La miniserie Desde dentro es el nuevo trabajo del británico Steven Moffat (Sherlock, La mujer del viajero en el tiempo), siempre tratando de acoger nuevos retos más comerciales, pero con el mismo dinamismo. En esta ocasión, de la mano de un elenco de altura, nos trae una reflexión sobre la moral y los límites humanos. El 31 de octubre se estrenó en Netflix.
La serie presenta tres historias que parecen no tener conexión alguna, pero pronto descubrimos que todo es cuestión de ver más allá. Un prisionero condenado a muerte en Estados Unidos, el vicario de un pueblo tranquilo en Inglaterra y una profesora de Matemáticas encerrada en un sótano. Tres caminos que acabarán entrelazados de la manera más inesperada.
No faltan referentes en el séptimo arte que hablen de la dicotomía entre el bien y el mal, o -para ser más puristas del término- de la rectitud de lo correcto y lo punible de lo incorrecto. Películas como La duda, The Master y una obra que tomaremos como referencia ética para este análisis, Rashomon, del gran Akira Kurosawa, nos han dejado vestigios de cómo se representa en la pantalla algo tan complejo como el acierto y el error.
Moffat no vacila ni un segundo en ponernos contra las cuerdas. David Tennant se encarga de dar vida al párroco Harry Watling quien, tras un inocente gesto de protección hacia uno de sus feligreses, se lleva a casa un dispositivo con contenido audiovisual plagado de pornografía infantil.
No tarda en ser descubierto por Janice Fife, interpretada de forma majestuosa por Dolly Wells, la profesora de matemáticas de su hijo Ben. Ella, lejos de escuchar lo que el párroco tiene que decir, opta por condenarlo.
Y aquí llega la primera colisión entre el espectador y la moral.
El descubrimiento es irreversible, pero ¿hay cabida para una explicación? Pues sí, sí que la hay, pero lo que no esperábamos es que a Steven Moffat le gustara jugar tanto con la psique del público. Ni con sus emociones.
Ella no está dispuesta a escuchar más que aquello que respalde lo que ya ha visto. Y vemos como la impotencia se va apoderando de Harry, quien intenta explicar el malentendido sin éxito. A la vez, observando al personaje interpretado por Wells, puedo percibir disfrute en su desesperación.
Aquí llega mi reflexión sobre el devenir de los acontecimientos. Janice es audaz y sobradamente capaz de dejar entrar una explicación que arroje un poco de luz sobre la mancillada imagen del párroco. Sencillamente, no le da la gana de hacerlo.
Bien La insoportable levedad del ser de Milan Kundera o la desidia absurda de jugar a duelos mentales, Janice cree que es más lista que Harry Watling, que su promesa ante Dios -de no revelar al dueño del objeto de la discordia- y que la verdad. Ella se erige como dominante en un juego en el que el límite del párroco dobla la apuesta. Toda la situación se acaba yendo de las manos y ella acaba encerrada en su sótano.
¿Sigue siendo el corazón de Harry más ligero que la pluma de Anubis? Arrojándome al vacío como buena existencialista, diré que David Tennant consigue inocular la duda. Y no porque desde el lugar del espectador se sea más consciente de la inocencia del párroco, sino porque ante cualquier hecho aún sin refutar la duda razonable es una obligación.
Paralelamente a esta controversia, tenemos a Jefferson Grieff (Stanley Tucci), un preso en Estados Unidos, en el corredor de la muerte por el asesinato de su mujer, que posee una prodigiosa visión analítica que le ayuda a resolver asesinatos por encargo. Un condenado a muerte que parece no tener ningún reparo en dictaminar que su caso es inapelable.
La parte que conecta ambos casos viene encabezada por la confesión que Jefferson le hace a una periodista cuando le dice que antes de matar a su mujer, él jamás pensó que podría matar a nadie. Igual que Harry tampoco pensó que pudiera llegar nunca a traspasar los límites de aquello en lo que él mismo tenía fe.
Y así como el monje, el peregrino y el leñador de Kurosawa, debatiendo sobre las acciones humanas, aparece Søren Kierkegaard. Pero ¿qué relación puede existir entre el padre del existencialismo, y una serie de televisión sobre un condenado redimido y un párroco preso de sus propios demonios?
Pues que, como bien expuso el filósofo y teólogo danés en su obra El concepto de la angustia en 1844, el ser humano es a la vez libre y preso de sus acciones. Y esa paradoja, en el caso del párroco, le llena de verdadera angustia existencial. Ya no puede volver atrás, y tampoco confiar en su fe, pues sus actos acaban por precipitarle al abismo.
Lo único que queda, al final, es aceptar que, como bien le dice Jefferson Grieff a Harry Watling en la única escena que comparten en todo el metraje, después de todo no son tan diferentes. Y que quizá la pluma de Anubis pesa más que la sencilla, a veces salvaje y en relativas ocasiones defectuosa, condición humana.
Magnífica crítica.