[Alfonso Méndiz. Colaborador de CinemaNet]
Publicamos aquí al completo un magnífico repaso al tratamiento que la Resurrección de Cristo ha tenido en el cine, a través de las películas más importantes, que escribió nuestro amigo y colaborador Alfonso Méndiz el año pasado para su blog.
Al leer en paralelo los relatos evangélicos de la Resurrección, un lector poco iniciado puede verse sumido en la perplejidad: aparentemente no son coincidentes. Así, Mateo menciona dos mujeres que acuden al sepulcro: “María Magdalena y la otra María” (28, 1), mientras que Marcos y Lucas hablan en plural, sin especificar el número, y Juan señala sólo a la Magdalena.
Al ver la piedra removida, Mateo relata la estruendosa aparición de un Ángel, que tranquiliza a las mujeres (28, 2-7), mientras que Marcos dice que ellas entraron en el sepulcro y que allí “vieron a un joven con una vestidura blanca” (16, 5). Juan, por su lado, omite la aparición angélica a las mujeres y cuenta que la Magdalena “echó a correr, llegó donde estaban Pedro y el otro discípulo… y les dijo: ‘Se han llevado al Señor’” (20, 2).
Luego están las distintas apariciones en el Cenáculo, donde se habían escondido los apóstoles: la llegada de Pedro y Juan a la vuelta del sepulcro, la de las mujeres que han recibido el mensaje angélico, la de Cleofás y su compañero que han visto al Señor en el camino a Emaús… En realidad, estos relatos aparentemente disconformes encajan perfectamente en el entramado histórico de aquel día tan singular. Todos refieren un único hecho –la Resurrección de Cristo- con matices complementarios que la Sagrada Escritura y la Hermenéutica han engarzado y explicado desde hace ya mucho tiempo.
Al trasladar a la pantalla el pasaje de la Resurrección, los distintos directores se han fijado en las narraciones de uno u otro evangelista; y, sobre todo, han tratado de resaltar los principales acontecimientos de esa mañana –siempre desde su punto de vista- aportando distintos matices al relato conjunto de los Evangelios. Algunos, han logrado síntesis verdaderamente atinadas: como la mini-serie Jesús (1999), dirigida por Roger Young, o el filme El hombre que hacía milagros (2000), de Stanislav Sokolov. Otros han obviado por completo –o casi- ese pasaje (como en Jesús de Montreal [1989], de Arcand, o El Mesías [1975], de Rossellini), con lo que sus películas sobre Jesucrsito pierden densidad al omitir o desdibujar el pasaje más importante.
En las próximas líneas voy a recoger y comentar el tratamiento de esta escena en los principales filmes sobre la vida de Cristo. De cada película seleccionaré la secuencia más relevante de la mañana de la Resurrección y añadiré una glosa sobre su puesta en escena.
Empezaré con los grandes filmes de Hollywood en los años sesenta (Rey de Reyes [1961] y La historia más grande jamás contada [1965]) para seguir con las controvertidas versiones de los setenta (El Mesías [1975] y Jesús de Nazaret [1977]), las históricamente modélicas a finales de siglo (la mini-serie Jesús [199] y El hombre que hacía milagros [2000]) y la breve pero luminosa Resurrección en La pasión de Cristo (2004).
Rey de Reyes
En Rey de Reyes (1961), dirigida por Nicholas Ray, el pasaje de la Resurrección sigue a pies juntillas el relato evangélico de San Juan.
María Magdalena (Carmen Sevilla) ha pasado la noche entera en el exterior del sepulcro, porque quiere embalsamar el cuerpo del Señor en cuanto pase el sábado (día de obligado descanso para los judíos). Al despertar, “todavía muy temprano, cuando aún estaba oscuro… vio quitada la piedra del sepulcro” (Jn 20, 1). Se asoma, ve los lienzos depositados sobre la losa (esto alude a un episodio posterior: lo que Pedro y Juan ven al llegar a la tumba, Jn 20, 3-10), “y entonces echó a correr” (Jn 20, 2).
Profundamente agitada, pues piensa que “se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20, 2), sale en busca de alguien que pueda darle razón de lo que sucede. Alejándose de allí (el relato fílmico omite el encuentro de María con Pedro y Juan, y la carrera de estos hacia el sepulcro), la Magdalena divisa a un hombre que está vuelto de espaldas tanto hacia la cámara como hacia ella. “Pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto’” (Jn 20, 15).
Sin volverse hacia ella, el hombre inicia el diálogo que recoge S. Juan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. En ese instante , es Jesús (Jeffrey Hunter) quien se vuelve –no María Magdalena, como relata S. Juan- y exclama su nombre: “¡Magdalena!” (en el Evangelio es ‘¡María!’). Ella le reconoce (aquí más por la visión de su rostro que por escuchar su voz) y exclama “¡Maestro!”. Jesús le dice: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre. Ve a mis discípulos, y diles que asciendo a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20, 15-1). El filme concluye el discurso de Jesús con una frase de Mateo: “Diles que vayan a Galilea, allí me verán” (Mt 28, 10).
Como vemos, un relato sincopado de la Resurrección (omite la importante visita de Pedro y Juan a la tumba), inspirado casi exclusivamente en S. Juan, pero que condensa lo esencial del pasaje.
La Historia más grande jamás contada
En 1965, George Stevens dirige La Historia más grande jamás contada con la intención de agradar tanto a los judíos como a los católicos y a los protestantes. Tal vez ese deseo de lograr una vida de Jesús “universalmente aceptada” llevó a este director a poner en sordina algunos pasajes decididamente cristianos; y, entre ellos, el más importante de la Resurrección.
Aquí no vemos a Jesús resucitado. No se aparece a la Magdalena ni a los discípulos de Emaús. Tampoco las apariciones angélicas son del todo claras: cuando entran Pedro y Juan en el sepulcro, hay un hombre que afirma la resurrección de Jesús, pero no queda clara su condición celestial. Desde una visión más emocional que teológica, Stevens omite los hechos principales de ese pasaje y se decanta por una interpretación grandiosa y sugestiva, que alude a los hechos sin mostrarlos.
Primero vemos el amanecer, que simboliza la nueva Vida de Cristo. La luz va inundando el paisaje –a la vez que oímos el “Hallelujah” de Haendel- y animando la vida de los personajes. Primero alcanza a los discípulos que han pasado la noche junto al lago, después llega al cenáculo donde dormitan los discípulos, y finalmente llega también a los soldados que custodian la tumba de Cristo. Todos despiertan con la llegada de la luz y descubren (cada uno a su modo) que el Señor ha resucitado.
En esta versión, Jesús no se aparece a María Magdalena. Ésta recibe una especie de iluminación interior, y recuerda la profecía de Cristo: que resucitará al tercer día. Exclama en alta voz su emocionado recuerdo y esto –en vez de anunciar que la tumba está vacía- es lo que motiva que Pedro y Juan se dirijan apresurados hasta el sepulcro. Lo que sigue es una cronología algo desacompasada: vemos a María Magdalena, que llega la primera al sepulcro (cuando la hemos visto quedarse en casa tras el recuerdo) y su encuentro con un joven que le dice: “¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? ¡Ha resucitado!” (Lc 24, 5-6).
A continuación llegan Juan y Pedro. “Corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro… Llegó tras él Simón Pedro y entró… Entonces entró también el otro discípulo” (Jn 20, 4-8).
Y, mientras seguimos oyendo el “Hallelujah”, el guión traslada a esta escena lo acontecido en dos momentos anteriores: el anuncio de la Magdalena a estos dos apóstoles (Jn 20, 2), aunque no anuncia el robo del cuerpo sino su resurrección; y la visión de las mujeres cuando acuden a embalsamar al Señor: “Al entrar en el sepulcro vieron a un joven a la derecha, vestido con túnica blanca” (Mc 16, 5). Lo ven ellos, no las santas mujeres.
La siguiente escena (separada de las anteriores por el cese del “Hallelujah”) es la confabulación de los príncipes de los sacerdotes para ocultar la resurrección (Mt 28, 11-15). Sale a relucir la argumentación que menciona Mateo (“Decid que sus discípulos vinieron por la noche y lo robaron mientras dormíais”, Mt 28, 13) solo que aquí como mera hipótesis de lo que pudo haber acontecido. La escena termina con una réplica sugerente: “En fin, todo se habrá olvidado dentro de una semana”. Para sorpresa de los otros, el más anciano responde: “No lo sé…”.
El Mesías
En 1975 se estrenó en París la película franco-italiana El Mesías, del antaño neorrealista Roberto Rossellini. La cinta fue recibida con comentarios muy dispares. Unos valoraban su retrato humano de Jesús: de hecho, vemos que sigue trabajando como carpintero también durante su vida pública.
Otros, sin embargo, cuestionaron su visión sesgada de los Evangelios, ya que el director italiano rehuye constantemente los elementos sobrenaturales allí relatados: por ejemplo, se olvida de casi todos los milagros. Y, de este modo, la figura que ofrece de Jesús es la de un “Maestro sabio”, de cuya palabra —más que de su vida o de sus acciones— procede la fuerza redentora y el sentido de realizar una misión divina como Enviado del Padre.
En la escena previa a la Resurrección, el tono costumbrista proporciona un aire nuevo al entierro de Jesús. Los hombres llevan el cuerpo embalsamado, mientras que las mujeres agitan sus incensarios. La procesión es larga, y en ella cae la noche. Mientras llora la Magdalena, vemos salir a la Virgen de la tumba y se corre la piedra sobre la entrada del sepulcro. Los soldados sellan la entrada, como recoge Mateo (27, 66). Un escena vistosa y solemne, en la que aparece claramente la Virgen (pocas veces le vemos en el solemne momento en que se cierra la tumba).
Lo siguiente, sin embargo, nos deja desconcertados. Vemos a la Virgen dirigirse al sepulcro (en vez de las santas mujeres) acompañado de un grupo de discípulos. De pronto, se topan con los soldados que regresan a Jerusalén a todo correr, y aún sin reponerse del susto, ven llegar a María Magdalena que grita: “¡Está vacío, está vacío! ¡El sepulcro está vacío!”. La Virgen echa a correr y llega hasta la tumba. Sólo están los lienzos. Se arrodilla, mira al Cielo y el último plano son las nubes blancas que ve la Virgen. Empieza la música de cierre. Fin de la película.
¿Esto es todo lo que el director tenía que decir sobre la Resurrección? ¿No hay mensajes de los Ángeles ni aparición de Cristo a la Magdalena? Es lícito pensar que hay demasiada omisión para una escena tan decisiva. Siendo, además, la despedida del filme, inevitablemente deja un amargo sabor de desencanto.
Jesús de Nazaret
En 1973, y como consecuencia de dos filmes polémicos (Jesucristo Superstar y Godspell), se concibió la idea de producir un serial televisivo sobre la vida de Jesús. Un proyecto de clara inspiración cristiana, que llevaron adelante la RAI (católica) y la BBC (anglicana). La imagen que la serie nos da de Cristo es clara, brillante, muy divina.
En su relato de la Resurrección, el director Franco Zeffirelli quiso subrayar sobe todo los sentimientos y las reacciones de los personajes. La secuencia arranca con la llegada de María Magdalena y otras dos mujeres (en esto sigue a Mc 16, 1), todavía con las brumas del amanecer. Los soldados dormitan, pero uno despierta y las interpela con dureza: “¿Quiénes sois?”. La Magdalena es quien lidera el grupo: “Somos la familia de Jesús” (Aquí evoca una frase de Jesús: “El que cumple la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi Madre”: Mc 3, 35). “¿Y qué queréis?” “Entrar en la tumba para ungir el cuerpo y llevarle ropa limpia, perfumes…”. El afecto humano de los seguidores de Cristo queda manifiesto en el diálogo. Tanto, que conmueve a los soldados: “Está bien. Pero necesitaréis un ejército para remover la piedra”.
En el trayecto al sepulcro, dos jóvenes y misteriosos labriegos les dicen desde una loma: “¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos? Jesús no está aquí?”. (Zeffireli traslada a esta escena previa el encuentro de las mujeres con dos jóvenes de vestiduras resplandecientes en la entrada del sepulcro: Lc 24, 5-6). Ellas les toman por locos y siguen adelante; pero, al llegar al sepulcro, descubren que, en efecto, Jesús no está. María Magdalena vuelve entonces sobre sus pasos, pero los dos jóvenes han desaparecido.
Sigue una breve escena, en la que el tribuno sospecha que sus soldados se han dormido en la guardia. Y, a continuación, el director italiano centra su atención en las actitudes de los apóstoles. Llega al cenáculo Felipe, y todo son recelos, miedos no del todo expresados de que puedan correr la misma suerte que Jesús. Preguntan a Pedro, que ya entonces hace cabeza en el colegio apostólico, y él responde: “Debemos hacer lo que el Maestro hubiera querido”. Ya no hay dudas ni negaciones en Pedro. Empieza a ser la piedra sobre la que se edifica la Iglesia.
En el instante en que Tomás recela de que Jesús pueda volver, llega María Magdalena y afirma conmovida: “¡Le he visto! ¡Al Maestro! Ha resucitado”. Fuera del guión quedan, por tanto, la visita de los apóstoles al sepulcro (Jn 20, 3-10) y la aparición de Jesús a ella (Jn 20, 11-17). Zeffirelli omite esos pasajes de S. Juan, aunque cita el último versículo: “María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: ‘¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas” (Jn 20, 18). Pero ellos no le creen (Mc 16, 11).
Nada más anunciar que Jesús ha resucitado, la cámara enfoca la reacción de Pedro. Por ese primer plano, y por las citas antes señaladas, podemos concluir que este relato de la Resurrección sigue bastante de cerca el Evangelio de Marcos, que recoge sobre todo la predicación de S. Pedro. Y es que, por encima de la continuidad escriturística, lo que busca Zefirelli en este pasaje es retratar la reacción de los personajes: la emoción y el amor de la Magdalena, la autoridad de Pedro, el temor de los apóstoles, la tosquedad de los soldados, la incredulidad del tribuno…
Jesús
A las puertas del tercer milenio, y tras algunas cintas polémicas (La última tentación de Cristo, Jesús de Montreal) que omiten deliberadamente la secuencia de la Resurrección, varias películas se proponen reflejar una nueva imagen de Cristo: más equilibrada e históricamente precisa.
Frente al Jesús exclusivamente divino y distante de los sesenta (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada) y frente al Jesús “revolucionario” y social (Jesucristo Superstar, Jesús de Montreal), los nuevos filmes van a tratar de mostrar a un Jesús que es Dios y es Hombre al mismo tiempo: muy divino en sus milagros y en su mensaje, pero también muy humano en la preocupación por su Madre y por todos los que le siguen.
El primer fruto de esta nueva tendencia vino de la mano de Ettore Bernabei, un productor italiano que produjo con la CBS la miniserie Jesús (1999), de cuatro horas de duración, dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. Jesús habla de su condición divina, pero a la vez sonríe, bromea y dialoga afectuosamente con los apóstoles.
En el relato de la Resurrección, Young ha creado una puesta en escena que hila muy bien las distintas versiones de los evangelistas. Sobre todo, sigue muy de cerca el relato de S. Juan. La mañana del Domingo, María Magdalena se dirige al sepulcro. Ve la piedra removida (Jn 20, 1) y corre al cenáculo para decir a los apóstoles que “¡Han robado su cadáver!” (Jn 20, 2). Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro (Jn 20, 3). Juan corre más y llega antes, pero sólo se asoma en la entrada. Enseguida llega Pedro y entra (Jn 20, 4-6).
Entonces surge el diálogo entre la razón y el amor, dos caminos para llegar a la Fe. Pedro dice: “No está” (es lógico y razonable pensar que lo han robado), pero Juan contesta: “Ha resucitado”. Pedro sigue hablando el discurso de la razón: “Resucitado no, han robado su cadáver”. Juan, movido por el amor, ha alcanzado ya la Fe: “Pero Él dijo al tercer día resucitaré”. Y Pedro cree al fin (Se trata de una licencia, pues el evangelista dice que el único que creyó es Juan: Jn 20, 10).
Al salir del sepulcro, se topan con María Magdalena, que ha vuelto. Ellos se van corriendo a decir a todos que Jesús ha resucitado (nueva licencia del director) mientras ella se queda desconsolada junto a la tumba (Jn 20, 11). Por detrás de un alto palmeral, se oye una voz que dice: “Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 15). Magdalena no reconoce aún la voz de Jesús, y le dice, tomándole por el hortelano: “Si te has llevado a mi Señor, dime dónde lo has puesto”. Jesús sale de la zona arbolada y dice, a la vista de ella: “¡María!”. Y ella grita: “¡Maestro!” y le abraza emocionada (Jn 20, 16). Una reacción mucho más efusiva que la sugerida en el Evangelio (“No me toques”, le dice Jesús) y más expresiva que las reflejadas en filmes anteriores.
Además, aquí el reconocimiento de Jesús no se produce porque Él se vuelva hacia ella (como en Rey de Reyes) sino por la elevada maleza, lo cual es más razonable. No recoge con exactitud las palabras de S. Juan: “Ella se volvió”, pero sí la sugerencia de que el descubrimiento se produce cuando escucha su nombre. Descubrir que Dios la llama por su nombre, personalmente, con un tono conmovido de infinito cariño es algo que la cinta sugiere, aunque no ha sabido reflejar por completo.
Después vendrá también la reticencia de Tomás y el testimonio de María Magdalena, justo antes de la aparición de Jesús (Jn 20, 24-29), pero esto es suficiente para ver cómo Roger Young ha sabido plasmar en imágenes todos los sucesos de aquella intensa mañana y todas las reacciones de los personajes principales. Todo en apenas 3 minutos y siguiendo enteramente el relato de S. Juan.
El hombre que hacía milagros
En la misma línea de mostrar a un Jesús divino y humano, Redentor de los hombres y –a la vez- cariñoso y afable con todos, en el año 2000 se estrena en Estados Unidos una película de animación, dirigida por Stanislav Sokolov, titulada El hombre que hacía milagros. Muy fiel a los Evangelios, la historia está narrada desde el punto de vista de una adolescente: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora.
El filme presta una especial atención a la secuencia de la Resurrección y a los acontecimientos que siguieron. Mientras otras películas omiten esa parte (El Mesías), la reducen al mínimo (El Evangelio según San Mateo) o la distorsionan por completo (Jesús de Montreal, Jesucristo Superstar), El hombre que hacía milagros le da una importancia capital en el conjunto del relato. Además, y en comparación con los demás filmes comentados en este artículo sobre “La Resurrección en el cine”, aquí el desarrollo de esos acontecimientos abarca un metraje considerable y conjuga, en su narración, la fidelidad a las Escrituras con una integración creativa de las distintas escenas relatadas por S. Juan y S. Lucas.
En este filme vemos, de forma hilvanada, todos los sucesos de aquellas horas: María Magdalena encuentra la tumba vacía y se echa a llorar (Jn 20, 1). Entonces, una voz cálida a sus espaldas —que ella toma por la del hortelano— trata en vano de consolarla; hasta que le oye pronunciar su nombre, “¡María!”, y se vuelve conmovida porque ha comprendido que está ante Jesús resucitado (Jn 20, 11-18). Según le indica el Maestro, corre a contárselo a Pedro, y esto mueve al apóstol a acudir a la tumba (Jn 20, 2-7), aunque sin la compañía de Juan.
De regreso a Jerusalén, mientras medita en el sepulcro vacío, Pedro se encuentra con el Maestro (Lc 24, 34) y vuelve corriendo para contarlo a los demás apóstoles. Al llegar al cenáculo, vemos que acaban de llegar Cleofás y Jairo, y éstos relatan —se ve luego en dibujos animados— cómo Jesús se les ha aparecido en el camino a Emaús y les ha explicado las Escrituras, y cómo le han reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35). Tomás muestra entonces un escepticismo sarcástico frente a esos relatos, que juzga fantaseados… pero sucede la repentina aparición de Jesús, que enseña sus manos a todos, y en especial a Tomás. El apóstol cambia su incredulidad por un sincero acto de fe (Jn 20, 36-41).
La concatenación de escenas -creando unidad en lo que eran cuadros sueltos- es lo que hace sublime, atractivo y dinámico el relato que este filme nos ofrece de toda la secuencia de la Resurrección.
La Pasión de Cristo
El último filme que analizamos en este artículo es La Pasión de Cristo (2004), dirigido por Mel Gibson. En un plano breve (un epílogo sumamente sugestivo a todo el gran relato de la pasión) nos ofrece una explicación teológica –basada por completo en un pasaje de S. Juan- de lo que sucedió en el instante de la Resurrección.
Según testimonios de la época, los judíos empleaban una gran sábana blanca para embalsamar a los difuntos. También era costumbre envolver el rostro con otro paño más pequeño (sudario, le llamaban) para sujetar la mandíbula y evitar que se abriera la boca del cadáver. Es lo que hicieron con Jesús: tenía la sábana “y el sudario que había sido puesto en su cabeza” (Jn 20, 7). Con esto tenemos dos piezas: la sábana y una venda separada de ella que se usaba como mortaja.
Cuando Juan entró en el sepulcro, “vio los lienzos plegados y el sudario, que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio” (Jn 20, 7). Es esa disposición de los lienzos (“todavía enrollados” pero sin el cuerpo en su interior), simplemente “plegados” (en el original griego: “caídos”, como si hubiera desaparecido el cuerpo de su interior) es lo que inmediatamente mueve a la conversión del apóstol: “Entonces entró también el otro discípulo…, y vio y creyó” (Jn 20, 8).
Todo esto es lo que trata de reflejar el último plano de la película de Mel Gibson. Un fantástico plano-secuencia sugiere el momento en que se desliza la piedra de la entrada. Todos los Evangelios señalan que la piedra fue removida, y Mateo describe incluso el momento en que “se produjo un gran terremoto, y un ángel del Señor… apartó la piedra” (Mt 28, 2). La toma va recorriendo las distintas cavidades de la roca, y de repente entran en plano los lienzos sagrados en el momento en que empiezan a caer sobre sí mismos.
Sigue el movimiento del plano, y los lienzos quedan “caídos”, atados y enrollados alrededor de la mortaja, como si en ese preciso momento hubiera desaparecido el cuerpo de Jesús. Justo entonces vemos la razón de ese vacío: la cámara enfoca un luminoso primer plano de Cristo resucitado, que a continuación se alza para mostrar su cuerpo glorioso, sin los estigmas de la flagelación y la coronación, pero sí con las señales de los clavos en sus manos. Es el momento en que acaba de resucitar y por eso los lienzos caen sobre sí mismos. Gibson muestra así a los espectadores, justo en el momento en que sucede, lo que una vez acontecido conmoverá profundamente a Juan.