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Título original: Inception. Dirección y guión: Christopher Nolan. Pais: Reino Unido. Año: 2010. Duración: 150 min. Género: Acción, ciencia-ficción, thriller. Interpretación: Leonardo DiCaprio (Cobb), Ken Watanabe (Saito), Joseph Gordon-Levitt (Arthur), Marion Cotillard (Mal), Ellen Page (Ariadne), Tom Hardy (Eames), Cillian Murphy (Robert Fischer), Tom Berenger (Browning), Michael Caine (Miles), Lukas Haas (Nash), Pete Postlethwaite (Maurice), Dileep Rao (Yusuf). Producción: Christopher Nolan y Emma Thomas. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Wally Pfister. Montaje: Lee Smith. Diseño de producción: Guy Hendrix Dyas. Vestuario: Jeffrey Kurland. Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España. Estreno en España: 6 Agosto 2010. |
SINOPSIS
Dom Cobb es un hábil ladrón, el mejor en el peligroso arte de la extracción: el robo de valiosos secretos desde la profundidad del subconsciente durante el sueño, momento en que la mente es más vulnerable. La excepcional capacidad de Cobb le ha permitido llegar a ser un codiciado jugador en este nuevo mundo de espionaje corporativo, pero también le ha convertido en un fugitivo internacional y le ha hecho perder todo lo que le importaba. Ahora se le ofrece la oportunidad de redimirse. Un último trabajo podría devolverle su vida anterior si logra lo imposible. En lugar del robo perfecto, Cobb y su equipo de especialistas tienen que invertir la operación; su trabajo no consiste en robar una idea, sino en colocar una. Si tienen éxito, podría ser el crimen perfecto.
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CRÍTICAS
[Julio R. Chico – La Mirada de Ulises]
Volver a casa
Con Christopher Nolan en el guión y la dirección, sabemos que iniciaremos un viaje de cine a través de la mente atormentada y laberíntica de su protagonista, y también que lo onírico se mezclará con lo real hasta confundirse en varios estratos y hacer que el espectador se cuestione la verdad de lo que ve. En un mundo de ficción donde la espectacularidad de las imágenes y su fuerza visual son el primer reclamo, “Origen” esconde otra realidad que se nos irá mostrando a medida que avanza la historia y nos sumerge en los tres niveles de sueños con sus personajes. Cobb es un ladrón de secretos del subconsciente que, tras fracasar en una misión y con el único deseo de poder volver a ver a sus dos hijos, acepta un difícil y arriesgado trabajo: introducir una idea simple en la mente de Fischer –heredero de un imperio financiero– hundiéndose con él en lo más profundo de su mente, para así redimirse y curar oscuras heridas sangrantes.
La idea simple de Nolan no es otra que la necesidad de liberarse del sentimiento de culpa y de creer en uno mismo, de vivir una realidad que no se puede diseñar y de no refugiarse en los recuerdos convertidos en cárcel. Su cine hurga en el pasado y recupera experiencias con las que crear sueños, en un intento por reparar el desajuste producido en la personalidad y en la realidad emocional: identidades confusas en busca del padre ausente e imágenes virtuales grabadas a fuego en el alma que la muerte dejó, remordimientos más fuertes que el amor y la necesidad de tener seguridad en uno mismo y olvidar el pasado.
Cobb y Fischer son, en realidad, almas gemelas en profunda agitación, heridas por la culpa o por la decepción, que precisan su bajada a los infiernos para ganarse su libertad interior en una segunda oportunidad. De las dos tramas principales, mejor la de Cobb y su sentimiento de culpa que la de Fischer y su baja autoestima, mientras que la subtrama de las corporaciones económicas o el sueño de la nieve están un peldaño por debajo.
Por eso, “Origen” es una preciosa e intensa historia de amor hasta la vejez, y también la crónica de una relación paterno-filial que exigía una conciliación. El triple salto mortal con sedación incluida genera una arquitectura de sueños compleja, exigente y arriesgada, pero milimétricamente construida. Nada sobra y nada falta en un guión de hierro en el que todo cobra sentido hasta un plano final antológico… que se cierra antes de lo que el espectador espera, dejándole la sensación de duda sobre si habrá sido todo un sueño…
Cuando los protagonistas han llegado al tercer nivel, la complejidad narrativa y el clímax dramático alcanza su punto más elevado, y las conexiones e implicaciones entre los diversos sueños y la realidad –con su distinta percepción temporal– nos dan imágenes de gran fuerza y brillantez, como ese mundo de Cobb y su mujer que se desmorona ante nuestros ojos, o esa furgoneta que cae al río y provoca que los adormecidos huéspedes del hotel floten sin gravedad o que el alud de nieve amenace con el fracaso de la misión.
Quien acuda a ver “Origen” debe saber que el mundo de Nolan no entiende de lógica racional, que los acontecimientos suceden sin aparente orden ni concierto en la mente de los personajes, y que deberá poner los cinco sentidos para no perderse entre tanto laberinto mental y emocional. Si entiende ese presupuesto onírico e irreal, si acepta la ruptura del universo espacio-temporal, entonces se sentirá atrapado por la barroca e intrincada historia –pero clara y muy bien narrada–, y las más de dos horas se le pasarán volando… por los aires o por las carreteras, entre persecuciones y tiroteos, entre individuos reales y otros que son proyecciones del subconsciente, entre hermosos recuerdos de unos enamorados que quisieron construir un mundo para ellos y para siempre y otros momentos de intenso dramatismo –la escena del ascensor es brillante y muy subyugante–.
Al final, parece que el virus incubado por la mentira y la utopía puede ser destruido si se intenta de nuevo, que la realidad es más bella que la ficción aunque sea imperfecta, y que el amor puede perdurar sin necesidad del suicidio… aunque siempre se ha dicho que el amor tiene algo de locura.
Perfecto guión –aunque se repite más de una vez explicando la dinámica de los tres niveles, con su sedación y patada a salir… temiendo que alguien se quede perdido– para una impactante puesta en escena y unos efectos especiales muy logrados –esos edificios parisinos que se pliegan sobre sí mismos o esas primeras explosiones vistas desde la terraza son impresionantes–, con fotografía y música que generan mundos paralelos inquietantes, y unas interpretaciones que no hacen sino confirmar la fuerza que Leonardo DiCaprio da a sus personajes, la personalidad que transmite la sola presencia de Ken Watanabe o Michael Caine, la dulzura y elegancia de Marion Cotillard, la mirada enigmática y ambigua de Cillian Murphy, o la prometedora carrera que le espera a Ellen Page.
La cinta gustará a quienes hayan disfrutado con películas como “Memento”, “Shutter Island” (con el mismo alma atormentada) o “Matrix”, dará para hablar sobre escenas muy visuales, sobre teorías del sueño y de la culpa, sobre realidades de amor y de muerte que a veces se mezclan y confunden… como sucede a nuestros eternos enamorados.
[Juan Orellana, Páginas Digital]
Con una acogida extraordinaria de la crítica internacional, Origen, de Christopher Nolan, se presenta como una renovación del género de la ciencia ficción. Es pronto para decir eso, pero indudablemente se trata de una apuesta original, arriesgada e interesante. Además, para compensar lo poco comercial de su propuesta narrativa, cuenta con un reparto de indiscutible altura, encabezado por Leonardo di Caprio, Ken Watanabe, Marion Cotillard y Ellen Page, entre otros…. También aparecen muy brevemente actores de la talla de Michael Caine o Pete Postelwaite. Esta película puede analizarse desde muchas perspectivas sugerentes, pero nosotros vamos a centrarnos en aquellos aspectos que plantean con radicalidad varias cuestiones de clara caracterización posmoderna.
Una breve referencia argumental: un experto en introducir ideas en los sueños de la gente (Cobb) es contratado para entrar en la mente del heredero de una importante corporación energética y sembrar en él unas emociones que le conduzcan a tomar determinadas decisiones empresariales que benefician al contratante (Saito). A cambio de esa operación ilegal, Cobb obtendría permiso para volver a su país y reunirse con sus hijos, ya que tiene un proceso judicial abierto contra él.
Por un lado, Origen reutiliza los presupuestos del psicoanálisis y entroniza al contenido del inconsciente como el auténtico señor y dominador de la vida de las personas. Lo inconsciente se impone a la libertad y a la voluntad de los sujetos. Los protagonistas introducen un contenido deliberado en el inconsciente, a través de sueños de tercer grado, sabiendo que dicho «mensaje» le obligará a actuar de una determinada manera. Se trata de un determinismo psicologista que deja al hombre a merced de sus emociones de ignota raíz inconsciente. De la misma forma, Cobb exorciza su sentimiento de culpabilidad, no mediante un proceso exterior, al modo de la confesión católica, sino ajustando cuentas con su inconsciente, y con sus proyecciones oníricas.
Como consecuencia de ambas cosas se podría concluir que en el film se diviniza al inconsciente, pero no es así, ya que éste puede ser manipulado por expertos de la mente humana, como son nuestros protagonistas. El dios de este nuevo Matrix es el hombre mismo, que controla todo, pero no cualquier mortal, sino una minoría capaz de manipular psíquicamente a los demás. No existe en el film la más mínima alusión trascendente, no hay ninguna fisura en la claustrofóbica inmanencia en la que está sumergido el guión. Es más, al nivel más profundo de los sueños, del que no se puede salir, se le denomina «limbo», una toponimia de origen religioso que aquí se reviste de mero psiquismo.
El mundo de los sueños se plantea como una realidad paralela muy poderosa, que muchos han elegido como realidad principal (recordemos los «onirómanos» de Mombasha). De hecho, el plano de lo real ocupa poquísimo espacio en la duración del largometraje, y la película, bajo su formato de thriller de ciencia ficción, no es más que una inmersión onírica. Se puede pensar que eso mismo es predicable de muchas obras, como El Mago de Oz, pero si ésta se plantea como una sublimación de la realidad en el deliberado mundo de los cuentos infantiles, Origen lo hace en el mundo de la ciencia ficción posible, en un futurible cientificista. Dicho de otra manera, se plantea como un relato metafísicamente posible. El mundo de los sueños se propone como la tierra prometida de la creatividad, de la liberación de las ataduras espacio-temporales de nuestra condición material regida por las leyes inexorables de la física.
Lo más humano de la propuesta argumental tiene que ver con los lazos familiares, en un conflicto dramático de reunificación familiar. La motivación del protagonista es volver a encontrarse con sus hijos en el mundo real, y verles la cara, algo vedado en el mundo de sus sueños. Y es lo más humano, no tanto por una reivindicación de la paternidad, sino porque es la única trama que plantea los anhelos humanos en el plano de la realidad «consciente».
De entre las muchas referencias cinematográficas de Origen que los críticos y el propio Nolan traen a colación, llama la atención la comparación con Solaris, de Tarkovski. Aunque el conflicto dramático de ambas tiene en común una esposa muerta, el film ruso transpira sensibilidad religiosa por los cuatro costados: es una historia sobre las condiciones de lo trascendente y de la eternidad, categorías radicalmente desterradas por Nolan. En un plano más epidérmico, la comparación de Origen con ciertas entregas de 007, parece más plausible, aunque únicamente aplicable a las escenas de acción.
Desde el punto de vista narrativo, la película es también muy posmoderna, ya que, en coherencia con su anterior filmografía, Nolan se distancia de una narrativa clásica para ofrecernos una compleja estructura de narraciones superpuestas. No se trata de un tradicional montaje paralelo, algo absolutamente clásico, sino que cada narración se incluye dentro de otra, y así hasta cinco círculos concéntricos, en cada uno de los cuales el tiempo transcurre a velocidad cada vez más lenta. El espectador que no se haga con esta dinámica en la primera media hora abandonará irremisiblemente la sala.
Y los sueños, sueños son
Un futuro no muy lejano, en que se ha desarrollado una técnica que permite introducirse en los sueños ajenos. Y en su subconsciente la persona «asaltada» puede desvelar a sus «asaltantes» secretos ocultos, de valor lucrativo o que permiten su manipulación. Cobb lidera un grupo de «ladrones de sueños», que desea dejar tal actividad. Pero acusado del asesinato de su mujer Mal, y alejado de sus dos hijitos en Estados Unidos, recibe de Saito, un hombre poderoso, una oferta que no puede rechazar: deberá sumergirse en la cabeza de Robert Fischer, heredero de un gran imperio económico, e implantar en su mente, como si fuera una idea propia -«origen«, o en inglés «inception«-, la liquidación del conglomerado que creó su padre; a cambio podrá reunirse con los suyos e iniciar una vida nueva. Con su equipo y la «arquitecta» de escenarios para los sueños Ariadne intentará una operación muy compleja, que podría dejar a todos en una especie de limbo.
Christopher Nolan, guionista y director del film, prueba de nuevo -recuérdese que es el responsable de Memento, Insomnio (2002), El truco final y El caballero oscuro– que es uno de los cineastas más creativos de la actualidad. No necesita acudir al 3D -pero sí a los efectos visuales- para entregar una historia imaginativa, de increíbles cualidades hipnóticas, sólida en su compleja arquitectura narrativa, y, para qué negarlo, difícil de seguir. En tal sentido el mérito es lograr que el espectador no se pierda demasiado, entienda el meollo de la cuestión -la tentación de evitar la realidad entreteniéndose en otros mundos más atractivos pero no verdaderos, al estilo Matrix– y vibre con la inmersión en el mundo de los sueños en tres niveles, donde el riesgo de no despertar, y las soluciones improvisadas a los obstáculos que surgen, proporcionan muchas emociones. De modo que hasta los pasajes oscuros, más que indignar, animan debates sobre el significado de tal o cual pasaje, e invitan a revisar la cinta. O sea, hay decir que Nolan apela a la inteligencia del espectador, no subestima su capacidad de esforzarse por entender, algo muy agradecible en el mundo de filmes planos que habitualmente entrega Hollywood.
Las imágenes son de gran belleza, los mundos que se pueden crear dentro de un sueño sencillamente deslumbran, verdaderamente se puede innovar y crear con los efectos especiales, véanse los momentos de no-gravedad, pura magia. Pero además Nolan acierta en la definición de personajes y conflictos, y en el atinadísimo reparto. El drama familiar de Cobb –Leonardo DiCaprio, en otra historia «mental» tras Shutter Island, con su trastornada esposa, Marion Cotillard, a la que no puede olvidar- se despliega con gran habilidad gracias al personaje de Ellen Page, una universitaria brillante que sabe adivinar lo que oculta a sus «compañeros de sueños», o de su compañero de equipo interpretado por Joseph Gordon-Levitt. Hay espacio para la sorpresa, y el modo en que discurre el plan de «sembrar» en la cabeza de Fischer -bien, Cillian Murphy– conduce a un clímax espléndido, de inesperada poesía.
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