Originalísima película, concisa —75 minutos— y jugosa, quizás minoritaria por sus radicales planteamientos estéticos, pero llamativamente moderna para unos directores tan veteranos y que, sin duda, cabe incluir entre lo mejor del cine italiano de las últimas décadas. Es una luz de esperanza en la cruda realidad de unos condenados que, a pesar de sus adversas circunstancias, han tenido la capacidad de redención por la entrega comprometida al arte y la belleza.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Cesare deve morire. |
SINOPSIS
El teatro de la cárcel Rebibbia de Roma. Acaba de terminar la representación de “Julio César”, de Shakespeare; el público aplaude, entusiasmado. Las luces se apagan y los actores vuelven a su condición de presos camino de las celdas. SEIS MESES ANTES: El director de la cárcel y un director de teatro se dirigen a los presos para hablarles de un nuevo proyecto, la escenificación de la obra “Julio César” en la cárcel. El primer paso es el reparto. El segundo, el estudio del texto. El idioma universal de Shakespeare ayuda a los presos a identificarse con los personajes. Es un camino largo, difícil, plagado de ansiedad y de esperanza. Estos suelen ser los sentimientos que invaden a los presos en sus celdas, después de los ensayos.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
El teatro de la cárcel Rebibbia, situada en las afueras de Roma. El público, puesto en pie, aplaude entusiasmado a los actores, que acaban de representar Julio César de Shakespeare. Éstos saludan sonrientes y satisfechos, orgullosos de su trabajo.
Pero las luces se apagan, el color de la película deja paso al blanco y negro, los actores recobran su auténtico papel de reclusos del Módulo de Máxima Seguridad y regresan a sus celdas. Son reos de graves delitos, como asesinato, narcotráfico, crimen organizado…
Así comienza la magnífica película César debe morir, escrita y dirigida por los hermanos Paolo y Vittorio Taviani.
La narración hace un salto de seis meses hacia atrás, cuando el director de la cárcel y Fabio Cavalli, director de teatro, presentan un proyecto para escenificar Julio César y piden voluntarios. Se realiza el casting y los seleccionados empiezan a estudiar los textos.
A partir de ese momento da comienzo la dramática lucha entre personaje y persona. Como en un juego de espejos en un laberinto, en los ensayos se van intrincando las pasiones humanas de afán de poder, deseos de libertad, mentiras, traiciones y violencia de los personajes de la obra, con los demonios interiores de los presos convertidos en actores.
El guión y la cámara muestran tipos profundamente humanos, pero en los que no se puede distinguir entre la hondura del personaje shakespiriano y el drama interno del actor. Contribuyen a esa confusa identificación los escenarios que ofrece la cárcel –celdas, patio, biblioteca…–, impactantes en su austeridad y por las medidas de seguridad que los envuelven, como ámbito en el que se desarrolla la tragedia de traición, violencia y muerte en la lucha por el poder de la antigua Roma.
En una sobrecogedora escena, en el foro romano los “ciudadanos” escuchan, tras las ventanas enrejadas, el vibrante discurso de Bruto en la tribuna –patio de la prisión– para justificar la muerte de César. Pero en lugar de los gritos “¡Viva Bruto! ¡Nombrémosle César!”, de la obra de Shakespeare, los brazos de los actores-reclusos se agitan entre las rejas mientras gritan enardecidamente “¡Libertad! ¡Libertad!”.
A medida que cada actor va penetrando en el mundo de la belleza literaria, se va elevando sobre sí mismo, pero, al mismo tiempo va tomando conciencia de su sombría realidad de interno condenado a larga pena de prisión y de la sordidez de su entorno. Vemos a uno de ellos, en la biblioteca del Centro, disfrutando con la lectura de La Guerra Civil de Julio César. En contrapartida, al final de la representación, cuando la aventura ha terminado, el color de la escena ha desaparecido y la vida vuelve a ser en blanco y negro, los reclusos regresan a sus celdas, y Casio –Cosimo Rega en la vida real– se vuelve hacia la cámara y exclama con amargura: “Desde que he conocido el arte, mi celda se ha convertido en una cárcel”.
La película deja un regusto triste en el espectador, porque algunos de los actores están condenados a cadena perpetua. Sin embargo, en los créditos finales se da noticia de que Salvatore Striano –Bruto en la representación– ya ha cumplido su condena y se ha convertido en actor profesional. Alguno se ha beneficiado de una amnistía, dos de ellos han publicado libros… Es una luz de esperanza en la cruda realidad de unos condenados que, a pesar de sus adversas circunstancias, han tenido la capacidad de redención por la entrega comprometida al arte y la belleza.
[Jeronimo José Martín – COPE]
El teatro de la cárcel de máxima seguridad Rebibbia, en las afueras de Roma. Acaba de finalizar la representación de “Julio César”, de William Shakespeare. El numeroso público aplaude entusiasmado. Las luces se apagan, y los satisfechos actores retornan a las celdas para recuperar su condición de presos peligrosos. Así comienza “César debe morir”, originalísima película de los octogenarios hermanos Paolo y Vittorio Taviani, autores desde 1954 de algunos títulos clave del cine italiano, como “Padre Padrone”, “La noche de San Lorenzo”, “Kaos”, “Good Morning, Babilonia” o “Las afinidades electivas”. Con “César debe morir” ganaron el Oso de Oro en la Berlinale 2012 y optan ahora al Oscar al mejor filme en lengua no inglesa —en representación de Italia—, así como a tres Premios del Cine Europeo: mejor película, director y montaje. En primer lugar, la película es un homenaje al dramaturgo italiano Fabio Cavalli que, desde hace años, dirige con gran éxito un taller de teatro con los presos de la cárcel Rebibbia.
En este sentido, el filme de los Taviani documenta su personal modo de trabajar durante la preparación de la versión del “Julio César” que dirigió en 2011. Pero la película es también un acercamiento muy íntimo al alma de sus singulares actores, diversos presos con delitos graves —asesinato, narcotráfico, asociación con el crimen organizado…—, que desatan toda su pasión para encarnar con vigor y veracidad unos personajes inmortales, que —como quizás ellos mismos han vivido— protagonizan una tragedia de lucha por el poder, afán de libertad, traiciones, venganzas y violencia. Cada uno, con el acento de su región de origen, aunque acomodado a la posición social de cada personaje. Los Taviani exprimen con su cámara las diversas e impactantes tipologías humanas de sus actores, arrancando de ellos unas interpretaciones asumidamente teatrales, pero de una autenticidad apabullante. Y, al mismo tiempo, en su excelente planificación, aprovechan al máximo las enormes posibilidades escenográficas de las diversas estancias de la cárcel Rebibbia: celdas, biblioteca, patios, zonas comunes, puertas y ventanas enrejadas, torres de vigilancia… Todo ello, en un impactante y contrastado blanco y negro, de fulminantes efectos dramáticos, que sólo adquiere color en el prólogo y el epílogo, así como en varios momentos puntuales, relacionados sobre todo con el ansia de libertad de los presos y con sus demonios interiores, que les llevan a veces a mezclar la vida real con la ficción. En este sentido, el tono de la película es más bien triste, pues, aunque subraya la capacidad de redención del arte y el trabajo, no oculta las profundas heridas de sus actores. Uno de ellos lo sintetiza muy bien en la recta final de la película.
“Cuando descubrí el arte —señala—, esta celda se convirtió en una auténtica prisión”. En todo caso, se agradece que los Taviani subrayen en los créditos finales los ciertos caminos de rehabilitación iniciados por varios de sus actores. Queda así una película concisa —75 minutos— y jugosa, quizás minoritaria por sus radicales planteamientos estéticos, pero llamativamente moderna para unos directores tan veteranos y que, sin duda, cabe incluir entre lo mejor del cine italiano de las últimas décadas.
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muy buena película gracias