Despertarse una mañana con la noticia del fallecimiento de una figura admirada siempre es triste. Cuando el protagonista de la misma es Arturo Fernández, el galán incombustible cuyo físico se regía por un calendario distinto al de los demás, el elegante seductor que parecía nos iba a durar para siempre, la fuerza del mazazo se incrementa hasta límites insospechados. Con Arturo Fernández desaparece algo más que un gran actor, una personalidad carismática, un amigo en los escenarios o las pantallas, un caballero cercano: también una manera de entender y ejercer la profesión interpretativa.
Nació en Gijón el 21 de febrero de 1929 y vivió la guerra y la posguerra durante su crecimiento. Las penurias de la infancia hicieron de él un hombre luchador, dispuesto a convertirse en alguien para orgullo de su familia. En 1950 llegó de Asturias a Madrid con unas pocas pesetas en el bolsillo y, después de desempeñar varios oficios –mecánico o boxeador, entre ellos–, el gusanillo de la actuación le picó y su efecto duró para siempre. De figurante en el cine –“El beso de Judas” (1954), de Rafael Gil, fue su primer contacto con la gran pantalla– como salida alimenticia en varios casos a engrosar las compañías teatrales –con Modesto Higueras, Conchita Montes y Rafael Rivelles– hubo un intervalo corto y comenzó a destacar.
Su peculiar manera de interpretar no tardó en sumar admiradores: el acento, las suaves maneras, el encanto natural, ese inevitable afán seductor… Todo esto antes incluso de la flexibilidad de papeles “ad hoc” con los que el despliegue de recursos se vio enriquecida por la aportación de expresiones que forman parte de la cultura popular española. Si maravillosa era su faceta de galán, ¡qué divertido resultaba en la fatalidad! Los aspavientos, el modo en que su voz se volvía más aguda, toda la expresividad que lo empataba con todos por medio de los problemas. A ello se debe sumar el mérito de no perder ni una pizca de esa elegancia capaz de dar lecciones a cualquier James Bond o al mismísimo Cary Grant. Era una delicia verlo actuar.
Podría pensarse que la frontera entre la persona y el personaje era fina hasta difuminarse. La explicación reside en la autenticidad y la coherencia con que vivió, afianzándose en el imaginario colectivo como una persona íntegra, sin dobleces, de firmes valores y trayectorias vital y profesional intachables. Siempre demostró un enorme respeto por el público y su relación con la prensa era igual de cercana, actitudes por desgracia cada vez más cerca de la extinción en demasiados ámbitos de la vida.
Contaba con una seria reputación en el drama, al tiempo que participaba también en comedias como “Las chicas de la Cruz Roja” (1958), “Bahía de Palma” (1962), “Escala en Hi-Fi” (1963)… La década de los 60 fue muy fructífera en la faceta cinematográfica; la de los 70 redujo sus apariciones, que sin embargo no descendieron en popularidad, casi siempre en papeles cómicos, como “No desearás la mujer de tu prójimo” (1968), “El señorito y las seductoras” (1969), “La tonta del bote” (1970), “Tocata y fuga de Lolita” (1974), “Un lujo a su alcance” (1975)… No obstante, “¿Quién soy yo?” (1970) daba buena cuenta de su amplitud de registros con un doble papel.
Consolidado como una presencia relevante en el cine y los escenarios, en 1966 formó junto a Adolfo Marsillach y Conchita Montes su propia compañía –la más longeva del teatro español hasta nuestros días–, lo que le concedía libertad e independencia. Nunca recibió ni reclamó una subvención, era un trabajador inagotable y siempre contó con el respeto de sus compañeros y los espectadores. Ni dijo ni despertó una mala palabra a pesar de la tradición cainita tan característica de la profesión, algo que muy pocos pueden decir. Por el contrario, siempre se ha destacado su entrega y generosidad hacia sus colegas, veteranos y noveles.
El teatro fue la rama que cultivó en mayor medida, si bien el cine contó con su presencia en decenas de películas, así como la televisión en diversos formatos y menor medida. La comedia fue el género predominante en los tres medios, pero conviene destacar el ramillete de títulos de cine negro y policíaco que componen la mejor cosecha en estos campos de nuestra cinematografía patria: “Distrito Quinto” (1958), “Un vaso de whisky” (1959), “Trampa al amanecer (A sangre fría)” (1959) o “Regresa un desconocido” (1961). Curiosamente, en estas películas emblemáticas y algunas más, por temas de agenda, nos llegó con voces de otros. En aquellos días era un afamado intérprete dramático. José Luis Garci rescató ese registro en “El crack dos” (1983), donde era un corrupto en impecable esmoquin. Pero siempre será recordado por el papel que más cultivó, el de caradura sibarita a quien resultaba difícil reprocharle sus debilidades con las mujeres.
Frecuentó poco la televisión, aunque lo suficiente para dejar huella con dos series, “Truhanes” (1993-1994) junto a su amigo Paco Rabal –su origen fue la película homónima de Miguel Hermoso filmada en 1983– y “La casa de los líos” (1996-2000) con Lola Herrera, Florinda Chico y una numerosa plantilla de edad más joven. La una y la otra fueron rotundos éxitos de audiencia.
En el programa radiofónico “Aula de Cine” tuvimos la suerte y el privilegio de entrevistarlo en nuestra ducentésima emisión. Un pequeño prólogo y “No diga elegancia, diga Arturo Fernández” fueron las palabras con las que lo presenté antes de darle las buenas noches en una grabación a mediodía. La charla dio para repasar muchos temas, pero entre anécdotas y las risas que acostumbraba a generar en cada intervención, me gustaría destacar algo que dijo: para él, el mejor premio era el cariño del público. Y hay que reconocer que lo tuvo siempre.
Sólo el revés de salud que terminó por llevárselo fue capaz de apearlo de las tablas, en el madrileño Teatro Amaya, donde representaba la segunda temporada de “Alta seducción”. Llevaba casi 70 años de profesión y éxitos. Sus restos mortales descansarán para siempre en la tierra que lo vio nacer.
Gracias por tantas risas, tantas películas, tantas funciones. ¡Gracias por todo de corazón y hasta siempre, chatín!
¡ Hola Enrique !
Estoy segura de que lo estarás haciendo genial. Un saludo RosaMari Lorenzo