No es País para Viejos
Dirección: Ethan Coen y Joel Coen. País: USA. Año: 2007. Duración: 122 min. Género: Drama, thriller. Interpretación: Tommy Lee Jones (sheriff Bell), Javier Bardem (Anton Chigurh), Josh Brolin (Llewelyn Moss), Woody Harrelson (Carson Wells), Garrett Dillahunt (agente Wendell), Kelly Macdonald (Carla Jean Moss), Tess Harper (Loretta Bell). Guión: Joel Coen y Ethan Coen; basado en la novela de Cormac McCarthy. Producción: Joel Coen, Ethan Coen y Scott Rudin. Música: Carter Burwell. Fotografía: Roger Deakins. Montaje: Roderick Jaynes. Diseño de producción: Jess Gonchor. Vestuario: Mary Zophres. Estreno en USA: 21 Noviembre 2007. Estreno en España: 8 Febrero 2008. |
La historia empieza cuando Llewelyn Moss encuentra una camioneta rodeada por varios hombres muertos. En la parte trasera hay un cargamento de heroína y dos millones de dólares. Cuando Moss coge el dinero, provoca una reacción en cadena de violencia, que la ley, representada por el desilusionado sheriff Bell, no consigue detener. Moss intenta huir de sus perseguidores, especialmente de un despiadado asesino que se juega las vidas de otros a cara o cruz.
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CRÍTICAS
Historias de la frontera
En algún lugar de la frontera entre Estados Unidos y México, no muy lejos de Río Grande… Una operación de narcotráfico ha terminado en río de sangre, compradores y vendedores no han sabido entenderse… Al desértico lugar donde realizaban el intercambio llega por casualidad Lellewyn Moss, un peón soldador, y encuentra cerca a un tipo recién fallecido que tenía consigo un maletín con dos millones de dólares. La tentación de quedárselo es demasiado grande, aunque Lellewyn no es un ingenuo. Desde el momento en que deja desgraciadamente una pista que permite identificarle, un sádico asesino al servicio de los narcos, Anton Chigurh, le pisa los talones. Pero decide afrontar el riesgo de retener el dinero. Así que pide a su esposa que se vaya a casa de su madre, mientras intenta aguantar él solito la caza de que empieza a ser codiciada presa. Al tiempo, también el sheriff local, Ed Tom Bell, miembro de una familia con varias generaciones al servicio de la ley, intenta dar con su paradero.
Extraordinaria película de los hermanos Joel y Ethan Coen, quizá la mejor de su valiosa filmografía, y prueba de la plena madurez que han alcanzado como cineastas. No es que antes hubieran dejado de demostrar su talento, allí están títulos tan redondos como Muerte entre las flores o Fargo. Pero es cierto que les podía su vertiente gamberra, se hacían demasiado reconocibles con sus bromas y su estilo visual.
En la obra del escritor Cormac McCarthy han encontrado temas y personajes con los que pueden identificarse, y con los que, en efecto, se han identificado. Así que se benefician de la gran humanidad con que McCarthy pinta a sus personajes de la frontera, tipos lacónicos, habituados a la vida dura; y de algún modo depuran lo que en otros de sus filmes resulta exagerado. Y la combinación Coen-McCarthy resulta perfecta. Porque hablar de una historia con asesinos pasados de rosca (estupendo Javier Bardem, y también Woody Harrelson, con menos presencia), y tipos duros, supervivientes natos (los personajes de los magníficos Josh Broslin y Tommy Lee Jones, uno al que atrae el dinero, pero que tiene un código moral que le lleva, por ejemplo, a llevar agua a un tipo al que dejó malherido, el otro con un claro sentido de la justicia, pero cansado de ver cómo el mal y la crueldad dominan con frecuencia el mundo), es hablar claramente del universo Coen; pero la aproximación por la senda McCarthy ayuda sobremanera a la credibilidad de lo narrado. Y no sólo en los protagonistas, sino también en tipos humanos de la América profunda, un vendedor, el encargado de un motel… Gente corriente y moliente, que se suelen ver poco en las películas, y a la que los Coen ya se habían acercado en títulos como Fargo.
Resulta increíble la impecable caligrafía cinematográfica que presenta este trabajo de los Coen. La historia salta de uno a otro personaje con naturalidad, y la tensión del "duelo", por así decir, entre Lellewyn y Anton, alcanza niveles altísimos, ya sea en medio del desierto, esa dinámica persecución hasta el río; en el motel de carretera; o en México. Hay violencia, dura e impactante, desagradable si se quiere, aunque tampoco se busca el regodeo.
Funciona muy bien la sobriedad de los personajes, e incluso el que se prestaba más al histrionismo, el de Bardem, está contenido en su justo punto. Hay reflexiones apuntadas, sobre la libertad y la responsabilidad (esa moneda caprichosa de Anton no le exime de lo que es una crueldad salvaje y deliberada), el anhelo de un hogar tranquilo, y la implantación de un orden justo que no llega. Incluso se alude al universal deseo del encuentro con Dios en la vida de uno, del que se aguarda a veces a que haga su aparición cuando uno ya es de edad avanzada, quizá olvidando que ese encuentro tiene algo de búsqueda, que no puede dejarse a la pura providencia, aunque ésta cuente, y mucho.
Sangre demasiado fácil
[Diego Cañizal. Locoporelcine]
Estados Unidos se forjó a tiro limpio. De esos crueles comienzos les ha quedado impreso el amor por las armas y la fascinación por el western. Su último profeta es el novelista Cormac McCarthy, creador de universos brutales en el sur del país: prueba de ello es que, mientras llega a las pantallas su «No es país para viejos«, están en producción adaptaciones de otros dos de sus textos, «La carretera» y «Meridiano de sangre«.
La frontera con México es el último territorio que se parece al viejo Oeste: vastas extensiones yermas, perfectas para ajustes de cuentas y beneficio de los buitres. La misma sequedad contagia todos los aspectos de «No es país para viejos«, la película menos complaciente de los Coen desde «Sangre fácil«.
Después de una temporada consagrados a hacer cine ligero, incluso un tanto frívolo, el giro no ha podido ser más brusco. Con un golpe de autoridad, los hermanos se colocan en los primeros lugares de cierta corriente crítica que se está desarrollando en Estados Unidos a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre. Desde orientaciones absolutamente dispares, directores como M. Night Shyamalan, Clint Eastwood o más recientemente Paul Haggis dan su interpretación de aquella «cultura del miedo» sobre la que Michael Moore construyó su «Bowling for Columbine«.
«No es país para viejos» es quizá la más inquietante expresión de esa desazón post-traumática. Un sheriff a punto de jubilarse (Tommy Lee Jones) persigue a un asesino sin gracia (Javier Bardem) que a su vez intenta dar caza a un excombatiente chulesco (Josh Brolin) que se ha encontrado un maletín lleno de dinero en el escenario de un ajuste de cuentas. El rostro ajado de Jones representa todo el cinismo de esta historia: lo sorprendente, parece decir, es haber sobrevivido en un mundo grotesco en que morir no es más que otro «gaje del oficio».
Nada que ver con las ironías que destilaba «Fargo«. Aunque secundario, es Javier Bardem quien lleva la batuta de la historia, y no hay más que ver qué cara trae para hacerse una idea de la poca gracia que quieren conferirle los Coen a su historia. Sobre su tan premiado papel habría mucho que cuestionar: apenas gesticula y está despojado de todo carisma. Chigurh es un asesino arbitrario que se cree un agente del azar y expende la muerte como una labor burocrática. Más que un personaje, es un arquetipo del individuo al que nunca querría uno encontrarse. La horrenda caracterización y la mirada perdida le bastan a Bardem para cuajar un personaje aterrador, pero apenas se le saca partido.
Esa es la apuesta de «No es país para viejos»: que la violencia no tiene glamour ni hay nada de brillante en ser un matón. Cada minuto de este western moderno opta por lo poco atractivo: largos silencios creando tensión, total ausencia de humor, mínima espectacularidad en la puesta en escena. Todo para conformar experiencia muy desagradable: la de ser parte de una persecución irracional en que los cazadores son también víctimas, la de vivir en un mundo en que lo natural sería estar ya muerto. Una película excelente pero nada disfrutable, que hace sufrir al espectador para lanzar su tremendo mensaje: que una sociedad que tiene a los sanguinarios por héroes está condenada a seguir viviendo en la más absurda de las violencias.