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PELICULA RECOMENDADA POR CINEMANET Dirección: Wolfgang Becker. |
SINOPSIS
Octubre de 1989 no era el mejor momento para entrar en coma si vivías en Alemania Oriental y eso es precisamen-te lo que le ocurre a la madre de Alex (Daniel Brühl), una mujer orgullosa de sus ideas socialistas. Alex se ve en-vuelto en una complicada situación cuando su madre des-pierta de repente ocho meses después. Ninguna otra cosa podría afectar tanto a su madre como la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo en su amada Alemania Oriental. Para salvar a su madre, Alex convierte el apartamen-to familiar en una isla anclada en el pasado, una especie de museo del socia-lismo en el que su madre vive cómodamente creyendo que nada ha cambiado. Lo que empieza como una pequeña mentira piadosa se convierte en una gran estafa cuando la hermana de Alex y algunos vecinos se encargan de mantener la farsa para que la madre de Alex siga creyendo que al final ¡Lenin venció!
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CRÍTICA
Amor de madre
¿Se engaña cuando no se dice la verdad? ¿Es la verdad, además de revolucionaria y leninista, una compensación por no haber abominado a tiempo de las mentirijillas? En Good By, Lenin! las verdades son siempre a medias, secundarias como los efectos del Paracetamol, pero ese es el menor de los problemas.
La cinta de Wolfang Becker (Boris Becker comparte con él apellido y procedencia, pero no su apostura en los reveses; este chico dejó el tenis por el póquer, qué absurdo) es una huida hacia delante desde el principio hasta el final, con un mensaje en ambos sentidos: que la vida se te escapa, que aunque te apartes de la carretera del día a día, la vida sigue y cabalga y galopa, mientras ladran las sociedades, y pasa por encima de las depresiones, de las indignaciones, de las condiciones. Se trata de Christiane, una madre afiliada al Partido Socialista Unificado (SED, en sus siglas en alemán) de la República Democrática (Popular) Alemana, que entra en coma días antes de que cayera el Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989).
Vuelve del coma seis meses después, y lo único que no ha perdido por el camino es la reivindicación de sus derechos de clase, con toda la retórica de la Internacional (compañeros explotados, abonos, colectividades, manifestación y aparachi). Ella ve en Erich Honecker, secretario general del SED y líder máximo de la nación, la continuidad de los principios comunistas ortodoxos (reformismo, división del trabajo, utopía real). Honecker se acabaría exiliando en Chile, el mismo país del que habían huido los comunistas perseguidos por Augusto Pinochet, el dictador de las gafas oscuras con la sombra alargada de su gabán; qué absurdo.
El hijo de Christiane, Alexander (interpretado por Daniel Brühl, barcelonés de origen germano, o al revés; luego se codearía con Brad Pitt en Gloriosos bastardos, otro enamorado de Gaudí), hace todo lo posible para que la madre no note los cambios políticos ocurridos durante su convalecencia, mientras dormitaba, igual que hacen los ordenadores cuando hibernan.
Ahí empiezan la vis cómica de esta cinta, una de las películas europeas más celebradas de los noventa. Alexander se vestirá como su madre aconseja, cumplirá con sus obligaciones de la Juventud Socialista, montará con sus amigos un informativo alternativo que refleje los desfiles a los que ella, que se dejó comer el coco, se acostumbró bajo el régimen de las directrices y las consignas. El clímax de esta parodia llega cuando una gigantesca lona publicitaria cubre la fachada lateral del edificio que se puede contemplar desde la ventana de la habitación de la madre. Un anuncio de Coca-cola, la bebida del demonio americano (por entonces, no simbolizaba la libertad, con la frescura de sus chispas, sino a Ronald Reagan y su escudo antimisiles, antes de los acuerdos de Salt I y Salt II). La mujer pregunta, extrañada, y obtiene respuestas de sí y no, sin concreción alguna, tan abiertas como un inodoro en el Sáhara Occidental.
Good By, Lenin!, la historia de amor. En definitiva, hacer feliz a una madre, evitar eso de “a grandes penas, pañuelos gigantes”. ¿Se puede decir la verdad a una persona si el efecto que tiene su conocimiento pone en riesgo su salud? ¿Se puede hacer oídos sordos al amor filial? El director de este film, Wolfang Becker (se notan sus estudios sobre América en la velocidad de la cámara), pone en cuestión los dogmas, de ambos lados del telón: el comunismo y el capitalismo, dos impostores, como diría Rudyard Kipling. Pero dice la verdad, y es revolucionario como Lars von Trier, cuando asegura, sin omitir detalle, que los valores nacen atados al cordón umbilical. Que madre sólo hay una. Amor de madre.
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