Sinopsis
Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto largamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar una búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años.
Crítica
No hay plan B
Es un tópico, lo sé, pero cuando realizas una segunda parte, esta depende mucho de la primera: ni puedes alejarte demasiado de ella –más cuando tu predecesora es una película “de culto”, como el caso que nos atañe–, ni debes pretender contar lo mismo desde otro punto de vista, o cambiando las situaciones y ya: pensar que así puedes intentar engañar a cuantos más espectadores mejor, siguiendo el malogrado lema de “coge el dinero y corre” que popularizó Woody Allen…
Blade Runner 2049 es un poco de cal y otro de arena. No era necesaria una segunda parte de la mítica –al principio, fracasada– Blade Runner, pero ya se sabe cómo va esto de la falta de ideas y la necesidad de hacer caja. Sin embargo, por más que innecesaria, pero sale airosa. No es una obra maestra, como han dicho algunos, aunque se deja ver, o incluso más que eso. El “problema” es que está muy ligada a la de 1982.
Aquella, a través de una historia muy sencilla –que no simple– trataba temas de gran profundidad humanística. En esta, el director Denis Villeneuve busca actualizar tecnológicamente a su predecesora y crear una historia para impactar al público actual, acostumbrado a grandes superproducciones. El canadiense sitúa la acción en una espectacular Los Ángeles futurista al más puro estilo cyberpunk -algo que ya tenía la anterior-, con unos efectos especiales a la altura de las circunstancias y una muy buena recreación de la patética ambientación –pienso que nadie querría vivir ahí–, también allende los límites de la ciudad.
En medio de todo eso, “mete” -por decirlo de algún modo- toda la carga humanística que tenía Blade Runner. Un poco con calzador. Es decir: con menos poesía y mucho más espectáculo. Se repite, por ejemplo, la famosa frase de “más humanos que los humanos”, pero aquí suena forzada. Como si simplemente fuera para homenajear a la primera: la profundidad supeditada a la espectacularidad. Dicho de otra forma: mucho continente para un contenido que no muestra nada nuevo. Sigue hablando de cuestiones profundas, sí, pero no aporta nada a lo que ya planteaba Blade Runner: ni sobre la paternidad/maternidad, ni sobre el sentido de la vida, el quiénes somos y a dónde vamos, la felicidad, la vida, la muerte…
Vayamos a la trama: en Los Ángeles de 2019 convivían humanos y replicantes, creados por una empresa llamada Tyrell Corporation, hechos para servir. Algunos de estos salieron defectuosos y se rebelaron. Rick Deckard (Harrison Ford) era uno de los blade runner encargados de acabar –“retirar”, dicen– con todos estos replicantes.
2049: han pasado treinta años desde aquellos sucesos. Los Ángeles sigue siendo la misma ciudad oscura, siempre humeante, triste, patética y lluviosa de entonces. Después de un gran apagón, se perdieron todos los archivos de Tyrell y ahora existe una nueva versión de los replicantes, los Nexus 8, creados por la empresa biotecnológica Wallace Corporation, heredera de la anterior. Uno de estos Nexus es el blade runner KB36-3.7 (Ryan Gosling), o simplemente “K”, cuyo principal objetivo es, como el de Deckard, eliminar replicantes fuera de control. Durante uno de estos trabajos K descubre algo que le pondrá sobre la pista del mismísimo Rick Deckard.
Hasta el estreno, había mucho halo de misterio respecto la nueva historia. Tanto es así, que en el pase de prensa el propio Villeneuve nos pide, antes de empezar la película, que, por favor, no digamos nada; que permitamos que el espectador disfrute de ella como lo hemos podido hacer los que ya la hemos visto. No voy a hacer, por lo tanto, ningún spoiler, pero sí intentaré analizar algunos puntos.
Fílmicamente hablando, Blade Runner 2049 no alcanza la primera parte. El guion sufre algunos altibajos y, como decía antes, mientras que la historia de Blade Runner es muy sencilla y lineal –que no simple, repito–, aquí fácilmente te pierdes en algunas ocasiones. Entre otras cosas, por aquello de que se supedita la profundidad a la espectacularidad. Además, se insiste tanto en el anhelo de los replicantes de ser deseados y amados que fácilmente se cae en lo híper-sensual y en lo híper-sexual, cosa que no ocurría tan explícitamente en la de 1982.
Hay escenas en este sentido que ralentizan inútilmente el ritmo y hablan de un metraje quizá un poco desmesurado -a pesar de esto, no se hacen pesadas las más de dos horas y media que dura, todo hay que decirlo-. Además, ¡qué manía en mostrar a la mujer como simple objeto de deseo, a través de esa publicidad virtual con mujeres semi o totalmente desnudas, o con las recreaciones casi reales de figuras femeninas que simplemente están para satisfacer al Nexus 8 masculino de turno!
A todo esto, quien espere una película de acción con escenas cargadas de adrenalina, que se lo quite cuanto antes de la cabeza. No lo es. Es una película que gustará a los fans de Blade Runner porque sigue toda su estética apocalíptica, con esa combinación de lo moderno con lo clásico. Y más de uno recordará secuencias de la de Ridley Scott, aquí imitadas sin ningún tipo de rubor -no en vano, el mismo director inglés hace acto de presencia como productor-.
También la música hace honor a la de su predecesora: son fácilmente reconocibles los acordes de Vangelis, convertidos rápidamente en la fuerte banda sonora de Hans Zimmer que llena la sala y hasta hace temblar el cuerpo. Con el estilo electrónico de la de entonces.
Por lo demás, Ryan Gosling es perfecto como replicante, con ese rostro impasible –la impasibilidad que se supone lógica en un replicante– que busca cosas que no entiende. Y Harrison Ford le da ese contraste de humanidad que parezca que no tenga Gosling, tampoco en la realidad. La española Ana de Armas ahí está. Tiene mérito haber logrado estar en Hollywood tan pronto, pero no destaca; seguro, no obstante, que poco a poco conseguirá su fama internacional.
¿Y qué decir de la antropología presente también en Blade Runner 2049? Como digo, no aporta más cuestiones ni más respuestas. Eso no quita que constantemente esté presente la pregunta sobre quién es el hombre y qué es lo que nos diferencia de las “máquinas”, en este caso, de lo que ya hoy sabemos que llaman los posthumanos. Y que nos preguntemos: ¿lo estaremos haciendo mal?
En un momento dado, piden a K que mate a uno nacido de mujer. Él duda: “No es lo mismo matar a alguien que tiene alma”. Efectivamente, el alma nos hace distintos; nos hace amar y ser amados. No es lo mismo haber nacido de una mujer, que ser un producto de la búsqueda científica de una humanidad avanzada –un H+, dicen los transhumanistas-.
Por eso importa tanto saber quiénes somos para actuar como tal. Las dos Blade Runner plantean un mundo sin normas morales o éticas –no las quieren los posthumanos– que, al fin y al cabo –dicen– limitan el desarrollo de la ciencia y, en realidad, el poder ser como Dios. Porque eso, al fin y al cabo, es lo que ocurrirá en esa singularidad de la que hablan para 2046 -¿casualidad?-. El mundo será así: un espacio lleno de “hombres perfectos” –posthumanos–, donde no tendrán cabida los humanos. Es el patético mundo de Blade Runner 2049 –que, ¡ojo!, podría dar pie a otra continuación…-.
Ahora bien: ¿y si Dios existe? No hay plan B.
Ficha técnica

- Título Original: Blade Runner 2049
- Dirección: Denis Villeneuve
- Guión: Hampton Fancher, Michael Green (Historia: Hampton Fancher. Personajes: Philip K. Dick)
- País: EEUU
- Año: 2017
- Duración: 163 min.
- Género: Ciencia ficción
- Interpretación: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Jared Leto, Sylvia Hoeks, Robin Wright
- Productora: Warner Bros. Pictures / Scott Free Productions / Thunderbird Films / Alcon Entertainment
- Música: Hans Zimmer, Benjamin Wallfisch
- Fotografía: Roger Deakins
- Estreno en España: 6 de octubre 2017