[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Fue hace una semana. Los consejeros de RTVE anunciaron que querían supervisar los informativos y, enseguida, se armó un auténtico revuelo mediático. Miles de comentarios y de quejas lograron que los propulsores de la iniciativa dieran marcha atrás y se retractaran. La opinión pública –en otras palabras, la sociedad- reaccionó con contundencia ante lo que consideraba una intrusión en la independencia ideológica de un importante medio de comunicación.
A decir verdad, en todo aquello hubo bastante manipulación, si no una manipulación absoluta. Porque, en realidad, RTVE está gobernado desde 2010 por la clase política. ¿Cómo? Mediante el Consejo Estatal de Medios Audiovisuales (CEMA). Supuestamente es una autoridad independiente, sí, pero, oh sorpresa, tanto su presidente como sus consejeros son nombrados por el Gobierno mediante real decreto.
La corrupción, en sus múltiples facetas, empaña la inmensa mayoría de instituciones y entidades que pueblan la Tierra. Desde mi punto de vista, eso tiene una explicación sencilla: dichas instituciones y entidades las formamos hombres y mujeres de carne y hueso, con debilidades, con ambiciones y pasiones que ceden al interés personal cada dos por tres.
Es triste, vaya que sí, pero me temo que tiene poco remedio a corto plazo. La independencia de los tres poderes tan defendida por Tocqueville -y tantos otros que le sucedieron- no es más que una auténtica farsa. O utopía. Hoy en día no hay que sorprenderse de nada. Y eso que en España hacemos las cosas relativamente bien, porque la sociedad todavía, gracias a Dios, está dispuesta a defender la libertad de expresión a capa y espada. No así en otros países, como Cuba, Venezuela o China, donde las dictaduras campan a sus anchas y tiranizan a sus pueblos monopolizando los medios de comunicación.
El cine, como buen maestro, se ha encargado de hablarnos muy directamente sobre los escándalos de instituciones tan loables como un cuerpo de policía (véase la soberbia L.A. Confidential), un medio de comunicación (Quiz Show, Mad City; atención a este link) o las altas esferas de un gobierno estatal (Todos los hombres del presidente) o una aseguradora cualquiera (Perdición).
Y en otras muchas se vuelve sobre esta misma idea de alguna u otra forma. La lista es interminable: desde clásicos como Caballero sin espada, Ciudadano Kane, Bienvenido Mister Marshall, El gran carnaval, la saga de El Padrino, J.F.K. o Los intocables de Eliot Ness, hasta largometrajes recientes y magníficos como The Departed, El secreto de sus ojos, Training Day, Traffic, Buenas noches y buena suerte o American Gangster. Son vivos ejemplos –algunas de ellas, películas duras y dramáticas, incluso descarnadas- de esta alienación de la que hablo, pues muestran con claridad el lado oscuro al que puede zambullirse el alma humana.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Deprimirnos, renunciar a cambiar las cosas porque ya está todo el pescado vendido y en todas las instituciones y empresas se esconden sobornos o delitos de algún tipo? ¡No, justo lo contrario!
Estamos tan acostumbrados a ver cine sobre corrupciones y tramas ocultas que ya ni siquiera recordamos que todas esas historias suelen esconder una petición, una llamada del director a su público: una llamada a que no seamos inocentes en esta vida, a que espabilemos, a que reparemos en que ninguna clase política se libra de la tentación del mal, a que miremos con ojos críticos los mensajes de cualquier medio de comunicación, a que razonemos por nosotros mismos, a que actuemos conforme a nuestras aspiraciones éticas más profundas.
Al principio del texto expresé mi opinión de que poner fin a tantos vicios y degradaciones tenía difícil remedio. Pues bien, lo creo así sólo a corto plazo. Si cada uno de nosotros tomamos nota de las películas mencionadas (o de otras muchas: si quieren más propuestas basta con que me escriban a gcgoena@gmail.com), cada uno en su lugar de trabajo y en las situaciones diversas que vive a diario, estaremos contribuyendo, poco a poco, a formar una sociedad más valiosa y con aspiraciones más nobles.