El personaje que para sí había creado tenía 9 años y se veía envuelto en todo tipo de desastres, ya fueran provocados por él o fruto de las circunstancias, resueltas siempre con cualquier recurso humorístico del amplio repertorio de gags, muecas o chistes de su cosecha. Entonces el público reía, disfrutaba y le hacía un hueco en su corazón. Así era Jerry Lewis, lo más parecido en carne y hueso a un dibujo animado, que acaba de fallecer en Las Vegas a los 91 años de edad, cerrando para siempre una página histórica del espectáculo de imposible vuelta atrás.
Joseph Levitch, que así se llamaba, nació en Newark (Nueva Jersey) el 16 de marzo de 1926. Hijo único de un matrimonio judío de origen ruso dedicado al vodevil, empezó a actuar desde muy niño en las giras junto a sus padres. Se especializó en el humor visual, heredero de los primeros tiempos del cine mudo y lo potenció durante toda su carrera, conectando con ese rincón de la infancia presente para siempre en cada uno de nosotros. “Los niños me adoran porque a mí me pagan por hacer cosas que a ellos les acarrean una reprimenda.”, ha dicho en alguna ocasión.
La escalada al estrellato se produjo en un tiempo reducido, no sin antes haber desempeñado también numerosos oficios lejos de las luces: acomodador, portero, camarero, botones… Pero el destino le deparaba vítores y aplausos por parte de un público que no cesaría de reír. De los números humorísticos por infinidad de salas a lo largo y ancho del país guardan cumplida muestra los archivos radiofónicos o las emisiones de “The Colgate Comedy Hour” al lado de Dean Martin.
Tal tándem cosechó un éxito formidable, apoyado como tantos precedentes en el contrapunto: por un lado, el cantante seductor y por otro, el jovencito torpón, se llevaron de calle al público y ganaron ingentes cantidades de dinero. La pareja no tardaría en dar el salto al cine, protagonizando nada menos que 16 películas entre 1949 y 1956, fecha de su disolución como dúo por desavenencias profesionales para disgusto de legiones de seguidores.
Aunque mucho se ha hablado y especulado sobre su presunta rivalidad, lo cierto es que a Jerry Lewis no le han faltado palabras cariñosas hacia Dean Martin, llegando a describirlo como su mejor amigo y el hombre más genuino y honorable de cuantos había conocido en su vida. “Él hizo de mí quien soy ahora.”, escribió en sus memorias acerca del que fuera su compañero durante una década. Pensaba en él todos los días y lo recordaba con profundo respeto.
El ansiado reencuentro se produciría veinte años después por mediación de Frank Sinatra, quien llevó a Dino a espaldas de Lewis al programa solidario anual que el último conducía, creando así uno de los momentos más emotivos, aplaudidos e impagables de la televisión norteamericana. Esas galas del Telethon para recaudar fondos destinados a la lucha contra la distrofia muscular sentaron un precedente en todo el mundo y derivaron en no pocas iniciativas similares.
Esta labor humanitaria lo convertiría en candidato al Nobel de la Paz en 1977 y le reportaría un Premio Jean Hersholt por parte de la Academia de Hollywood en 2009. La interpretación de “You’ll Never Walk Alone”, a cargo del propio Jerry, que servía como cierre convirtió la canción en un himno de esos eventos.
Ya en solitario añadió las tareas de productor, guionista y director a sus labores interpretativas. “El botones” (1960) fue la primera película de muchas con esta cuádruple fórmula, como “El terror de las chicas” (1961), “Las joyas de la familia” (1965)… Tampoco ha de olvidarse al director Frank Tashlin — “Tú, Kimi y yo” (1958), “El Ceniciento” (1960), “Lío en los grandes almacenes” (1963), “Caso clínico en la clínica” (1964)… —, un importante aliado en esas fechas, ya desde los tiempos de la pareja.
La Paramount le dio espacio y poderes para llevar a cabo sus hilarantes experimentos, caracterizados por el predominio de interiores, el colorido, la luminosidad y cómo no, la risa. De ellos, tal vez la pieza predilecta y de un tiempo a esta parte también la más famosa —las sucesivas reposiciones televisivas, si no son la causa, lo corroboran— es “El profesor chiflado” (1963), una mirada a la historia del doctor Jekyll y Mr. Hyde trasladado a una universidad, un profesor de química experto en meter la pata y un ataque a la sociedad del culto a la imagen desde la habitual perspectiva blanca e irónica al mismo tiempo. La película merece más de un vistazo, más allá de lo que pudiera parecer. Ésta y otras, pero parece que había que esperar los elogios por parte de la crítica francesa para que más de un crítico de rictus severo diera una oportunidad al bueno de Jerry.
Con el final de los años 60 los cambios sociales influyeron en los gustos del público y su cine fue perdiendo demanda conforme avanzaba el calendario, lo que fue espaciando sus apariciones en la gran pantalla para centrarse en otros medios. Un mitómano como Martin Scorsese le daría en 1983 la oportunidad de componer en “El rey de la comedia” un personaje acorde con su propia figura que daba un paso más hacia la amargura, el lado oscuro de la farándula, la otra cara de la fama.
Se enfrentaba a Robert De Niro y supone la ocasión de comprobar la conjunción entre talentos tan diferenciados. El de Jerry Langford, otrora estrella del humor en el punto de mira de un fan rival, envidioso y psicopático, puede ser considerado su último gran papel cinematográfico, tan arriesgado como necesario.
Y es que hablar de Jerry Lewis es mucho más que destacar su destreza con la pantomima y las muecas, o su maestría con el disfraz y el desdoblamiento. También fue un notable cantante, si bien el tirón payaso acababa por inclinar sus trinos hacia la vía disparatada. Al cómico se debe también la implantación de un sistema de vídeo durante el rodaje para poder visualizar el trabajo en el propio plató sin necesidad de desplazarse a la sala de montaje, una útil herramienta empleada desde entonces por casi todos los directores. La gran curiosidad, heredada de su padre, por todos los entresijos de la industria lo empujó a hacer sus propias películas. Fue, además, un firme defensor de la conservación del patrimonio cinematográfico.
Admirado tanto por sus admirados —Chaplin sin ir más lejos, una confesa referencia, o Stan Laurel, amigo suyo— como por contemporáneos y generaciones posteriores, Lewis no paró de trabajar a lo largo de nueve décadas, todo un infatigable hombre del espectáculo capaz de tocar todos los palos en una constante demostración de dominio del escenario. Numerosos problemas de salud interrumpieron giras y actuaciones los últimos años, pero la merma de sus condiciones físicas no lo privó de reconocimientos, condecoraciones y homenajes.
“Hoy nadie intenta hacer cine cómico. Menos mal que durante años tuvimos a Jerry Lewis.”. Son palabras de otro genio de la comedia en otra personal vertiente, Woody Allen, acertado una vez más. Este fallecimiento debería hacer pararse a pensar en las bondades de un humor blanco hoy extinto, carente de pretensiones sesudas, por momentos básico pero acorde con un universo propio en el que ese niño de 9 años antes aludido aflora en todos nosotros, nos hace olvidar las preocupaciones adultas y nos imbuye en situaciones de desastre, caos e inocencia a la postre sin excesivos daños, con el humor como vehículo y la alegría como fin siempre y siempre alcanzado.
“Quiero que la gente salga contenta de ver mis películas.”, decía, y lo logró. Dolorosos momentos éstos, como triste pensar que una trayectoria tan brillante acabe resumida en un par de minutos de telediario o unas pocas líneas como aquí. Al menos queda el consuelo de saber que todas las sonrisas ausentes por la actualidad en la Tierra hoy están en el cielo.