En un tiempo en que impera la incertidumbre sobre los valores del mundo, sus líderes y su seguridad, el escritor británico Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 8 de noviembre de 1954), galardonado este año con el Premio Nobel de Literatura, desea que este magnífico honor contribuya a alentar, aunque sea de una manera pequeña, las fuerzas de la benevolencia y la paz.
Justamente ésa es la línea de su tercera novela. Remains of the Day («Los restos del día»), publicada en mayo de 1989, traducida al español por Ángel Luis Hernández Francés y llevada magníficamente al cine por James Ivory. En Cinemanet nos hicimos eco de la película en un ciclo impartido en IESE, y la enfocamos desde la exquisitez británica. Esta vez, no obstante, trabajamos la novela y la película desde la dignidad de la persona, en cuyo mundo interior es fascinante saber elegir entre recordar o bien olvidar, tal como lo plantea su autor.
Comencemos por la novela; en sí, es un gigantesco fresco de la alta sociedad británica de la primera mitad del siglo XX, con sus contradicciones y con sus secretos. Según el The New York Times, se trata de “un profundo y desgarrador estudio de la personalidad, las clases y la cultura”. Dedicada «a la memoria de mistress Leonore Marshall», se divide en ocho capítulos en los que se describe en ocho días el único viaje realizado por Stevens, protagonista y narrador de la trama.
Es mayordomo de Darlington Hall, quien parte de Inglaterra rumbo a Weymouth, para encontrarse con miss Kenton -ahora, la señora Benn- que, en un periodo ya lejano, fue el ama de llaves de esa mansión, y de la que espera volver a ser ama de llaves, cosa que no ocurrirá. Utiliza Steven el coche que fuera de Lord Darlington, ya fallecido, y que le presta el nuevo propietario de Darlington, el americano Míster John Farraday, que durante esos días se dispone a viajar a su país.
Emprende el viaje, admirando el paisaje inglés, al tiempo que expone consideraciones sobre su profesión, recuerda a su padre, también mayordomo, y rememora el tiempo en que miss Kenton trabajaba en Darlington Hall. Por aquel entonces, se celebró en esta mansión una reunión extraoficial de personalidades influyentes con el fin de intentar que se mitigasen algunos aspectos del Tratado de Versalles, que, tras la Gran Guerra, oprimía en exceso a la derrotada Alemania, según la opinión de lord Darlington, y que supuso su derrumbe y en estas circunstancia, el mayordomo seguirá impasible y leal cumpliendo hasta el mínimo detalle su trabajo.
Jornada a jornada, Ishiguro despliega ante el lector una novela perfecta de luces y claroscuros, de máscaras que apenas se deslizan para desvelar una realidad más amarga que los amables paisajes que el mayordomo deja atrás. Es una metáfora sobre la negación de la propia identidad y la idea de ser muchas veces un observador de las grandes decisiones de otros sin tomar conciencia de ellas o sin querer hacerlo.
En sus páginas Ishiguro ofrece magistralmente una novela múltiple: política, costumbrista y romántica; toda ella relatada a través de la voz del propio Stevens. Como escribe Daniel Krauze “el lector parece estar siempre adelante del narrador: sabemos qué piensa y qué siente aun cuando él no puede saberlo ni verse a sí mismo con honestidad”. Su adaptación cinematográfica fue dirigida en 1993, tal como hemos citado, por James Ivory (Berkeley, 1928), el cual había saltado a la fama en 1985 con Una habitación con vistas, adaptación de la novela homónima de E. M. Forster, entre otras cosas porque fue nominada a ocho premios Oscar.
Esta nueva adaptación es simplemente extraordinaria, recogiendo el nervio conductor Ishiguro. El guión de la también novelista Ruth Prawer Jhabvala convierte en imágenes la intrincada y bella literatura. En la novela o en la película nos estremece lo irrecuperable del tiempo perdido en una vida excesivamente formalista. La película conmociona porque está cuidada hasta el más mínimo detalle, filmada en impresionantes localizaciones de bellísimos parajes, de tal modo que se puede considerar que la mansión de Darlington y sus verdes alrededores son un personaje más de esta película.
En el contexto late una nostalgia y una melancolía más susurradas que mostradas. Anthony Hopkins da vida a un personaje solitario, reprimido, impasible, atormentado en su interior y, a su vez, exquisito. En Emma Thompson hay feminidad y señorío a raudales. Los encuentros entre ambos nos ofrecen instantes fugaces de una fuerza y una sensibilidad estremecedoras; particularmente son excepcionales la secuencia en que ella lo acorrala contra la pared, la despedida, la secuencia con ella llorando detrás de la puerta, la escena final bajo la lluvia…
James Ivory narra maravillosamente esos rescoldos de los que extraemos esta importante enseñanza: “Hay que hacer algo en el presente antes de que se convierta en pasado”. Y se podría seguir destacando al resto de actores: quizás citar también a la buenísima interpretación de James Fox como Lord Darlington, un ser patético, entrañable y trágico, que se hunde en la miseria por apoyar a los nazis antes de la Segunda Guerra Mundial, pero que -a pesar de todo- contará con la lealtad inquebrantable, indestructible, de Stevens.
La magistral dirección de fotografía de Tony Pierce-Roberts, que propone un viaje en el tiempo sin fisuras; el exacto y bellísimo diseño de producción de Luciana Arrighi, que reconstruye dos épocas pasadas; la evocadora música de Richard Robbins, tan persistente como la personalidad de Stevens; la pausada y sosegada, bajo la que palpita una tensión casi insostenible, puesta en escena de Ivory, hacen de este filme algo irrepetible.
Nominada a ocho Oscar, no ganó ninguno. Tuvo unas veinte nominaciones más a todo tipo de premios. Tal como señalaba mi admirado Julio Rodríguez Chico, entiendo que el cine es “una ventana al mundo” desde el momento que nos permite conocer otras maneras de ser y de pensar, Si la construcción de los personajes es buena, el guionista conseguirá que me meta en el interior de cada personaje para pensar con ellos y justificar sus reacciones, para valorar los motivos que tienen para actuar… y eso hará que les quiera un poco más, aunque en ocasiones no comparta su modo de vida.
Lo que queda del día es en definitiva una película inteligente, fruto de una novela inteligente, y de un autor que ha merecido justamente un Nobel. Mi consejo es que lean la novela y vean la película.
Muy interesante su análisis. Comparto algunos pasajes de este. Gracias