Andreas Muñoz tiene 27 años, debutó en el cine de la mano de Guillermo del Toro en El espinazo del diablo y esta semana aterriza en España con su última película: Ignacio de Loyola, donde interpreta a su protagonista. La cinta, opera prima del filipino Paolo Dy, narra la transición de soldado a peregrino del fundador de la Compañía de Jesús.
En CinemaNet hemos tenido la oportunidad de charlar con el actor durante la promoción de esta película. Os dejamos aquí la entrevista, un intercambio muy enriquecedor sobre conversión, verdad, historia y fuego abrasador:
En la película interpretas a San Ignacio de Loyola, ¿impone ponerse en la piel de un santo de esta talla?
Es cierto que el personaje impone: es un personaje histórico muy importante, no solo para España sino en todo el mundo. Sin embargo, he intentado con mi interpretación mostrar toda la verdad que se merece. Ha supuesto un reto, pero a la vez ha sido muy bonito: recuerdo que cuando me propusieron el papel me puse a dar saltos de alegría por mi casa como loco.
Hablas de plasmar la verdad de San Ignacio, ¿cómo se hace?
Eso mismo me pregunté yo también antes de empezar: ¿cómo llevo la vida de un santo a la pantalla? Fue luego, cuando fui estudiando poco a poco al personaje, cuando hice clic: me di cuenta de que a quien queríamos llevar a la pantalla no era a un santo, sino que se trataba de mostrar la vida de un hombre que se despojó de todos sus ropajes y de su nobleza cortesana para dar su vida por los demás como peregrino. De hecho, Ignacio murió sin saber que había sido canonizado: esto es lo que queremos transmitir, lo bonito y lo crudo de la vida de un ser humano.
Desde luego, en su biografía hay de todo…
De todo, sí. Él era general del ejército de Navarra, y comandó a sus tropas en 1521 en la Batalla de Navarra, cuando todo el norte de España se encontraba invadido por franceses. Él decidió no entregarse, y plantó cara con apenas 300 hombres contra 12.000 del ejército enemigo.
Y en esa batalla es donde le hieren
Exactamente, y es lo que hace que hoy en día hablemos de él. Ignacio era un fanático de Amadís de Gaula y de las novelas de caballerías: tenía muy arraigado los valores del honor y la familia. Mientras se recuperaba de sus heridas, no obstante, su cuñada Magdalena le llevó historias de santos y de la vida de Jesús. Eran historias que él siempre había rechazado: solía decir que en su familia su hermano era el cura y él, el soldado. A raíz de estos libros, Ignacio se dió cuenta de que su cometido en la vida tal vez no era mirarse el ombligo, sino dar su vida por los demás. Este proceso es lo que descubrimos en la película, poco a poco, caminando a su lado.
En una entrevista hablabas de que la película tiene dos fases: la del fuego y la del agua.
Exactamente: son la fase del soldado y la fase del peregrino. El director Paolo Dy –que también ha escrito el guion- llegó a un acuerdo conmigo. Me decía que la primera parte es fuego: apasionada, vivaz, cálida. Puro intestino. La segunda parte, no obstante, es el agua: Ignacio se muestra más calmado, más atento. Escucha y absorbe. Lo bonito es que no queríamos llegar ni al fuego ni al agua, sino a la combinación de ambas, que es el final de la película. Ahí es cuando Ignacio se reconcilia con su pasado y alcanza el equilibrio.
El paso de fuego a agua debe ser complicado, porque se trata del momento de la conversión de San Ignacio.
Sí, para mí es el punto álgido de la película. En este momento él se encuentra en la cueva de Manresa, flagelándose. Fue una escena que rodamos en las cuevas de Zugarramurdi, y había un aura muy intensa en aquel lugar. De hecho, el director estuvo a punto de cortar la escena, porque le parecía muy cruel, pero su mujer -que también es actriz- vio algo en esa escena y le dijo “No pares, no cortes”. Vio que yo ahí estaba dando mi vida, y ahora que lo pienso, es cierto que desde fuera puede ser algo duro. Al fin y al cabo, es la expiación de los pecados del protagonista. Pero, al fin y al cabo, estábamos mostrando la verdad. Eso es el cine: el cine es la verdad.