Cuando la ideología carcome el cine español: sectarismo y tópicos
[Julio Rodríguez Chico, Lamiradadeulises]
Me ha llamado poderosamente la atención la actitud un tanto agresiva, ideológica y destemplada de varios artículos aparecidos en el número de octubre de la revista Cahiers du Cinema. España, tan rigurosa y sugerente de manera habitual. Se trata de críticas hechas por cualificados profesionales de prestigio que, de pronto, parecen perder el equilibrio y ponderación en sus juicios para arremeter contra todo lo que huela a sentimiento, religiosidad o… sencillamente espiritualidad. En el citado número se tacha a la película de Garci (“Sangre de mayo”) de una vuelta al nacional-catolicismo españolista de Franco con formas almidonadas, moraleja y lenguaje impostado, y se abunda en la tan cacareada subvención de Esperanza Aguirre. En otro lugar, el crítico encargado de hacer la reseña de “Camino” se despacha a gusto… hablando del Opus Dei y del catolicismo y no de cine, apostillando sin rubor –ni respeto– sobre el sectarismo, superstición, bobería, estúpido ideal e irracionalidad en el que se mueven “los acólitos” de la mencionada institución de la Iglesia. Sin comentarios.
Pasando página, nos encontramos con el análisis crítico de “El niño con el pijama de rayas” poniendo el grito en el cielo por la inmoralidad que supone mirar con dulzura al exterminio judío, tratar con sentimiento e irresponsabilidad una realidad tan cruda y grave hasta acabar banalizando su contenido con imágenes complacientes. Al ver semejante tratamiento y las preguntas con que pretende mostrar los agujeros y fallos del guión, uno se plantea si un cuento, fábula o historia con mirada infantil tienen que ser tan verosímiles en su puesta en escena como el cine neorrealista. También si a esos escritores cinematográficos les parece mal que se muestre sentimiento –no me refiero a sentimentalismo barato– en el cine o algún tipo de enfoque positivo del tema que se trate o si esa opción rápidamente habría que considerarla como cine de moraleja y adoctrinamiento. Sinceramente, creo que los diálogos de Garci son acartonados porque son de otra época (histórica y literaria) pero que nadie cuestiona las subvenciones dadas a otras cintas que abordan el “revisionismo histórico” impulsado por el gobierno socialista, que hay pasajes del niño en pijama que son increíbles –no importa que así sea por el género en que se inscriben– pero que transmiten bien una realidad subjetiva y concreta, que la falsificación de la historia y el uso del sentimiento criticados en la del 2 de mayo (¡todos sabemos que Goya no estuvo en los fusilamientos para pintarlos…!) o en la del campo nazi son inexactitudes históricas que también deberían ser criticadas en “Camino”, tan falsa y manipuladora como las otras o más… y que además juega con la realidad actual y la ofensa a personas vivas.
A estos colegas les pediría que se centren en hablar de cine, y también un sentido menos visceral y agresivo en sus juicios cuando se detienen en la vida y la realidad… porque el cine debería acercarse a “la realidad” con respeto, como postulaban los neorrealistas. Sin duda, yo también me quedo con la “Germania anno zero” de Rossellini si quiero entender el drama de una guerra desde los ojos infantiles, pero entiendo que Herman y sus niños con pijama de rayas pretendían mostrar otra cara de la tragedia –más amable, dulce e inocente– que se ofreciera como contraplano a un comportamiento despreciable (el de los adultos). Me gustaría que se siguiera ejerciendo una crítica cinematográfica pero no ideológica… en una revista de cine, que hubiera menos apasionamiento e intolerancia al acercarse a unas realidades que uno no comparte… porque esto no está reñido con adoptar una postura clara y concreta ni con aplicar paños calientes, pero la crítica tiene sus reglas y todos debemos respetarlas.
Pero esta actitud partidista no solo la detectamos en el ámbito de la crítica, sino que los mismos cineastas parecen participar en una especie de cruzada contra todo lo que suene a católico. El deporte de “meter el dedo en el ojo” se ha convertido en “una cierta tendencia del cine español”, normalmente desacreditando la figura del “cura”. No solo en la mencionada “Camino” sino en muchas más cintas, como nuestra representante a los Óscar “Los girasoles ciegos” se advierte esa animadversión patológica e intransigente. Es posible que responda a una necesidad de resarcirse de algún atropello del pasado, o que se trate de una señal del espíritu progresista y rebelde, o que simplemente obedezca a que “meterse” con la religión… vende. No sé, pero no creo que ésa sea la imagen que mejor refleje la realidad de la calle, algo que debe ser una de las aspiraciones del cine, como antes hemos dicho. No hay duda de que puede haber quien abusase de su condición y autoridad, pero volver una y otra vez sobre botones de muestra de los mismos colores… llega a cansar y llama un poco la atención hasta sospechar de la intención.
En ese cine, habitualmente se nos presentan curas sin apenas humanidad, a no ser en lo que de ambición o pasión puedan tener en común con el resto de los mortales; su labor nunca parece responder a una vida espiritual ni de servicio; y su “ensotanamiento” se asemeja más a una caricatura carente de dignidad, entre la parodia esperpéntica y el drama del atormentado, que a otra cosa. Da la impresión de que sólo quien vive de tópicos del pasado puede tener, a estas alturas, semejante imagen trasnochada e inverosímil. Personalmente me sorprende esta visión tan negativa de lo religioso, beligerante en lo humano, injusta e ingrata en lo social, ignorante y pobre en lo espiritual. Pero también me da pena porque parece que esos cineastas no saben –o no quieren– elevarse por encima de un arquetipo construido sobre la ideología, porque demuestran poca elegancia (a diferencia de otras cinematografías) al ensañarse con una víctima fácil, porque buscan el éxito de taquilla sin reparar en el daño que puedan causar.
Quizá vaya siendo hora de abandonar ese lastre en el cine –crítica y realización–, de poner un poco de cordura y justicia al hablar de esas personas e ideas, de no caer en el esquematismo superficial que reduce su vida y creencias a la negación, prohibición o represión, de superar esa postura tan visceral y anticlerical como irrespetuosa y falsa. Además, el problema también es que este rancio esquema lleno de tópicos ideológicos se repite con otros temas tratados en la pantalla… cuando se recogen algunos capítulos de nuestra historia pretérita y reciente, cuando se plasma cierta visión de la vida y del amor, o incluso de la propia cultura y del cine… Así somos, y así nos va. Y es que a veces parece que hay dos varas de medir, y que lo políticamente correcto en el cine y demás artes es ser laicista, progresista, agnóstico y agresivo, y quien no lo sea… debería callar y escuchar para aprender. Entonces, ¿quiénes son, al fin y al cabo, los fanáticos, sectarios e intransigentes con las ideas ajenas?