No abundan las ocasiones de compartir tiempo, mesa y conversación con una estrella. Por ese motivo yo no puedo sino estar agradecido a la tarde que, con una entrevista como objetivo, pasé con esta insigne figura del teatro, la canción, la revista, el cine, la televisión y no sé cuántas disciplinas más que es la recientemente fallecida Nati Mistral. Sirva el recuerdo de ese día como homenaje a un pilar de las artes que paseó maestría y talento para orgullo de nuestra bandera.
Acababa de comenzar 2014. Mi compañero Francisco Cuesta y yo conducíamos el programa radiofónico “Aula de Cine”, que ya andaba por su novena temporada, y surgió la oportunidad de dedicar una de nuestras emisiones a Nati Mistral. La idea rondaba su plasmación desde hacía tiempo, pues Francisco la conocía y mantenía contacto con ella, así que le planteó la posibilidad de concedernos una entrevista a mi cargo. Ella, seguidora del programa, aceptó muy gustosa, conque concertamos un encuentro en una cafetería cercana al estadio Santiago Bernabéu cierto sábado del mes de febrero.
Llegó puntual a la cita y antes de poner en marcha la grabadora pasamos varios minutos en agradable charla los tres. Recuerdo durante todo ese tiempo la impresión que me produjeron sus ojos, encendidos, vivaces y sonrientes. Conservaba, con más de 80 años, la belleza, la lucidez y la jovialidad de tiempos pasados y lejanos, o no tanto. Lo que en principio había supuesto para mí un reto de documentación en el poco frecuentado y con ella ingrato medio cinematográfico —el acceso a una filmografía más reducida e inaccesible que en los casos de una Imperio, una Lola o una Sara, por ejemplo, resulta dificultoso— pronto se reveló como un cordial encuentro donde reinaron la familiaridad y la calidez.
Pregunta tras pregunta, respuesta tras respuesta, llegó un momento muy esperado. Al ser alguien que había puesto voz a los más bellos versos y textos de nuestra literatura, no quise perder la ocasión de escucharla recitar en persona, después de haberlo hecho tantas veces en televisión. Para ello recurrí a una oración poética muy bonita, un soneto que me trasladaba a mis días escolares. A pesar de no llevar consigo las gafas de cerca, lo hizo admirablemente y no se quedó ahí, sino que también nos regaló una pincelada de Lope de Vega. De esa forma, con el arrullo de la concurrida cafetería y sin haber sido avisada, fue todo un lujo disfrutar de la perfecta dicción, la hermosa voz, la exacta modulación y el incomparable sentimiento que imprimió a cada sílaba. ¿Hay alguien que recite mejor que Nati Mistral?
El cronómetro se acercaba a su fin, así que despedimos el programa y pulsé la tecla de stop. No obstante la tarde dio para bucear bastante más en su jugoso anecdotario, hablar de lo divino y de lo humano, de la situación social, política y religiosa actual y otros numerosos temas que constataban su eclecticismo. Comprobé que estaba ante una mujer muy especial, íntegra, cercana y amable, con gran sentido del humor, de una sabiduría y cultura inmensas y un estilo como pocas quedan.
Desdeñar los logros artísticos por el ideario político se debe más a la mala fe que al desconocimiento —¿o es una combinación de ambas?—, dos peligrosas lacras a combatir. Es una práctica demasiado habitual de los mediocres, vengan de donde vengan y piensen como piensen. Algunos hablarán de esta circunstancia, previa omisión de su laureada trayectoria, e incluso habrá quienes construyan el personaje a raíz de la discrepancia. Yo prefiero destacar la humildad de una estrella que se desplazaba en autobús, muy atenta y generosa con nosotros hasta el punto de ofrecerse para colaborar dando voz a poemas, lo que valoramos pero pospusimos.
Por desgracia, no pudo materializarse, pues siete meses después nuestro programa “Aula de Cine” echaba el cierre sin previo aviso. A los pocos días de la entrevista recibí por vía postal un paquete que contenía un doble CD con algunas de sus canciones recogidas en una edición especial. En mi carta de agradecimiento dudé si emplear como destinataria su nombre real, Natividad Macho Álvarez, o el artístico, dado que en el referido envío ponía “Mistral”, a secas. Opté por el primero, aunque hoy me habría decantado por el segundo: las grandes no necesitan aclaración.
Tan sólo volví a verla una vez más. Fue unos meses después, cuando coincidí con ella en la presentación del libro “A mi manera” de Enrique Herreros, a quien me presentó tras el acto. De haber sabido que sería la última…