La Casa de Papel (Temporada 5-2)

Gabriel Sales

Periodista y especialista en Comunicación y Branding digital. Cinéfilo y crítico de cine y series de televisión.

Rauda ha cabalgado la serie para precipitarse a un final continuista en previsibilidad, inconsistencias y pobre argumentario. Dejando de lado la turbia corrección política y la extrema y angustiosa sentimentalización de personajes y relaciones, los dos grandes agujeros negros de la última parte de nuevo han sido la inmoralidad de la propuesta y el sinsentido del relato. 

Primero están Gobierno, autoridad, ejército y cuerpos de seguridad del Estado presentados caricaturescamente, y situadas la mayoría de figuras en rangos que van del absurdo a la vileza. Los terroristas, haciendo ejercicios moralmente malos, reflejan una gran personalidad cromática. Sus intenciones, aunque condenables ética y legalmente, se justifican con premisas emotivas. No importa que unos individuos roben la reserva nacional de oro dejando en el camino un reguero de muertos. La masa social les vitorea porque hablamos de una idea superior a razón, ley y convivencia cívica, se trata de echar un pulso al Estado corrupto que oprime las libertades. Este es el mensaje venenoso de La Casa de Papel. Cuando el sentido común invita a razonar que el sistema, garante de la democracia, ha de imponerse a los criminales. No son héroes, deben ser juzgados por sus delitos e ir a la cárcel.

El otro pilar carcomido es la falta de solidez en el guion. En la última entrega de Álex Pina perdura la incoherencia dramática y la falta de credibilidad del argumento, a la que precisamente no ayuda el bajo nivel interpretativo del reparto, a menudo forzado por sobreexcitación, tópicos y estereotipos y corrección política imperante. El relato sigue cojo porque la propuesta nunca termina de adentrarse en el mundo del realismo, lo extraordinario e inverosímil termina convirtiéndose en rutina, y el metraje goza de más deux ex machina que creatividad en la narración.