La sexta entrega -sin contar spin-offs- de la saga de los mutantes es esta «X-Men: Apocalipsis», donde los héroes ya conocidos y alguna cara nueva se dan de mamporros entre sí para intentar detener al malvado Oscar Isaac púrpura que amenaza con destruir el mundo. Mucha pirotecnia y poco desarrollo de personajes en un blockbuster entretenido pero olvidable.
Título Original: X-Men: Apocalypse |
SINOPSIS
Cuando el poderoso mutante Apocalipsis (Oscar Isaac) regresa de su letargo forzado tras miles de años aplastado por una pirámide en Egipto, su sed de conquista hará que quiera someter a la humanidad bajo su yugo. Mientras recluta a sus cuatro jinetes, el profesor Charles Xavier (James McAvoy) y sus alumnos –los X-Men del título-, se preparan para detenerle a la vez que aprenden a usar sus poderes para salvar a la gente de un mundo que les rechaza, odia y teme.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de CinemaNet]
En principio, que una película tenga como propósito principal servir de evasión palomitera para pasar un buen rato en la acogedora oscuridad de una sala de cine no es necesariamente malo. Sin ir más lejos ni salir del género al que pertenece este “X-Men: Apocalipsis”, Marvel se ha vuelto experta en producir entretenimiento eficaz sin descuidar el carisma, mantener el tono y, en ocasiones, incluso apuntar reflexiones interesantes –véase “Capitán América: El Soldado de Invierno” o la última, “Civil War”-.
El problema es que Bryan Singer no ha logrado en esta película lo que demostró que sí sabía hacer con las primeras entregas de la trilogía original de los mutantes –“X-Men” y “X-Men 2” erigieron en buena parte los pilares del cine de superhéroes moderno-. “X-Men: Apocalipsis”, por el contrario, se revela como un trabajo de brocha gorda, un espectáculo bombástico pero bastante hueco.
A nivel de fondo, la película se construye sobre la típica pugna entre el bien y el mal, sin comerse mucho la cabeza ni dar a los personajes un trasfondo demasiado elaborado: el Apocalipsis de un Oscar Isaac bajo toneladas de maquillaje púrpura es malo porque toca y los X-Men son buenos porque eso es lo que se supone que hacen los protagonistas. Más allá de Magneto –la agradecida excepción que confirma la regla-, mutantes con tanto peso en la trama como Tormenta, Rondador Nocturno o Cíclope son personajes más planos que un carpaccio. Y lo de Jennifer Lawrence interpretando a Mística con cara de estar deseando tomar el dinero y correr es el mejor –peor- ejemplo.
Aun así, echándole ganas es posible encontrar dos o tres escenas a las que dar vueltas en un debate post-visionado por su carga de significado, aunque desde luego tampoco son “El indomable Will Hunting”. La primera –saltad al siguiente párrafo para evitar algún pequeño spoiler y llegar a la cinta totalmente vírgenes- es esa en la que Charles Xavier/James McAvoy espeta al villano principal en medio de la batalla que no ganará porque pelea solo. Ver a los X-Men como una familia –visión reforzada por el hecho de que conviven juntos en un mismo hogar, la mansión Xavier- es una constante en las cintas sobre los mutantes, y aquí aparece como una de las claves del éxito del grupo.
En segundo lugar, es interesante analizar el mensaje de Apocalipsis. El mutante egipcio quiere someter a los “débiles” humanos. Los ecos de Nietzsche se hacen especialmente evidentes cuando, al ponerse al día de lo que ha ocurrido en el mundo, Apocalipsis reniega de que los países están “gobernados por los débiles” –solo le falta añadir que la moral de los esclavos ha triunfado sobre la de los señores y pasaría por un Zaratustra con capa-. Es un mensaje coherente con el desarrollo de la saga: la lucha por que los fuertes gobiernen a los débiles es el mismo estandarte que esgrimía el Magneto de Ian McKellen en la trilogía original.
Hablando del amo del metal, el mutante interpretado por Michael Fassbender –un actor que de un tiempo a esta parte parece que no pueda hacer nada mal, desde un Shakespeare al genio déspota de Apple– es el gran logro de la película. Su desarrollo como personaje brilla en el mar de personajes inamovibles, desde su retiro en Polonia hasta sus últimas decisiones. Magneto, con su relación de amistad/odio con Xavier y sus dilemas morales, es de lo mejor de la película, y su historia es, además, coherente con lo que se cuenta en los cómics clásicos del grupo.
De hecho –al César lo que es del César-, el look que ha querido imprimir Singer a esta entrega es más comiquero que en ocasiones anteriores, y se agradece. Teniendo en cuenta el material de referencia y el carácter de blockbuster sin pretensiones, apostar por un diseño de vestuario, escenografía y diálogos más cercanos a las viñetas es una decisión positiva para la película. Desde la aparición de cierto sujeto de Arma X al cameo de los trajes icónicos de los X-Men en los últimos segundos, pasando por una segunda escena a cámara lenta de Mercurio –tras su aclamada intervención en “Días del futuro pasado”-, el director apuesta y acierta en soltarse algo más la melena y alejarse un punto de la seriedad impostada.
En lo referente a lo técnico, los efectos especiales son tan espectaculares como cabría esperar, con las explosiones y los rayos de rigor por doquier. Sin embargo, hay bajones de ritmo de la trama –son casi dos horas y media de metraje no muy bien aprovechadas- que a la larga provocan la sensación de déja vu, de que esa destrucción y esa ciudad genérica en ruinas ya están vistas.
En definitiva, el cierre de la trilogía comenzada con “Primera generación” es una película palomitera a medio gas, con mucha pirotecnia pero poco trabajo de construcción de personajes o elaboración de una reflexión de fondo coherente. Bryan Singer apuesta por un senda más comiquera que resulta refrescante pero cuyo resultado final no deja de ser “otra más de superhéroes”: entretenida pero olvidable.
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