En recuerdo de Hepburn
[Alberto García. Artículo publicado en la revista Nuestro Tiempo ]
“Hay algo grande en tu mirada, en tu voz, en tu forma de andar, en tu porte. Hay algo luminoso dentro de ti, algo que resplandece como el fuego. Y es un fuego intenso, una gran hoguera”, le dice James Stewart en Historias de Filadelfia . El 29 de junio se extinguió esa llama. Pero, realmente, Katharine no ha muerto. Es inmortal. Su mirada y su voz siguen vivas en sus películas. Emocionando. Haciendo reir. Hepburn… siete letras que han quedado marcadas a fuego en la historia del cin e.
H de Hepburn, por supuesto
Un apellido procedente de una familia bien de Hartford, Connecticut, donde Katharine vino al mundo el 12 de mayo de 1907. De madre sufragista y padre cirujano, fue educada en un ambiente liberal para las mujeres de la época. Jugaba al fútbol americano, practicaba el submarinismo, correteaba junto a sus hermanos enfundada en unos pantalones (cuyo uso, en buena medida, ella contribuyó a extender entre las mujeres). Nada habitual para las convenciones de la época. En un ambiente burgués y en aquellos años, ser actriz era comparable a artista de circo, pero la joven Kath, con el apoyo de su padre, se inició en el teatro, una pasión que alternó con el cine toda su vida.
Debutó en el cine en 1932 con Doble Sacrificio , de la mano de George Cukor . Desde entonces, ha dejado su nombre inscrito en más de cuarenta películas, hasta su despedida con un papel secundario en Un Asunto de Amor (1994). Durante su dilatada carrera trabajó con casi todos los directores clásicos: Hawks, Ford, La Cava, Manckiewicz, Huston o Lean, pero su preferido siempre fue Cukor. Estuvo a sus órdenes en diez ocasiones y el director supo guiar algunas de sus más recordadas actuaciones: la rebelde Jo March de la primera versión de Mujercitas , un travestido ladronzuelo en La Gran Aventura de Silvia , la aristócrata Tracy Lord de Historias de Filadelfia o la abogada feminista de La Costilla de Adán , en la que mantenía un duelo de sexos en los estrados con su propio marido, el fiscal interpretado por Spencer Tracy . Hepburn debe gran parte de su éxito a Cukor, el mejor director de actrices.
E de estrella de éxito
Un aplauso que no siempre la acompañó. A pesar de su fulgurante inicio con triunfos como el Oscar obtenido por Gloria de un Día (donde interpretaba a una chica loca por el teatro que acaba triunfando en Broadway) y la excelente acogida de la primera y más encantadora versión de Mujercitas , Hepburn fue descalificada como “veneno para la taquilla”. El productor Selznick la rechazó para el papel más codiciado de la década, la Scarlett O’Hara de Lo que el Viento se Llevó , de manera tajante: “No puedo imaginarme a Clark Gable persiguiéndote durante una década”.
Se refugió en los escenarios de Broadway durante dos años y allí encontró su tabla de salvación con el estreno teatral de Historias de Filadelfia . El rotundo éxito fue trasladado al cine con el empuje de la propia Hepburn y la dirección de su amigo George Cukor . Paradigma de las comedias románticas de reconciliación, Historias de Filadelfia consagró a un trío de ases: un Cary Grant tan caradura como siempre, un sentimental James Stewart y una espigada y presuntuosa Hepburn que logra enamorar a los dos galanes.
Esa fue su última película con Cary Grant , con quien formó una pareja artística inolvidable antes de conocer a su adorado Spencer Tracy . La Gran Aventura de Silvia , Vivir para Gozar y, ante todas, La Fiera de mi Niña : una comedia deliciosa, vitalista y alocada. En ella, Hepburn da vida a la atractiva Susan Vance, una dama astuta y caprichosa que persigue incansablemente a un paleontólogo del que se ha enamorado (Grant). Repleta de gags, la película de Hawks arranca carcajadas con un ritmo desenfrenado y multitud de situaciones extravagantes que parten, nada menos, que de un leopardo y un hueso de brontosaurio…
Hepburn demostraba así una variedad de registros inusitada en las actrices del momento . Polifacética, resultaba tan capaz de interpretar casquivanas herederas solteronas como de inyectar solemnidad a las reinas María Estuardo o Leonor de Aquitania. El éxito le acompañó tanto en la comedia como en los papeles dramáticos. Prueba de ello es la elogiosa acogida que la crítica dispensó a sus consecutivas adaptaciones de dos intensos dramas psicológicos. En De Repente, el Último Verano , Hepburn pone rostro a una madre perversa y devoradora que pretende recluir a su sobrina (Elizabeth Taylor ) en un manicomio para proteger la reputación de su hijo, muerto en extrañas circunstancias. Se trata de un film angustioso, sórdido, de trasfondo brutal y vengativo, basado en una obra de Tennessee Williams . Otro personaje a caballo entre la locura y la tragedia interpretó en su siguiente película: Larga Jornada hacia la Noche , basada esta vez en un texto teatral del dramaturgo Eugene O’Neill . La película presenta a una familia en descomposición, llena de culpas, reproches y complejos, bajo la égida de una madre morfinómana interpretada por Hepburn.
P de pasión
A pesar del feroz intento por preservar su intimidad, los amores de la divina Hepburn siempre fueron objeto de interés. Estuvo casada algún tiempo con un amigo de la familia, Ludlow Stevens , pero llamaron más la atención sus romances con el ricachón excéntrico y aventurero Howard Hughes y sus clandestinos escarceos con John Ford , que la dirigió en el drama de época María Estuardo y quien renunció a su amor por las convicciones morales de un hombre ya casado. Todas estas relaciones palidecen frente a su verdadera y principal pasión, el hombre que le hizo descubrir “lo que realmente significa la expresión ‘te amo’”: Spencer Tracy .
El actor de origen irlandés nunca quiso separase de su mujer y Hepburn lo aceptó: “El amor no tiene nada que ver con lo que esperas recibir, sino con lo que esperas dar, que es todo… Yo amaba a Spencer, para mí lo primero era él, sus intereses y sus demandas”, hasta el punto de alejarse del cine durante cinco años, para acompañar al actor en su enfermedad. En su autobiografía (Yo misma , publicada en España en 1995), la actriz cuenta que en las noches en las que el dolor impedía dormir a Spencer, ella se acostaba en el suelo, a su lado. Con nostalgia, detalla cómo le hablaba sin parar durante horas, hasta que lograba que a Tracy se le cerraran los ojos .
Tal para cual. El dúo Hepburn-Tracy constituye una de las parejas más exitosas del cine. La tierna y ácida conexión existente en sus filmes solo puede compararse al desparpajo cómico de Matthau-Lemmon o al carisma que destilaba la pareja Redford-Newman. Se conocieron en 1941 y en su primera conversación Kate le dijo: “Me temo que soy demasiado alta para usted”. Y él le replicó: “No se preocupe, yo la rebajaré a mi medida”. Ese fue el paradigma de las nueve películas que coprotagonizaron: la calma y masculina tozudez de Tracy bajaba los humos a la brillante altivez y a la dulce chispa de Hepburn. “Él es sólido y consistente como un bistec con patatas; yo soy más delicada, como un postre francés”, resumía Hepburn al referirse a su proverbial compenetración.
Entre ellos había amor y, ante todo, amistad. Su complicidad se extendió más allá de la pantalla, pero de eso, poco se supo y menos se dijo. Lo cierto es que, tras los cinco años de retiro acompañando a Tracy en su enfermedad, ambos reaparecieron con la comedia social Adivina quién Viene esta Noche . Linda despedida para una pareja que dejaba atrás más de veinte años de un amor intenso, inusualmente respetado por la prensa del corazón, y títulos inolvidables como La Mujer del Año , Sin Amor , Pat y Mike o La Costilla de Adán .
B de belleza
Belleza eterna. Esbelta, de facciones angulosas y algo felinas, pestañas interminables con un toque rebelde en sus ojos y una mirada dulce que Hepburn aderezaba con una sonrisa perfecta, pícara, cómplice. Su peculiar físico le sirvió para interpretar a mujeres fuertes y libres, decididas y arrogantes, tiernas e independientes. Un caramelo exquisito para enfrentarlo a rudos personajes como el charlatán Burt Lancaster de El farsante, el avejentado pero aún duro John Wayn e de El Rifle y La Biblia o, sobre todo, al memorable Bogart de La Reina de África .
Para aquella película, Hollywood se desplazó hasta un río del Congo para narrar la historia entre una religiosa soltera y puritana y un capitán borrachín y pendenciero a quienes el amor une en sus intentos por torpedear un barco alemán. El rodaje fue una odisea: el director, John Huston , estaba más pendiente de cazar un león que de planificar escenas; el calor resultaba asfixiante; casi todo el equipo sufrió disentería a causa del agua… excepto Bogart y Huston (que combatían el calor con ginebra); y, para colmo, Lauren Bacal l supervisaba que la excelente química entre su marido y Hepburn no traspasara la pantalla. Al final, emergió una fresca comedia de aventuras con un amor a prueba de naufragios, ahorcamientos y “prometedoras” lunas de miel: “Yo os declaro marido y mujer. Procedan con la ejecución”, sentenciaba el capitán germano poco antes de que todo estallara.
En La Reina de África ya se distingue una actriz de una belleza madura, inusual para el glamour de la época. Pero Hepburn nunca se ajustó a las normas estéticas del momento y tampoco cayó presa de las modas: usaba pantalones cuando aún eran exclusivamente masculinos, rehuía el maquillaje y nunca ocultó que envejecer es humano. Supo hacerlo como nadie y en su declive, siempre con el cabello recogido en un moño alto y desordenado, aún conservaba la dulzura de sus ojos y la elegancia penetrante de su mirada .
U de unánime reconocimiento
De premios y aplausos. De Tonys, Emmys y, por supuesto, Oscars. Doce nominaciones y cuatro estatuillas jalonan su filmografía. La primera, en 1933 por la actriz en ciernes de Gloria de un Día . En 1967 venció con Adivina quién Viene esta Noche , casi un homenaje de Hollywood tras la reciente muerte de Tracy. En esta comedia social la legendaria pareja interpretaba el papel de unos padres cuyas convicciones liberales se ven puestas a prueba cuando su hija trae a casa a su prometido: un médico amable y muy apuesto… que es negro. El interés de los espectadores no vino tanto por la presentación de unas relaciones interraciales que, en los sesenta, aún no se habían planteado abiertamente en la pantalla. El verdadero encanto de la película residía en la singular sensación de despedida que recorre todo el filme. Parecía que los diálogos hubiesen sido escritos a modo de epitafio. Resulta fácil emocionarse con el discurso final que el padre, Tracy, dedica a los enamorados: “Lo único que cuentan son sus sentimientos y hasta qué punto se quieren. Con que sea la mitad de lo que nosotros nos quisimos, ya es suficiente”, y se gira hacia a su esposa. Y Hepburn le mira, con unas lágrimas que aquel día de rodaje debieron ser reales. Tracy murió apenas dos semanas después. Hepburn nunca quiso ver su última película juntos.
Al año siguiente, la actriz repitió el triunfo de los Oscars, esta vez ex aequo con una joven Barbra Streisand , por El León en Invierno y su papel de implacable y racial Leonor de Aquitania. Este drama de corte histórico revela las ambiciones políticas y las maquinaciones sucesorias con ironía y poderío. La belleza marchita de Leonor de Aquitania le disputa los destinos sucesorios de Francia e Inglaterra a un vigoroso Peter O’Toole en la piel de Enrique II. El último galardón le llegó en 1981 por En el Estanque Dorado , donde formó una tierna pareja crepuscular y melancólica junto a un anciano Henry Fonda , que moriría un año después. Hepburn, consciente de que sería la última película del actor, le regaló el sombrero de Tracy como amuleto de buena suerte. Y Fonda ganó el Oscar. Y ella también, el cuarto. Un récord difícil de igualar.
R de rebelde
Y no solo porque interpretara a gran cantidad de heroínas fogosas e infatigables sino porque su temperamento ha revelado, tanto en sus películas como en la vida real, un carácter indomable (llegó a portar una raqueta con la que “sacudir” a los curiosos gacetilleros rosas que se inmiscuyeran en su vida privada). Luchadora, sencilla y sin los caprichos de tantas otras estrellas, Hepburn siempre vivió como pensó. Su inconformismo, heredado del sufragismo materno, traspasó la pantalla y la llevó a luchar por causas sociales como la tolerancia racial o la igualdad de la mujer.
Segura de sí misma, jamás se doblegó ante la derrota. La aceptó serena. Con elegancia . En los últimos años de su vida, padeciendo una parálisis crónica, operada de las cuerdas vocales y con las fuerzsas físicas muy mermadas, aún se permitía ironizar sobre su espasmódico movimiento de cabeza: “No, no es parkinson sino algo genético de mi familia. La cabeza me tiembla, pero los prometo que no se va a caer”. Ya se lo decía Spencer Tracy en Sin Amor : “No eres de las que se caen, nena. Eres como la torre de Pisa: te inclinas, pero siempre sigues erguida”.
N de noventa y seis
Los años que transcurrieron desde su nacimiento hasta la noticia de su muerte. Una niña que nadó en la abundancia y navegó hasta convertir su vida en una novela narrada a través del cine. Nadie la olvidará porque Katharine ha entrado en los anales de la historia cinematográfica. Su naturalidad y su nobleza ante las cámaras han quedado enaltecidas por su serenidad ante la muerte y su emoción por la vida: “No temo a la muerte. Debe ser maravillosa, como un largo sueño. Pero seamos sinceros: lo que realmente cuenta es cómo ha vivido uno su existencia ”. La suya transcurrió con naturalidad, honradez y elegancia, plena de reconocimiento.
En su recuerdo, Broadway apagó sus luces de neón durante la noche del inicio de julio. La estrella más resplandeciente había dejado de brillar.