clara de la posibilidad de bondad en la gente; una apuesta por la vida y la maternidad; una visión luminosa de la familia cuya luz se refleja tanto en el matrimonio fallecido al descarrilar el tren como en quienes acogen a la protagonista al confundirla con la nuera por llevar su anillo. El gran mérito de Mitchell es el de ofrecer una antropología de la confianza, de la comunión y del amor entre las personas -y por tanto de la esperanza- mediante la estética del cine negro. Es ese contraste lo que permite destacar las categorías propias del personalismo y es ahí donde se observa su absoluta maestría.
Podríamos hablar de la posible influencia de las dos mujeres guionistas, Sally Benson y Catherine Turney pero es conocida la implicación especial de Leisen en el guión final, potenciando incluso el valor de la novela original.
Mitchell Leisen, un director olvidado e injustamente menospreciado, es uno de los grandes por descubrir. Lo llamativo de Leisen es, según el crítico David P. Ugalde, la rareza de sus films: “Son sus películas, la mezcla casi imposible de géneros, tonos y atmósferas, la prodigiosa naturalidad con la que pasa de la comedia al drama, de lo dulce a lo amargo, de lo sentimental a lo irónico”.
Efectivamente es esta rareza de film lo que hace inolvidable esta película y lo que permite decir de ella que invita a la reflexión desde el corazón. Nos muestra un modo de entender el valor y la dignidad de la persona invitando a desechar lo peor para acoger lo mejor. Como nos recuerda José Alfredo en su artículo se trata de “una elección que apela a la verdadera felicidad humana, aquella que clama directamente al corazón”
La segunda película es Not Wanted (Madres solteras, 1949) con un estupendo guión elaborado por Paul Jarrico e Ida Lupino.
Not wanted fue la primera película como directora de Ida Lupino. Muestra a las claras que fue la mirada feminista de Hollywood durante años. Es la primera en escribir, producir y dirigir películas con temas sociales trascendentes. Tenía una mirada muy personal. Representaba a mujeres de carne y hueso, de apariencia frágil pero llenas de coraje y determinación. Obra realista, lejos del melodrama fácil, sin adornos innecesarios ni concesiones a la galería.
En este film se nos muestran conflictos generacionales, entornos familiares complicados, huidas, dependencias emocionales y una maternidad inesperada que se nos muestra de modo original desde una cámara subjetiva que nos hace testigos privilegiados. Temas de interés social narrados desde un punto de vista femenino. Temas profundos, narrados con sobriedad y contundencia a la vez.
La figura frágil de la joven Sally (Sally Forrest) desde la primera escena nos arrebata. No hay diálogos, solo un primerísimo primer plano de la joven en estado casi catatónico. Su rostro bello se anima de pronto al escuchar el llanto de un niño. Un primer plano, una mirada que busca y una sonrisa esbozada al descubrir al bebé y cogerlo en brazos. Un drama psicológico que no puede dejar indiferentes a los espectadores y los cuestiona. Hay un largo flashback que muestra el recorrido existencial de la protagonista cuyo vacío interior se muestra a través de imágenes sombrías y un contexto social y familiar asfixiante.
Algunas escenas tienen una vigencia sociológica actual pese a los años transcurridos desde que se filmó: La huida de la joven tras haber roto las normas; la búsqueda ansiosa de Steve, el bohemio pianista, de la que cree ser amada; la escena de amor junto al río mientras Steve tira su colilla al río (donde la cámara se recrea no en los enamorados sino en la colilla desechada preludio del abandono de Sally); o el difícil camino de desprenderse de un hijo cuyo padre no desea compromiso alguno.
Será Drew Baxter (Keefe Brasselle) quien, en su condición de inválido de guerra, podrá ser su ancla en los conflictos que se irán sucediendo a lo largo de esta historia de amor traicionado. Su amor incondicional, bellamente expresado en la carrera fallida tras la mujer que quiere, será lo que permite a Sally redimirse. Una bella parábola sobre la catarsis de la joven abocada al suicidio. Cuando observa a Drew tendido en el suelo sin posibilidad de levantarse es cuando ve en él la posibilidad de una vida compartida. Con el tiempo podrá acceder a los deseos de matrimonio que el joven le había planteado en otra feliz ocasión.
Concluyendo, estamos ante dos obras, muy diferentes entre sí, en torno a la maternidad y el amor auténtico. Las dos obras salieron a la luz gracias a estas dos grandes mujeres que nunca se conformaron con la mediocridad: Barbara Stanwyck como actriz protagonista e impulsora de Mentira latente e Ida Lupino como directora y guionista en Madres solteras. Películas muy distintas pero a la vez similares en cuanto al problema central que plantean.
En las dos se contraponen el individualismo egoísta, de quienes se desentienden de su papel como compañeros de vida, a la solidaridad de amistades nobles capaces de acoger lo imperfecto. En ambos films la indiferencia y el desprecio del varón frente a la mujer es brutal. Dos mujeres en situaciones similares, de pobreza y desarraigo, que las pone al borde del precipicio. Dos mujeres que batallan contra la desesperanza logrando espacio para la redención porque, aunque en sus decisiones hubo también errores, es la bondad lo que prevalece en sus corazones a lo largo de la historia que se nos muestra. Dos películas clásicas en las que el valor y la custodia de la vida están presentes de una manera significativa y cuya temática, adelantada a su época, sigue interpelando al espectador actual. La fragilidad fuerte de las mujeres protagonistas, frente a una maternidad inesperada, puede seguir cautivando siempre que sepamos mirar con ojos humanos el milagro de toda vida que viene a este mundo.