[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Es bastante evidente que una historia, o al menos toda buena historia, cuenta con un protagonista y un antagonista: un personaje principal y alguien que se le opone. Por lo general, el primero suele vencer al segundo, aunque no siempre. También puede ocurrir que no exista un claro ganador. En cualquier caso, del hecho de que existan ambos se derivan unas cuantas reflexiones bastante trascendentes, si no filosóficas.
Enunciaré brevemente y sin tapujos la conclusión final este artículo: el cine, mediante sus historias y el modo en que tiene de exponerlas a los espectadores, es uno de los mayores críticos del relativismo. Gracias al papel de tantos héroes y antihéroes, los defensores del todo vale se ven atacados y reducidos continuamente, pese a quien le pese. Otra cosa es que ellos no lo perciban de un modo claro.
Cuando un espectador se sienta en su butaca con las palomitas a un lado y la bebida al otro, ya está asumiendo varios presupuestos incluso antes de que empiece la película: que lo que va a ver es ficción, que la historia narrada tendrá –o intentará tener- un cierto interés… y que habrá un personaje principal –con el que tal vez se sentirá identificado- que deberá luchar y enfrentarse a un cúmulo de obstáculos, normalmente encarnados en otra persona y en las acciones de ésta.
Pues bien, esa distinción implícita, por muy evidente que parezca, demuestra que todos nosotros, los seres racionales, no somos neutros; que nos gusta aspirar al bien, desear que el mal se extinga y esperar que la justicia triunfe. Por eso tendemos a identificarnos con el protagonista, con sus triunfos y su felicidad.
En cuanto a los antagonistas, su mera presencia constituye una prueba de que podemos conocer el mal. Los hay que producen verdadero terror. En mi caso, siempre recordaré la inquietud y el miedo que despertaban en mi interior el rostro de Billy Drago en Los intocables de Elliot Ness, aquel siniestro mafioso trajeado de blanco al servicio de Al Capone.
Existen incontables listas de antihéroes circulando por Internet. Creo que ésta ofrece diez buenos ejemplos sin necesidad de ir a casos muy remotos. En definitiva, los hay geniales y despiadados, como el Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) en El silencio de los corderos, el detective Alonzo (Denzel Washington) en Training Day o el psicópata John Doe (Kevin Spacey) en Se7en; aunque también confundidos y arrepentidos, como el general Hummel (Ed Harris) en La Roca o el capitán Cahill (Tobey Maguire) en Hermanos.
Por supuesto, la teoría maniqueísta de que el mundo está lleno de seres humanos buenos y de otros malos, así sin más, resulta también falsa. Pero justamente sobre eso tratan las mayores obras maestras del séptimo arte: sobre hombres y mujeres que se equivocan pero saben rectificar a tiempo, sobre tipos corrientes que logran una proeza inesperada, sobre individuos malvados que terminan redimiéndose, sobre situaciones cotidianas que, por el motivo que sea, brillan de un modo especial.
Ni siquiera el que tal vez sea el mayor antagonista jamás concebido por un guión, el coronel Kurtz de Apocalypse Now –interpretado magistralmente por Marlon Brando-, se salva. Incluso él, la encarnación más plástica de la depravación y el acabamiento, tiene sus titubeos al final de su vida. Porque el mal corrompe… corrompe, pero no destruye, me atrevería a añadir.
Muchos progresistas que abanderan la corriente del escepticismo más encarnizado creen que el arte actual, e incluso el que se viene creando desde el siglo pasado, trata de dilapidar el supuesto moralismo ingenuo en el que tantos incurrieron durante milenios. Lo que no entienden es que el cine se volvió contra ellos desde su mismísima creación.