Título original: Le concert. |
SINOPSIS
En la época de Brezhnev, Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética y dirigía la célebre Orquesta del Bolshoi. Pero en plena gloria, tras renunciar a separarse de sus músicos judíos fue despedido. Treinta años después, sigue trabajando en el Bolshoi, pero ahora…. como limpiador. Una noche que Andrei se queda hasta tarde sacando brillo al despacho del jefe supremo encuentra un fax dirigido a la dirección del Bolshoi: se trata de una carta del Teatro de Châtelet invitando a la orquesta oficial a que vaya a dar un concierto a París… De repente, a Andrei se le ocurre una idea loca: ¿por qué no reunir a sus antiguos compañeros músicos, que viven de hacer trabajillos y chapuzas, y llevarlos a París, haciéndoles pasar por el Bolshoi? La tan esperada ocasión de tomarse la revancha por fin ha llegado.
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CRÍTICAS
[Ramón Ramos, colaborador de CinemaNet]
Un genio caído en desgracia
El concierto (Le concert, Radu Mihaileanu, 2009) cuenta cómo un director de orquesta del Bolchoi de Moscú, que fue degradado y humillado por el régimen comunista hace 30 años, encuentra la oportunidad de resurgir de sus cenizas cual ave Fénix suplantando a los actuales músicos del prestigioso teatro ruso para dar un concierto en el Chatelet de París.
Deliciosa comedia dramática francesa coproducida junto a Italia, Rumanía y Bélgica, con equilibradas dosis de humor, drama y emoción. El retrato de la Rusia actual en clave cómica recuerda en cierto modo al tono empleado por la británica Full Monty (Peter Cataneo, 1997). Los actores gozan todos de una naturalidad en pantalla de lo más estimulante, entre los que destaca especialmente Dmitry Nazarov en el papel de amigo y cómplice del protagonista, una relación de amistad de más de 30 años que queda muy bien reflejada en la película. La joven Mélanie Laurent, conocida por su papel de judía vengativa en Malditos bastardos de Tarantino, desempeña aquí con elegancia el papel de joven estrella violinista. Aleksei Guskov protagoniza la cinta en el rol del gran maestro en declive, transmitiendo con eficacia un halo de melancolía que invade a su personaje. El rol de su esposa, una mujer emocionalmente fuerte que hace suya la desgracia de su marido, está espléndidamente interpretado por la actriz Anna Kamenkova.
Sorprende el ritmo narrativo bastante ágil dentro de una coproducción europea. La música de Tchaikovsky hace disfrutar de una grata experiencia melómana. Por otro lado es digna de alabanza la partitura original compuesta por Armand Amar.
La secuencia del concierto transmite una emoción que va in crescendo, de forma similar a la escena que retrata el estreno de la Novena Sinfonía en Copying Beethoven. Quizá algún toque demasiado caricaturesco en el comportamiento de los personajes puede chirriar un poco, como la llegada a París de los músicos, que se desmadran totalmente una vez se ven fuera de Rusia. Resulta algo chocante que muchos de ellos puedan ser grandes músicos. Por lo demás la película resulta bastante redonda, positiva y muy agradable de ver.
Tchaikovsky, treinta años después
El director rumano afincado en Francia Radu Mihaileanu es de esos cineastas que poco a poco, sin que se note, comienza a labrarse una envidiable filmografía. Ha dado sobradas muestras de su talento con filmes como Traidor (1993), El tren de la vida y, sobre todo, con Vete y vive. En sus filmes, Mihaileanu se descubre como un humanista, un atento observador de las pequeñas y grandes tragedias humanas que él sabe encarnar en personajes de carne y hueso, que llegan al alma del espectador. Normalmente sus historias tienen que ver con la opresión de los desfavorecidos, en especial con las injusticias contra la comunidad judía, de la que él mismo forma parte. En El concierto habla del mismo tema a través de una comedia, también dramática y emotiva, con el mundo de la música clásica como telón de fondo.
En su juventud Andreï Filipov fue un consumado maestro musical, prodigioso director de la orquesta del mítico Teatro Bolshoi de Moscú. Pero, treinta años atrás, fue consifderado un enemigo del pueblo por negarse a expulsar a los judíos que había en su orquesta. La consecuencia de esa ‘insurrección’ fue el desmantelamiento inmediato del grupo y la caída en desgracia de todos los instrumentistas. Humillado, Filipov es en la actualidad quien pasa la fregona en el teatro, mientras que sus compañeros músicos, entre ellos su mejor amigo, el violenchelista Sacha, han salido adelante trapicheando en trabajos de poca monta, viviendo prácticamente en la miseria. Sin embargo, por casualidad, mientras limpia el despacho del actual director del Bolshoi, cae en manos de Filipov un fax procedente de París en el que invitan a la orquesta para tocar en el espléndido Théâtre du Châtelet. El antiguo músico idea rápidamente un plan: reunir furtivamente a sus antiguos compañeros y hacerse pasar por la verdadera orquesta del Bolshoi para celebrar en París su primer concierto en tres décadas.
Radu Mihaileanu logra una formidable y arriesgada compenetración entre los hondos conflictos dramáticos que se plantean en la trama (y que no conviene desvelar) y un excelente tono de comedia y optimismo que se agradece mucho. El humor, muchas veces de aire surrealista y fuertemente folclórico, y que lo emparenta enormemente con el cine del balcánico Emir Kusturica (Underground), impregna todo el film y encuentra su máxima expresión en la ridiculización del comunismo. La punta de lanza es el divertido personaje del ex agente del KGB, toda una perita en dulce en manos de Mihaileanu (quien, no lo olvidemos, huyó de Rumanía durante la dictadura de Ceaucescu). El tipo es la monda y sigue anclado en la prehistoria, pero no es la única diana del director, pues los actuales oligarcas rusos también se llevan su ración de mofa.
En cuanto al drama de fondo, aunque pueda resultar un poquito rebuscado, se juegue quizá demasiado al misterio y se resuelva demasiado cinematográficamente, en general también funciona. Por lo demás, Mihaileanu muestra su pericia en la planificación, el montaje y el ritmo durante la larga escena del Concierto para violín de Tchaikovsky, emocionante centro musical de toda la trama. Los actores, salvo algún desperdicio (como el de Miou-Miou) están todos bien, con mención especial para la rubia Mélanie Laurent (Malditos bastardos) y los secundarios Dmitri Nazarov (en el papel de Sacha) y el inefable François Berléand.
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