En su autobiografía, el papa Francisco reveló cinco películas que le inspiraron profundamente. Iniciamos una miniserie dedicada a estas obras, comenzando con la obra maestra de Roberto Rossellini de 1945, cuyo impacto trascendió el cine, influyendo perdurablemente en la sociedad.
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En su exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (19 de marzo de 2016), el papa Francisco citó La fiesta de Babette. Era toda una primicia: nunca antes, un Romano Pontífice había hecho referencia a una película en un escrito magisterial. En el punto 129, el Santo Padre escribió: “Las alegrías más intensas de la vida brotan cuando se puede provocar la felicidad de los demás, en un anticipo del cielo. Cabe recordar la feliz escena del filme La fiesta de Babette, donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: ‘¡Cómo deleitarás a los ángeles!’ Es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás, de verlos disfrutar “.
Sin embargo, en su autobiografía, al evocar las películas de su infancia, lógicamente no se refiere a esta película de 1987. Por el contrario, habla de las obras de Rossellini, De Sica, Visconti “y todos los grandes directores del neorrealismo”. Para él, el cine de la posguerra fue “una gran escuela de humanidad”, trascendiendo el mero entretenimiento para plantear cuestiones sociales cruciales y agudizar la percepción de la existencia humana.
Francisco comparte una visión sobre la importancia del cine similar a la expresada por el director ruso Andréi Tarkovski en su tratado El tiempo sellado: “Con la ayuda del cine, las cuestiones más complejas de la actualidad pueden abordarse a un nivel que durante siglos ha sido el campo de trabajo de la literatura, la música y la pintura”.
En esta serie, exploraremos “Las películas de Francisco”, esas cinco películas que el Santo Padre menciona en su autobiografía: Roma, ciudad abierta de Roberto Rossellini; Los niños nos miran de Vittorio De Sica; La Strada y La dolce vita de Federico Fellini, así como el drama argentino Los isleños.
Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta), de Roberto Rossellini, es una obra fundamental del neorrealismo italiano. Filmada entre enero y junio de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial y poco después de la liberación de Roma, su trama se desarrolla durante la ocupación alemana (10 de septiembre de 1943 al 4 de junio de 1944). Es la primera entrega de la “trilogía de la guerra” de Rossellini, que continuó con Paisà (1946) y Alemania, año cero (1948).
El título “ciudad abierta” alude a una ciudad sin defensas ni objetivos militares, que debía quedar a salvo de la violencia bélica –en contraposición a “fortaleza”–. El guion, con la colaboración de Federico Fellini, se inspira en la historia real de Don Luigi Morosini, torturado y asesinado por los nazis por su apoyo a la Resistencia, personaje que en la película se llama Don Pietro. El protagonista, no obstante, es el ingeniero Manfredi, miembro del Comité Nacional de Liberación, quien busca la ayuda de Pina, una viuda que lo contacta con Don Pietro. Sin embargo, Manfredi corre peligro: Marina, su amante, adicta a las drogas suministradas por un colaborador de la Gestapo, lo traiciona y lo entrega a Bergmann, el temido jefe de la Gestapo.
La película ofrece una imagen realista de una Roma devastada por la ocupación y la miseria. La escasez de alimentos obliga a la población a hacer cola frente a las pocas tiendas que permanecen abiertas, mientras que la policía italiana colabora con la Gestapo para localizar saqueadores y contrabandistas.
Más allá de ser un documento histórico, Roma, ciudad abierta es una película profundamente emotiva. Rossellini opta por escenarios callejeros auténticos y actores no profesionales, un sello distintivo del neorrealismo, concebido como una respuesta desprovista de adornos, visual y políticamente opuesta al fascismo.
Aunque la película tuvo una recepción tibia en Italia, obtuvo el Gran Premio en el Festival de Cannes de 1946 y fue nominada al Óscar al mejor guion. Anna Magnani, con su intensa interpretación, dejó una huella imborrable: fue galardonada en Cannes como mejor actriz de reparto y alcanzó fama mundial.
El papa Francisco destaca la autenticidad de Magnani: “A menudo cito una frase que Magnani le dijo a su maquilladora en el plató: ‘Déjame las arrugas. No me las quites con maquillaje. Me ha costado toda la vida tenerlas’. Nannarella, como la llamaban cariñosamente. Ella también era sabia”.