[María Martínez. CinemaNet]
Ya ha comenzado en Madrid el ciclo “El cine como instrumento educativo”, con una sesión dedicada al trabajo con fragmentos de películas. Maria Angeles Almacellas -autora del libro «Educar con el cine» y profesora- y Ramón Ramos -director de cortometrajes- fueron los ponentes.
El uso del cine en el aula no puede limitarse a poner una película para captar la atención de los alumnos y tenerlos tranquilos, y luego preguntarles “¿Qué pensáis?” Ésta fue una de las ideas que Mª Ángeles Almacellas quiso transmitir en su ponencia durante la primera sesión del ciclo “El cine como instrumento educativo”, que comenzó el viernes 12 de marzo y al que asistieron cerca de 40 personas. Almacellas es miembro de la Escuela de Pensamiento y Creatividad fundada por el Profesor D. Alfonso López Quintás y autora del libro “Educar con el cine”.
El director de proyectos de CinemaNet en Madrid, Juan-Luis Valera, explicó a los asistentes, entre los que había sobre todo profesores, aunque también algún padre de familia, que el objetivo de este ciclo era dar “a todos los educadores, formales e informales, ideas y herramientas para que cada uno pueda educar con el cine en su ámbito”, sin necesitar materiales elaborados por otros.
El acto comenzó con una breve introducción sobre qué y cómo es el cine. Ramón Ramos, director de cortos y colaborador de CinemaNet, explicó los fundamentos del lenguaje audiovisual, como los tipos de planos, los ángulos y movimientos de la cámara, o el proceso de producción de una película. También explicó cómo el cine ha ido evolucionando en su historia, enriqueciéndose gracias a la aportación de la televisión y los videojuegos. Para comprenderlo bien –concluyó–, hay que saber que “es un arte, pero también una industria y un espectáculo”, cuya grandeza reside en su capacidad de “cautivar al espectador, porque le ilusiona, le conmueve y le emociona”.
Hace falta base antropológica
Con esto enlazaba con la ponencia de Mª Ángeles Almacellas, que indicó que el cine “capta la vida para reproducirla, y, curiosamente, el espectador acude a vibrar ante una realidad humana que, en la vida cotidiana, ni siquiera le llama la atención”. Por esta capacidad de llegar a la gente, “el buen cine nos permite realizar una experiencia humana que, en la vida real, tal vez nos costaría años”.
Esto hace que, además de ayudar a los profesores “a ilustrar su materia”, el cine, convenientemente interpretado, “se convierta en un excelente instrumento formativo”. Es decir, puede ayudar al educador a transmitir a sus alumnos “qué actitudes llevan al hombre a su plenitud humana y cuáles lo van a deslizar irremisiblemente hacia su ahogo espiritual y su destrucción como persona. Debe educar el espíritu crítico de los alumnos para que capten de forma consciente los mensajes que reciben”, pues “si aprenden a interpretar una historia, están aprendiendo a interpretar la vida”. En este sentido, Almacellas narró cómo un alumno suyo que fumaba porros, tras haber trabajado con la película “28 días”, cambió totalmente y se convirtió “en un adalid de la lucha contra las drogas”.
Antes de explicar cómo trabajar con fragmentos de películas, Almacellas subrayó que el educador ha de tener “una base antropológica fuerte” para interpretar bien las películas. Si no, se corre el riesgo de ver, en una película como “El paciente inglés”, un ejemplo de “amor que sobrevive al sufrimiento y a la muerte”, cuando en realidad lo que mueve al protagonista es “una pasión que no es capaz de controlar y por la que está dispuesto a traicionar la amistad y la lealtad a su patria”.
Para profundizar en esta base antropológica, la ponente habló de cuatro “niveles de realidad”: el primero, el de los objetos y utensilios, que tienen un valor según el uso que se les dé. El segundo es el de los “ámbitos”, en el que se mueven las personas y que incluye la afectividad y los objetos con un valor simbólico. El tercer nivel es el de los grandes valores, que adquieren su fundamento en Dios, que es el cuarto nivel. Con este esquema es fácil explicar, por ejemplo, por qué es malo tratar a una persona como si fuera un objeto o la importancia de defender unos valores y de integrar los objetos y las propias acciones en un proyecto de vida superior.
Algunas pistas
Aunque sólo trabaje con fragmentos –explicó a continuación–, el profesor también está obligado a “conocer muy bien la película en su totalidad, para transmitir la vinculación profunda entre las partes” y el conjunto, y poder elegir las secuencias más adecuadas. Antes de proyectar los fragmentos, tiene que dar a los alumnos “unas claves de comprensión para que capten y asimilen el contenido”, y un guión que les ayude a centrarse en lo esencial.
Después de la proyección, además, lo mejor es que haya un tiempo de reflexión personal “para que no se condicionen unos a otros con sus respuestas”. Esta reflexión se podrá poner luego en común en pequeños grupos y, finalmente, con toda la clase. Este último momento se puede aprovechar, si se considera adecuado, para ayudarles a llevar lo reflexionado a su vida.
Almacellas ilustró su conferencia explicando cómo se podrían explicar los totalitarismos del siglo XX, con su afán de control y su desprecio por la persona, con las películas “Sophie Scholl” y “La vida de los otros”. A la vez, se pueden transmitir valores como el valor de cada persona o la importancia de actuar siguiendo la propia conciencia. Este tema se podría completar con fragmentos de otras películas, como “Katyn” o “La ola”, aunque –subrayó Almacellas– esta última “hay que tenerla muy bien trabajada, porque si no, es peligrosa”.
El ciclo “El cine como instrumento educativo” continuará los días 16 de abril y 7 de mayo a las 18.00 horas. Ninfa Watt, profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca, y Jerónimo José Martín, crítico de cine y Presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), analizarán la figura del profesor y del alumno, y enseñarán a educar usando películas completas.
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