De vez en cuando el cine nos regala películas sencillas que consiguen tocar el corazón del espectador sin recurrir a un almíbar facilón. Cuando, como en esta ocasión, la película está firmada por un director debutante el regalo tiene más valor porque presagia otras obras de buen cine. Éste es el caso de “St. Vincent”, película que sorprendió y fue aclamada por el público en el reciente Festival de Toronto.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: St. Vicent |
SINOPSIS
El film cuenta la historia de Maggie una mujer separada, que llega a un barrio de Brooklyn acompañada de su hijo Oliver de doce años. Maggie tiene que trabajar muchas horas por lo que no tiene otra solución para su hijo que dejar que sea cuidado por un vecino cascarrabias, Vincent, que acepta a regañadientes y por una nada desdeñable compensación económica, la custodia temporal de Olivier.
El niño está acobardado en el colegio, sufre el acoso de unos matones, es extremadamente sensible y frágil, no confía en sí mismo y está lleno de miedos. Vincent es un auténtico impresentable, borrachín, fumador compulsivo, maleducado, machista, grosero, sucio y egoísta. Mantiene una relación sentimental con una stripper, Daka, gasta su dinero en las apuestas y sólo mantiene una relación respetuosa con su gato.
Entre estas personas: la madre, el niño, Vincent y Daka, comienza a surgir una química especial que les hará descubrirse como seres humanos y dar lo mejor de sí mismos por los demás. Por otra parte, un joven sacerdote y profesor de Oliver anima a los alumnos a descubrir y presentar algún santo que haya en la actualidad; el niño empieza entonces a mirar al viejo gruñón con una mirada que nadie lo ha hecho, descubriendo que –tras una apariencia de alguien repulsivo- se esconde un ser humano de buen corazón.
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CRÍTICAS
[Josan Montull – Colaborador de CinemaNet]
La película, que podría ser previsible en sus situaciones, se convierte pronto en un desenfrenado y agridulce producto de buen cine con una factura técnica excelente y un ritmo preciso. Lejos de caer en tópicos melodramáticos fáciles, “St. Vincent” es un canto a la vida, a la supuración personal y a la amistad.
El debutante Theodore Melfi maneja con una extraordinaria habilidad el guión del film para que el ritmo nunca decaiga. Además dirige de forma extraordinaria a un puñado de actores (tanto protagonistas como secundarios) que están estupendos.
Mención aparte merece Bill Murray; la película reposa sobre él. Su actuación es absolutamente extraordinaria; sin excesos ni estridencias, con una mirada que habla, nos presenta a un tipo bueno –un santo- escondido bajo una más cara de canalla. Murray está tocado de gracia en este film y para mucho es la mejor actuación de su carrera.
La magnífica música de Theodore Shapiro se combina con varias canciones entre las que destaca el tema de Bob Dylan “Shelter from the Storm”, cantado por Murray a la vez que la oye en los auriculares.
Extraordinariamente humana y entretenida esta película nos invita a mirar a las personas más allá de las apariencias, sabiendo que cada ser humano, por más desajustado que esté, tiene una cuerda sensible al bien y, de una u otra manera, está llamado a la santidad. Ahí está el mérito de la película, en invitarnos a mirar en profundidad y descubrir la bondad del mundo a nuestro alrededor. Esta mirada el director la tiene también con el mundo de la religión y de la Iglesia, que es presentado con respeto, ternura y delicadeza. Hay que tener una mirada limpia y amplia, viendo más allá de las apariencias, incluso el film nos anima a mirar en nuestro corazón para ver qué posibilidades tenemos de vivir en santidad aunque seamos algo pecadores y mezquinos.
A este santo de cine no le falta de nada, tiene humanidad, capacidad milagrosa, y hasta un animalillo beatífico que le acompaña, un gato de ancora que se deja acariciar por su dueño y que, a pesar del aparente desastre que ve a su alrededor, es capaz de mirar y confiar.
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