Frente al encierro que supone quedarse en casa por el coronavirus, Eduardo Navarro aprovecha la oportunidad como un tiempo de crecimiento interior, y propone una serie de defensas antivirales espirituales y humanas a partir de escenas de cine. Hoy, «El hobbit: Un viaje inesperado».
Unas palabras de C.S. Lewis, escritas hace 72 años, que se han vuelto dramáticamente actuales. Lo son porque nunca han dejado de tener vigencia; incluso antes de ser escritas, lo que transmiten ya era verdadero. Tan solo hace falta reemplazar «bomba atómica» por «coronavirus»:
«En cierto sentido nos preocupamos demasiado por la bomba atómica. “¿Cómo vamos a vivir en la era nuclear?” Siento la tentación de responder: “Pues como hubieras hecho en el siglo XVI cuando la peste visitaba Londres casi cada año, o como hubieras vivido en la época de los vikingos cuando saqueadores escandinavos te podían degollar cualquier noche; o, de hecho, tal y como haces ahora en la era del cáncer, de la sífilis, de los ataques aéreos o de los accidentes ferroviarios o de tráfico.
En otras palabras, para empezar, no exageremos la novedad de nuestra situación. Créanme, estimadas damas y caballeros, ustedes y todos aquellos a quienes aman ya fueron sentenciados a muerte antes de la invención de la bomba atómica: y un porcentaje significativamente alto de nosotros moriremos de un modo poco agradable. Es verdad que tenemos una gran ventaja respecto a nuestros ancestros, la anestesia, pero seguimos sujetos a lo anterior. Es completamente ridículo lamentarse y dibujar caras largas porque los científicos hayan añadido una más a las posibilidades para una muerte dolorosa y prematura en un mundo que ya nos ofrecía suficientes problemas similares y en el que la muerte misma no es una posibilidad, sino una certeza.
Este es el primer punto para tener en cuenta: y la primera resolución que debemos tomar es mantenernos unidos. Si todos vamos a ser arrasados por una bomba atómica, que sea realizando acciones humanas dignas de nuestra condición: rezar, trabajar, leer, escuchar música, bañar a los niños, jugar al tenis, conversar con amigos en torno a una pinta y un juego de dardos, y no arrinconados como ovejas asustadas y hablando de bombas. Puede que ataquen nuestros cuerpos (un microbio puede hacerlo), pero no dejemos que dominen nuestras almas»
(«On Living in an Atomic Age» (1948), en Present Concerns: Journalistic Essays)
De entre todas nuestras acciones, la más noble por poner en juego libertad, inteligencia, voluntad y afectos es, sin duda, el amor. Amar es desear y procurar el bien de la persona amada, siempre tiene nombre de persona. El amor puede envolver todas aquellas que decía Lewis para dignificarlas. Es lo que, además, nos puede ayudar a elevarnos por encima del miedo y, aún más, a vivir de un modo plenamente humano.
La última reflexión parte de una escena de El hobbit: un viaje inesperado, adaptación cinematográfica del cuento escrito por un gran amigo de C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien.
La acción nos sitúa en Rivendel y se desarrolla entre Gandalf y la elfa Galadriel. La dama de Lórien le pregunta al mago por la elección de Bilbo Bolsón (un hobbit, un mediano), quizá extrañada ante la aparente falta de aptitudes del candidato a héroe. La explicación de Gandalf no es racional, sino más bien afectiva.
La contrapone a lo que Saruman piensa como más adecuado para contener el mal. Saruman, jefe del Concilio Blanco y superior en jerarquía a Gandalf, se había pasado al enemigo, aunque Gandalf todavía no lo sospechaba. El error de Saruman fue mirar en el Palantir y ver el avance del enemigo, Sauron. Piensa, desde la lógica acumulativa del mal, que solo se le puede oponer a partir de una fuerza mayor.
En cambio, Gandalf descubre en la capacidad de amar de Bilbo la razón de su idoneidad. Lo ha elegido porque sabe amar, porque es el amor en las cosas pequeñas lo que en realidad hace retroceder al mal. El amor vence al mal con el bien.