Cuanto más crecemos, más gente depende de nosotros. Pero, ¿qué ocurre cuanto vamos perdiendo poco a poco a quienes nos rodean? De eso habla «Mi amigo Mr. Morgan», del ciclo vital de cada persona y de la amistad, que no entiende de edad.
Cuando somos pequeños, lo único que queremos es crecer, poder hacer lo que vemos a nuestros mayores. En definitiva: tener libertad. Pero lo cierto es que, cuanto más crecemos, menos libres somos, porque más gente depende de nosotros. Pero, ¿qué ocurre cuanto vamos perdiendo poco a poco a quienes nos rodean? ¿Cómo continuar, cómo seguir? De eso habla «Mi amigo Mr. Morgan», del ciclo vital de cada persona y de la amistad, que no entiende de edad.
[José Vicente Luján. Colaborador de CinemaNet]
Ayer apareció otro anciano muerto en su casa. Llevaba fallecido más de una semana. Un familiar fue quien alertó de su desaparición, al no lograr contactar con el desde hace varios días.
Este tipo de noticias son muy frecuentes en nuestros medios de comunicación. Demasiado. Sin embargo parece que estamos anestesiados ante el dolor de tantos ancianos que se despiertan solos cada día en sus casas porque ha muerto su compañero de viaje. No es ellos no tengan a nadie, sino que sus familiares ya no se acuerdan de ellos. De estos y otros temas trata Mi amigo Mr. Morgan (Sandra Nettelbeck, 2013), una película sobre la pérdida de los seres queridos, la vejez, la familia y la amistad.
El protagonista es Michael Cane. Su mujer acaba de morir en París, victima de un cáncer. Un día repara en una chica joven (Clémence Poésy) que va en su autobús con la que poco a poco entabla conversación. Empieza entonces una relación de amistad en la que cada uno busca la familia que no tiene: ella unos padres que han fallecido, él unos hijos que ya no le visitan.
La película es un canto a la amistad en cualquier edad y una apuesta por recomponer los vínculos familiares a la vez que habla también sobre la soledad. El protagonista recorre un camino vital a través de su relación de amistad que le permitirá abrirse con uno de sus hijos y cerrar las heridas que la vida ha ido abriendo en su camino.
Pero no todo el saldo es positivo. La directora no evita caer en el cliché en el último tercio de película y ofrece un final que habría sido mucho mejor si hubiese mantenido hasta el final su valiente propuesta inicial. Además, la composición de los personajes de los hijos es muy irregular y aunque Gillian Anderson (Expediente X) es una excelente actriz, aquí está muy desaprovechada.
A pesar de todo nos queda una bonita historia de amistad que no entiende de edad, dos personajes principales hechos con cariño, con los que la directora sigue tratando su tema preferido, la pérdida de aquellos a quienes mas queremos. Es una historia de tintes dramáticos, pero con momentos de luz.
Se agradecen relatos honestos como estos que sirven para abrir debates en nuestra sociedad: todos contamos, también nuestros mayores. No les dejemos nunca de lado por comodidad.
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