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Dirección y guión: David Planell. |
SINOPSIS
Pepe y Lucía no pueden con Manu. Lo han intentado todo, pero es inútil: el niño que adoptaron hace apenas un año les viene grande, no se hacen con él, y han decidido devolverlo. Sin embargo, pronto se dan cuenta del precio que deberán pagar si quieren seguir adelante con su plan.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana, Pantalla 90]
Este film de David Planell (el guionista de Héctor, de Gracia Querejeta) inauguró el Festival de Málaga de 2009. La película cuenta una historia desgraciadamente muy real: la de un niño inmigrante que va de familia de acogida a Centro de Acogida sucesivas veces ya que siempre acaba siendo devuelto por la familia acogedora de turno. Su difícil comportamiento, las motivaciones confusas de la familia y las concepciones esquemáticas de los agentes de la administración hacen que el fracaso del acogimiento parezca inevitable.
En nuestro film, Lucía y Pepe llevan años queriendo tener un hijo, pero la infertilidad de ella les ha llevado a intentar un acogimiento permanente preadoptivo. Manu, un chaval peruano de ocho años, es un chico muy difícil, con mucho dolor dentro, y que ya ha sido devuelto varias veces por familias anteriores. Lucía y Pepe están en crisis porque tampoco ellos consiguen hacerse con el chaval, y para más inri, desde la Comunidad de Madrid les han pedido que decidan ya sobre dar el paso de la adopción.
La película plantea varias cosas de interés, aunque sin llegar a la hondura antropológica de Vete y vive, un film franco-israelí que abordaba cuestiones similares. Por un lado, el conflicto generado por Manu pone de manifiesto de una forma imponente los problemas latentes en la pareja. Esto es muy importante porque indica una verdad a menudo olvidada: el acogimiento y la adopción deben ser frutos de una sobreabundancia antes que de una carencia, aunque objetivamente responda a una necesidad real, como es el deseo de tener hijos. Lucía y Pepe llevaban mucho tiempo tapando los problemas reales de su matrimonio, y el acogimiento de Manu tenía inconscientemente mucho de huida hacia adelante.
La pareja va a hacer un singular proceso que les va a llevar de mirar al niño como cuestión que debe ser gestionada a mirarse a sí mismos como el asunto que debe ser prioritariamente resuelto. Es muy frecuente encontrar personas o parejas que adoptan o acogen para solventar un problema personal mal resuelto. La consecuencia es siempre la misma: el fracaso del acogimiento con la herida que ello supone para el niño.
Muy unida a esta cuestión está otra que también atraviesa el largometraje: la mentalidad perniciosa del ideal del “padre perfecto”. “Quiero demostrar que soy capaz de ser un padre ideal”, es el planteamiento de los protagonistas: “Ya verás como somos capaces”. La obsesión por dar la talla esclaviza a Lucía y Pepe y desnaturaliza la relación con Mario. De hecho, la ausencia de reprimendas cuando son necesarias son poco educativas para el chico y fuente de una violencia interior extrema para los padres (las consecuencias físicas en la salud de Pepe son tremendas).
Otro elemento esencial que está clarísimo en el film es la necesidad de los padres de estar acompañados. Y no lo están. Viven la aventura en solitario. Lucía y Pepe quieren al niño, le consideran su hijo, pero están solos y el universo se colapsa a su alrededor, se asfixian, se vuelven locos, no ven salida. Es un tema importante porque es tan real que constituye una característica de la cultura actual. La soledad de las personas frente a las circunstancias que les toca vivir.
Como se puede ver, hasta ahora la película plantea cuestiones decisivas, pero en negativo. Lo que no debe ser, pero que desgraciadamente ocurre muy a menudo. Sin embargo es muy positivo el tema de la madre biológica. Los padres desean favorecer la relación con ella, aunque que de momento está desaparecida y no pueden hacer nada. Y la madre, que aparece en el film y el espectador la puede conocer, aunque Lucía y Pepe no, es capaz de un sacrificio extremo por el bien de su hijo. Creo que es lo mejor del film, aunque es susceptible de discusión. Evidentemente no podemos desvelar aquí los pormenores de la trama.
Ocupa un lugar muy extenso en la película la cuestión de los agentes de la Administración. Por un lado los critica, pues Irene -la evaluadora del proceso- aparenta una forma muy mecánica de afrontar las entrevistas con Lucía y Pepe. Por un lado ella es una suplente que se enfrenta de buenas a primeras con el expediente de Manu. Las reuniones con los padres están llenas de preguntas preestablecidas, un lenguaje muy “institucionalizado”, y una invasión con muy poco tacto en la intimidad de la pareja. Sin embargo representa una objetividad con la que tienen que hacer cuentas los padres de acogida, una objetividad que va a desencadenar el proceso de catarsis de Pepe y Lucía.
No podemos acabar sin aludir a la perspectiva del niño. Tiene miedo a ser devuelto, y por ello pone a prueba a sus padres, para comprobar si son capaces de quererle de verdad, de ser padres contra viento y marea. Además tiene la herida del abandono de su madre, algo que se resuelve de forma hermosa en el film.
En fin, se trata de una película que toca un tema nuevo para el cine español y que permite poner sobre la mesa cuestiones muy relevantes relativas al mundo de la adopción y el acogimiento.
Adoptar no es fácil
Debut como director de David Planell, bregado en el mundo del guión gracias a su contribución a series televisivas como Hospital Central y El comisario, y que ha sido coguionista de las dos últimas películas de Gracia Querejeta, Héctor y Siete mesas de billar francés. Aunque tiene cuatro cortos en su haber, se nota que el punto fuerte de Planell son las historias y el manejo de las palabras, y de hecho La vergüenza podía ser perfectamente una obra de teatro.
La película sigue las vicisitudes de Lucía y Pepe, un joven matrimonio bien situado y con sensibilidad social, que no pueden tener hijos. De modo que han adoptado a un niño peruano, Manu, afrontando con valentía el hecho de que es un chico problemático, que ya ha estado antes con otras dos familias sin éxito. El caso es que, durante la primera fase en que tienen a Manu en régimen de acogida, resulta muy difícil hacerse con él, sólo se entiende con la mandadera, que es también peruana. De modo que piensan seriamente en tirar la toalla, hablar con la asistenta social y devolver al crío.
Planell articula bien su historia, y aborda temas de entidad. No se conforma con pintar únicamente el choque entre niño y padres adoptivos, sino que describe las peculiaridades de la niñera, la crispación de la vida moderna, los prejuicios, la dificultad de la comunicación, la maternidad, lo difícil de afrontar los trámites de adopción, donde surgen preguntas sobre las cuestiones más íntimas. Y al fondo está la vergúenza del título, ese miedo al ridículo, el deseo de quedar bien, tan hispano, y que puede malograr todo tipo de metas y relaciones.
Como se ha dicho, pesa un tanto el predominio de la palabra sobre la imagen, y el hecho de que prácticamente casi toda la narración transcurre en interiores, aunque el director ha pergeñado algunas metáforas visuales -las tuberías atascadas por las que no circula el agua, los peces que deben nadar en un espacio mayor que el de una pecera…-, que se esfuerzan en acentuar el carácter fílmico de la propuesta. Dentro de que estamos ante un drama, que quiere ser un toque de atención al espectador, hay muchos momentos para el humor, el desquiciamiento de los personajes despierta la sonrisa. El reparto está muy bien, sobresaliendo Alberto San Juan, al que acompañan bien Natalia Mateo y Norma Martínez.
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