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PELICULA RECOMENDADA POR CINEMANET Título Original: Wandâfuru raifu |
SINOPSIS
A mitad de camino entre el Cielo y la Tierra, los recién fallecidos son recibidos por unos guías que les ayudan a examinar sus recuerdos con el fin de rememorar un momento decisivo de sus vidas. Cada uno de los muertos debe escoger un único recuerdo para que sea plasmado en una película y poder así llevarlo con ellos cuando vayan al Cielo.
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CRÍTICAS
[María Iserte. Colaboradora de Cinemanet]
En un contexto que en primera instancia podría dotar a la película de un aire costumbrista, se desarrolla una historia cuyos límites entre lo real y lo fantástico no quedan bien esclarecidos. Pero vayamos paso a paso.
En este filme se aúnan dos de los principales temas que Kore-eda retrata en sus obras: la muerte y la memoria. Ya lo hizo en su documental Sin memoria o en la ficción Maborosi. El propio autor asegura que el recuerdo se trata de uno de sus temas fetiche debido a una experiencia familiar (su abuelo padeció Alzheimer). Precisamente este suceso fue el que le inspiró para rodar After Life.
Si bien es cierto que la memoria y la muerte tienen un peso fundamental en la película, hay otros dos asuntos que la sustentan y la dotan de sentido: la infancia y el proceso de realización cinematográfica. Todos los entrevistados apelan constantemente a sus primeros años de vida, el único lugar común que se permite la historia; pero cada uno en su particularidad, reconociendo cada vida, por su dignidad, como única e irrepetible.
De modo cuasi pedagógico, se les guía mediante entrevistas a escoger un momento de sus vidas que merezca la pena. No todos lo consiguen a la primera. Justamente en esas entrevistas es difícil diferenciar los elementos de ficción de los documentales. Muchos de los protagonistas de las historias son personas a las que se les plantea el caso hipotético presentado en la película y responden con total sinceridad. Incluso visualmente se percibe ese gusto por el documental del director Koreeda: constantes cortes que seleccionan lo mejor de las entrevistas, la cámara fija en el interrogado, reencuadres no disimulados, la luz natural de las ventanas no siempre controlada, o el uso de una 16mm,… Los recuerdos escogidos son sencillos (“Siente amor por lo insignificante”. Rilke) basados la mayoría de ellos en los pequeños placeres que nos ofrece la vida, presentados con suma sinceridad sin la intención de impresionar a nadie.
Esa vuelta al pasado supone la última oportunidad de crecer como ser humano, pues como dice el propio Koreeda: “Nuestros recuerdos no son estáticos, son dinámicos, y cambian constantemente. Por eso el acto de recordar, de mirar el pasado, nunca será redundante o negativo, sino que nos desafía para desarrollarnos y madurar”. Así pues, hay una clara construcción del sentido de la vida, menos conformista, en base a la memoria.
Con ritmo lento, los primeros días de la semana transcurren sumidos en la profundidad de las divagaciones humanas ante tal demanda. Paralelamente se encuentra la historia de los propios funcionarios-cineastas, personas que no lograron escoger un recuerdo y que, aunque en un primer momento parecen tener una vida totalmente terrenal, poco a poco se elevarán hacia un estadio mayor.
La película, pues, se construye con pequeños detalles. Desde los propios recuerdos de los muertos hasta las fotografías que toma la “becaria”, pasando por el motivo por el que uno de ellos no se suicidó antes (“…la luz era clara y espiritual…”) o los pétalos que una de las mujeres recoge para el “funcionario” que le han asignado. En esa sencillez se va desentrañando la metaficción: en el proceso de pre-producción de los cortos que se llevarán a la otra vida se hace patente la importancia del simbolismo, y como espectadores empezamos a percibir esas cuestiones en la “película-contenedor” que es After Life.
Una película que realza la importancia de las sensaciones para construir los recuerdos y, en segunda instancia, para hacer buen cine. Así, Kore-eda presenta el cine como medio “divino”. Reconoce los límites del cine, algo que queda patente en el proceso de producción; pero también eleva su poder evocador. El cine, como la memoria, no encierra la realidad tal como es, sino que la representa desde sus posibilidades cinematográficas para recrear un sentimiento abstracto que apela a las sensaciones y que el espectador desentraña y le permite, gracias a la Belleza, llegar a la Verdad.
En After Life se llega a esa elevación mediante un proceso proustiano. Gracias a ello, se consigue una constante apelación al espectador, provocando que ordene de forma indirecta su existencia en cuestión de segundos y decida con qué recuerdo se quedaría.
En el límite que se encuentra en la película, entre el documental y la ficción, se llega a la experiencia catártica. Todo lo que un documentalista puede aprender de las vidas que retrata, todo lo que el “funcionario” ha aprendido de los entrevistados; le hacen crecer como persona. Y le ayudan a dar el paso definitivo hacia ese estadio de perfección (la vida eterna). Un instante (el “darse cuenta”) que aúna todas las facetas de su vida, en un momento de plenitud que a cada uno a su momento.
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Tiene muy, muy buena pinta. Y no sé por qué me estoy acordando todo el rato de El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, al leerte.
Hace poco descubrí otra joya asiática (no japonesa, sino coreana), Poetry: http://www.youtube.com/watch?v=fo2dfY317-k&feature=player_embedded
Buena crítica!