En relación a la literatura traigo a colación la estupenda biografía sobre James Cagney escrita por Jaime Boned hace ya una década: James Cagney: el gángster eterno.
“Su energía desmedida, su toque de alcantarilla, y su ametralladora voz convirtieron a James Cagney en la quintaesencia del gánster de los años treinta. Todo cinéfilo ha disfrutado de la «trilogía» de este género: El enemigo público, Ángeles con caras sucias, y Los violentos años veinte. Lo verdaderamente sorprendente es que su inmensa talla artística era proporcional a su valía humana”.
James Cagney, recordado por sus papeles de tipo duro e indomable, fue un actor de cine norteamericano con una increíble variedad de registros en su actuación. Para Orson Welles es quizá uno de los mejores actores de Hollywood; no en vano es considerado la octava leyenda más grande del cine según una de las listas del Instituto Americano del Cine.
Para Bogart era el actor con más personalidad que había conocido tras compartir con él Ángeles con caras sucias (1938) y Los violentos años veinte (1939) de Michael Curtiz. Lo sorprendente es que era, para muchos críticos, un mafioso con alma de bailarín.
James Francis Cagney fue, realmente, un hombre hecho a sí mismo. Su infancia fue muy complicada a nivel familiar pero tal vez esta circunstancia le permitió convertirse en un ser humano siempre en lucha contra la injusticia. Muchos de los que le conocieron concuerdan en que no se arrugaba ante nada ni ante nadie. Un pequeño gigante que peleó también contra las falsas acusaciones políticas –se le tachó de comunista– e incluso tuvo que afrontar las amenazas de muerte de la mafia, contra la que luchó para evitar que pudiera dominar el Sindicato de Actores.
Nada se le ponía por delante. Luchó contra la pobreza y la dignidad de los trabajadores. Así, debido a la explotación laboral de los Estudios, Cagney fundó junto a otros compañeros de profesión un gremio de actores. Ya en 1933, fue elegido como el primer vicepresidente y logró tal crecimiento de afiliados que la Warner se vio obligada a mejorar las condiciones laborales. Siempre en busca de lo mejor, fue capaz de desligarse de la Warner Bros para crear su propia productora en una etapa difícil de su vida profesional.
Trabajó para la Warner desde los años 30, tras protagonizar varias comedias musicales, muchas de ellas con su mujer. Le llegó la fama a James Cagney en la inolvidable El enemigo público, de William A. Wellman, encarnando al gánster Tom Powers. Una interpretación que fue sencillamente memorable como señala Boned en el libro antes citado.
Ganó el premio Óscar en 1943 al mejor actor principal en la película musical Yanqui Dandy (1942) pero fue nominado en otras dos ocasiones. Tanto en la década de los 50 como en la de los 60 mantuvo su popularidad en conocidos films como Escala en Hawai (1955) o en la comedia de Billy Wilder Un, dos, tres (1961). Tras un largo periodo desconectado del mundo del cine participó en la que sería su última película Ragtime (1981).
Sin embargo, lo interesante y lo desconocido para algunos es que antes de gángster fue un bailarín, un cantante y un cómico excepcional. Como describe en su libro Jaime Boned, estaba estudiando Arte en la Universidad de Columbia cuando su padre falleció y Jimmy tuvo que dejar la carrera y ponerse a trabajar para ayudar a su familia. Desempeñó todo tipo de oficios antes de desembarcar en el mundo del espectáculo como decorador. De ahí pasó rápidamente a la interpretación.
Curiosamente, su primer personaje en el mundo del vodevil fue dando vida a un personaje femenino. Meses después, Cagney conocería a la bailarina Frances Vernon, quien acabaría siendo su mujer desde 1922 hasta la muerte del actor en marzo de 1986. Tuvo dos hijos y un legado de hombre familiar extraordinario en sus 64 años de matrimonio. Una mujer que fue decisiva para su carrera como señalaba él mismo en la celebración de uno de sus aniversarios:
“Conocí a la gran chica que se convirtió en mi esposa. No puedo concebir la suerte que puede tener un hombre, pero esta mujer y yo acabamos de celebrar nuestro quincuagésimo cuarto aniversario de bodas el otro día, y ha sido mi alegría durante todo el camino.”
Pues de fidelidad y felicidad va esta película musical que sería del montón si no fuera por la fuerza que arrastra siempre este formidable actor, bailarín y cantante. Para algunos críticos el montaje es irregular y las interpretaciones desiguales en un guion flojo. Ese es el mérito de Cagney: salvar lo insalvable con sus soberbias interpretaciones. Podía con todo. Como dicen algunos críticos, Fred Astaire tuvo suerte de que se dedicara a otros géneros porque le iba a la zaga por entonces. De hecho, es una película que entretiene y se ve con gusto a pesar de los años y de su mala conservación.
La película está escrita y dirigida por Victor L. Schertzinger, fallecido prematuramente con 53 años tras una fructífera carrera. Fue un violinista, compositor, director, productor y guionista estadounidense conocido sobre todo por la película Robin de los bosques (1922). Estuvo nominado a la mejor dirección por Una noche de amor (1934). Hombre de gran experiencia por su trabajo en el cine mudo, escribió muchas historias que acabaron en guiones de variadas temáticas para la gran pantalla. Su filmografía va desde 1917 a 1942 con su obra póstuma Rivales por un beso. Dirigió 89 películas y compuso la música de más de 50 de ellas.
Los peligros de la gloria es una muestra de ésta no tan conocida faceta del actor. La obra trata de la historia del líder de una orquesta de Manhattan -Terry Rooney- que firma un contrato en los estudios de Hollywood. Se le exige esconder su condición de casado para llegar al éxito pero la fama es peligrosa y acabará por traerle problemas en su vida personal. Evelyn Daw, en el papel de Rita Wyatt, conocida por Jugándose la vida (1938), mantiene el tono equilibrado en su papel de tranquila y paciente compañera del fogoso Terry.
Cine dentro del cine. La obra se deja ver por cuanto es un reflejo de cómo se veía la industria del cine a sí misma ya en aquellos años del inicio del sonoro. Vemos el complicado mundo del cine y las ambiciones de los productores de las grandes empresas, pero, a diferencia de otras obras como Cautivos del mal (1952), en ésta encontramos humanidad, valores esenciales, rayas rojas por las que no se está dispuesto a pasar.
No hay aquí, como en El crepúsculo de los dioses (1950), grandes agonías porque no se acaba de enfermar o, más bien, el amor a lo esencial se convierte en el antídoto de ese peligro de la gloria al que hace referencia el título de la película. El egocentrismo del protagonista no acaba absorbiéndolo, sino que remite poco a poco ante lo que ve y experimenta en ese mundo repleto de apariencias y falsedades.
A diferencia de Ha nacido una estrella (1937) o La estrella (1952) no hay drama, ni lágrimas amargas. La fábula nos introduce en la realidad de una renuncia aceptada sin frustración. El descenso de la gloria no arrastra consigo grandes bancarrotas. La felicidad pasa por la fidelidad del bailarín con la cantante a la que ama. En este caso el actor renuncia a todo posible éxito para estar junto a la persona con la que se prometió y vuelve a su orquesta de donde nunca debió salir. Es casi como un reflejo de su propia vida en común con el gran y único amor de su vida Frances Vernon.
Estamos en una época en la que la fama o el éxito se compra a cualquier precio. Sabemos que un pulgar invertido puede hacer añicos la autoestima de un adolescente y que “darle like” puede evitar un suicidio; hemos experimentado que adquirir votos puede prevalecer sobre la muerte de seres humanos; constatamos a diario que el afán de poder puede llevar a la locura de crear y creer las propias mentiras; mantener la fama autoriza a falsear realidades inconfesables.
Los que intentan mantener la mente libre de manipulaciones ideológicas observan en mucha gente síntomas similares al trastorno histriónico de la personalidad. Personas de todas las edades y condiciones cuya razón de vivir son ellos mismos… En cualquier caso es imposible ser feliz, tan solo mostrar una fachada de lo que se desearía con todas las fuerzas, pero la realidad se escapará una y otra vez de las manos. Es cuestión de tiempo. El teatro de la vida acabará por cerrar el telón. Y qué manos más manchadas las de una gloria y un éxito convertidas entonces en fango putrefacto… Nada habrá valido la pena.
Cagney lo tuvo bien claro en su vida y en su obra. Cuando le contrató la Warner dijo que solo quería trabajar, no le importaba la fama. En Los peligros de la gloria nos da una lección de vida que puede servirnos a la vuelta de los años.
Una frase atribuida a James Cagney resume el mensaje de esta película: “ensimismarse en todo aquello que no sea tu ego es el secreto de una vida feliz”.
Gracias, Jimmy.
Esolédido artículo: informativo, formativo y esperanzador.