Monólogo introspectivo, que se nutre de los recuerdos personales, los juicios sobre la historia y sus protagonistas, y las ideas sobre el ser humano y la política de un monstruo lleno de cinismo y soberbia, incluso ante la inminencia de su fusilamiento. La película avanza desde el punto de vista del espectador, que va descubriendo la terrible progresión de realidades que ofrece la experiencia de la historia de Mussolini
SINOPSIS
El dictador Benito Mussolini y su amante Claretta Petacci, esperan su ejecución inmediata. Mussolini, destronado, reflexiona sobre el derrumbe de su contradictoria vida. Ninguna de sus certezas permanece, sólo sabe a ciencia cierta que en unas horas va a morir.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
Noche del 27 al 28 de abril de 1945. El dictador Benito Mussolini y su amante, Claretta Petacci, recluidos en una lúgubre estancia, en Dongo, ciudad del norte de Italia, esperan su próxima ejecución. En las pocas horas que le quedan de vida, Mussolini (Miguel Torres) habla de sí mismo, Benito Amilcare Andrea Mussolini, Il Duce. Es un monólogo introspectivo, que se nutre de los recuerdos personales, los juicios sobre la historia y sus protagonistas, y las ideas sobre el ser humano y la política de un monstruo lleno de cinismo y soberbia, incluso ante la inminencia de su fusilamiento. Claretta Petacci (Julia Quintana) presta su presencia silenciosa de mujer enamorada dispuesta a morir con su hombre. Las pocas palabras que pronuncia en esa noche, antesala de la muerte, son sólo el eco del discurso de Mussolini.
En la película, vamos descubriendo a un ser deleznable, incapaz de sentir ni el más mínimo asomo de remordimiento recordando las atrocidades cometidas. Tan sólo en algunos momentos muy puntuales, a la largo de esa noche de confesiones, percibimos en él un atisbo de humanidad, cuando recuerda sufrimientos de sus hijos.
En su cuasi monólogo, van surgiendo fluidamente diversos temas entrelazados, prácticamente sin solución de continuidad. Se diría que no se trata más que de un simple desahogo, una mirada perdida hacia atrás cuando el tiempo se acaba y el futuro ya no existe, reflexiones y recuerdos deslavazados ante la proximidad de la muerte. Habla de su infancia, de sí mismo, de su forma de ser y de pensar, de su protagonismo en la historia. Parece que, en los pocos metros cuadrados del deteriorado aposento, no sucede nada. Sin embargo la película avanza desde el punto de vista del espectador, que va descubriendo la terrible progresión de realidades que ofrece la experiencia de la historia de Mussolini.
La persona de Benito Mussolini, ávida de poder a cualquier precio, se convierte en un personaje: el dictador (es decir, el que “dicta” lo que quiere que piensen y hagan los demás). No son dos realidades distintas. No es la persona versus el personaje. Ambos, persona y personaje, son una misma realidad, Mussolini fue la oruga que se transformó en el Duce.
Todo dictador sabe cómo quiere saciar sus ansias de poder y, para ello, construye su propia estructura de autocracia. No le importan los hombres ni su bienestar, incluso desprecia a “la masa”, sólo quiere dominar. El sistema que crea el dictador está al servicio de su avidez de poder omnímodo. Para ello, manipula, miente, destruye y mata.
El cínico discurso de Mussolini encierra una grave advertencia para el hombre de hoy, si bien el personaje de la película no tiene intención aleccionadora con sus palabras. Es el espectador quien extrae sus conclusiones… y se estremece de temor. Porque queda de manifiesto que en cualquier época, hoy mismo, una persona ansiosa de poder, con las cualidades necesarias y falta de escrúpulos, puede llegar a convertirse en un dictador.
El día 28 de abril de 1945, Benito Mussolini, después de un juicio sumarísimo, fue fusilado. Pero con él no murió el último dictador ni el “fascismo”, en tanto que masa que se deja moldear con el pensamiento único y obedece dócilmente a las consignas del autócrata de turno, tal vez bajo la confusa apariencia de régimen democrático y de libertad. El nuevo dictador, de forma artera, creará su propio sistema totalitario para manipular a la masa y conseguir sus perversos propósitos de poder político y/o económico.
No son tres partes delimitadas de la película, sino que la acción va progresando a ritmo constante –con algún respiro para aliviar la tensión y que el espectador pueda asumir toda la carga de admonición que se desprende de las confesiones del protagonista– hasta alcanzar el clímax, cuando ya no queda nada más que encontrar en los recuerdos.
En esta magnífica película, Gordon no intenta en absoluto humanizar ni justificar la figura de Benito Mussolini. Sencillamente lo presenta, con la técnica de la introspección, hablando de sí mismo, pero sin arrepentimiento, con la asunción de su fracaso, aunque no de su culpa. Pero finalmente, a pesar de que sigue manteniendo su ideología atroz, no puede dejar de experimentar el enorme vacío de una vida dedicada exclusivamente a la satisfacción de las propias pasiones y, muy en fondo de su alma corrompida, a sentir un cierto deseo de perdón.
Un acertado juego de luces y sombras nos presenta la imagen del “último César de Roma” en toda su grandeza, y un juego de espejos, en toda su deformidad. La cámara utiliza oportunamente los primeros planos del dictador. Sin necesidad de hablar se expresa el orgullo desmedido del personaje, la firmeza, los rencores, la amargura… Y el zoom sobre los desconchados de las viejas paredes o sobre la araña atrapada en su tela, en la soledad de un rincón, como Mussolini solo y desnudo ante sí mismo, grita la destrucción y la muerte.
Es una película impresionante, que pide ser vista con calma, comprometidamente. El espectador debe involucrarse totalmente, para atender a los dos planos de la película. Por una parte, la línea argumental, que va mostrando quién fue Benito Mussolini, ese joven revolucionario, hijo de un herrero, que llegó a tener un papel preponderante en la Europa herida por el nazismo de Hitler y el comunismo de Stalin.
Y al hilo de la experiencia personal y política del Duce, el aviso de que Stalin –el último superviviente de los tres autócratas implicados en la Segunda Guerra Mundial– no fue el último dictador. El peligro (¿sólo peligro?) se sigue cerniendo sobre nosotros.
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