La reciente ceremonia de los Oscar ha premiado en sus categorías de interpretación masculina a los integrantes de este duro y sórdido drama que recrea un episodio real, seguramente más duro y sórdido que su versión cinematográfica. Tiene mucho de vorágine desenfrenada, pero fundamentalmente es la historia de un hombre que descubre el valor de la vida cuando está a punto de perderla; un descubrimiento que incluso despierta su religiosidad. Advertencia: es una película para adultos, que no se ahorra imágenes fuertes.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Dallas Buyers Club. |
SINOPSIS
Cuando a Ron Woodroof se le diagnostica que tiene el virus del SIDA, se le prescribe un fármaco altamente tóxico y se le pronostican 30 días de vida. Reacio a aceptar esa sentencia de muerte, Woodroof se introduce en el mundo de los fármacos clandestinos y acaba convirtiéndose en el mayor promotor de un tratamiento no aprobado legalmente que no solo le alivia de la enfermedad, sino que también prolonga su vida. Woodroof inicia una batalla contra la Administración de Alimentos y Medicamentos, y da pie a una campaña de concienciación sobre la desinformación del Gobierno para ayudar a todas las víctimas silenciosas que sufren el virus del SIDA.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana – Alfa y Omega]
Si algo ha sorprendido en la reciente entrega de los Oscars de Hollywood es que los dos premios de interpretación masculina (Matthew McConaughey y Jared Leto) hayan ido a parar al mismo filme, “Dallas Buyers Club”, que estaba también nominado a mejor película y guión original. Un drama sórdido y duro que recrea un episodio real, seguramente más duro y sórdido que su versión cinematográfica.
Estamos en 1986. El ‘boom’ del SIDA ha estremecido al mundo entero, y no sólo a los colectivos de homosexuales, sino a todos aquellos que llevaban una vida sexual promiscua e irresponsable. La industria farmacéutica se ve ante el reto de descubrir tratamientos adecuados, e inevitablemente se pone en marcha una maquinaria atravesada de fuertes intereses económicos. Ron Woodroof (Matthew McConaughey) era un electricista texano, homófobo, amante de los rodeos, y empedernido mujeriego y consumidor de drogas. Cuando le diagnostican el SIDA, y le dan un mes de vida, adquiere por primera vez conciencia de la responsabilidad ante su propia vida.
Le empiezan a suministrar el medicamento oficialmente protocolario en Estados Unidos para el tratamiento del SIDA, el AZT. Ante la ausencia de resultados satisfactorios, y tras contactar con diversas personas, Ron comienza a investigar por su cuenta, como hicieron los padres del enfermo chaval de “El aceite de la vida”. Así, marcha a México, donde un médico clandestino le proporciona unos medicamentos que parecen hacerle mejorar. De vuelta a Estados Unidos, solicita esos fármacos en su hospital, donde le comunican que no están autorizados por la Food and Drug Administration (FDA). En ese momento, Ron comprende que la compañía farmacéutica fabricante del AZT marca las directrices de la agencia federal, y decide importar ilegalmente esas sustancias, no sólo para él, sino para todos los enfermos de SIDA de su localidad. Crea entonces el ‘Dallas Buyers Club’, una tapadera que le permite distribuir los fármacos en el límite de la legalidad. Para ello, se asocia con Rayon (Jared Leto), un gay que abrirá su mercado al mundo de los homosexuales.
El filme, sin embargo, no es sobre la homosexualidad. Por un lado, al estilo de “Erin Brockovich”, relata la lucha de un hombre contra el sistema. Por otro, denuncia ciertas prácticas hegemónicas de las compañías farmacéuticas. Pero, fundamentalmente, es la historia de un hombre que descubre el valor de la vida cuando está a punto de perderla; un descubrimiento que incluso despierta su religiosidad. Es hermoso el momento en que, juntando las manos ante las velas de un night club, se dirige a Dios y le dice: “Si estás ahí, dame otra oportunidad, dame un respiro, no estoy preparado, dame al menos una señal”. Otro momento significativo es cuando, al tomar conciencia de su vida y su muerte, detiene el automóvil y lanza un grito sordo como el que lanzara Michael Corleone al final de “El Padrino III”.
Se echa en falta un juicio más claro sobre la vida deshumanizada de los personajes. Aunque, es tan sórdido el mundo que nos muestra, de una fragilidad enorme, sometido a la esclavitud de las drogas y del sexo, que las imágenes por sí solas emiten un juicio implacable. Por otro lado, la homofobia de Ron no deja paso en él a una celebración de la homosexualidad, sino al descubrimiento del ser humano que hay en cada homosexual, un ser humano que despierta en él la compasión.
El director canadiense Jean-Marc Vallée ya había tratado personajes históricos —como en su brillante “La reina Victoria” (2009)— y se había acercado al mundo de la homosexualidad en “C.R.A.Z.Y.” (2005), una película amable pero muy complaciente. Por último, también se adentró en el mundo de las vidas rotas con la compleja “Café de Flore” (2011). Para “Dallas Buyers Club”, ha contado con el guion de Melisa Wallack —“Mi vida es una ruina”, “Blancanieves (Mirror, Mirror)”— y el debutante Craig Borten. Sin duda, este filme tendría mucha menos hondura dramática sin la excelente interpretación de Matthew McConaughey. Dicho todo esto, hay que advertir claramente que no hablamos de una película para todos los estómagos; es un filme para adultos acostumbrados a un cine hiperrealista, en el que no se le van a ahorrar imágenes fuertes y explícitas.
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