Abordar una noticia de semejante calado siempre es motivo de responsabilidad. Hacerlo con varios días de retraso, cuando ha terminado de decirse y escribirse, muchas veces de primera mano, lo habido y por haber sobre tu figura, es, además, un reto. En una España huérfana de personalidades de verdadera talla, más aún cuando aquella generación de folclóricas se aleja sin remedio a causa del implacable paso del tiempo, se convierte casi en una necesidad.
Los de generaciones más recientes ubicamos nuestro primer recuerdo tuyo en la pequeña pantalla, presentando cierto concurso que sin ti habría pasado inadvertido. Alguien vio la manera de sacar jugo a un formato que de simple se asemejaría a la diversión de la carta de ajuste y allí estabas tú, metiendo la pata sin complejos y siempre con esa sonrisa que te caracterizó. Poco después supimos que esa entrañable señora que hablaba de sus ovejitas había sido una de las actrices más bellas de la pantalla y también una de las más refulgentes estrellas del cine patrio. Si lo primero no costaba imaginarlo –quien tuvo, retuvo, y tú más que nadie–, lo segundo, tampoco. Muy torpe habría sido nuestra industria de no sacar partido a tus cualidades musicales e interpretativas.
Ahora que tanto se empeñan en oscurecer hasta niveles medievales los tiempos que te tocó vivir, ahí estabais tú y un puñado de talentosas para demostrar que la felicidad podía y debía abrirse paso para superar las dificultades. Aquellas películas podían ser mejores o peores, pero eran fiel reflejo de un país optimista, generoso, decidido a salir adelante. Una España que cantaba. ¿Puede alguien dudar entre ese método y el del enfrentamiento continuo, macerado y necesitado de odios para su subsistencia? Seguramente no. Y aun con todas las limitaciones de nuestra cinematografía, muchos más se han ganado la inmortalidad a base de ingenio y talento que en años sucesivos en esta mal llamada “libertad”.
También conocimos tu cara sufridora, porque no todo iban a ser sonrisas y bailes. Allí estabas en la primera película española que compitió por el Oscar en lengua no inglesa. Por eso tampoco después nos chocó verte en títulos de factura norteamericana: esa María Magdalena con aspecto demasiado virtuoso al lado de Jesús cuando tomó los rasgos de Jeffrey Hunter o al lado del mismísimo Charlton Heston, apurando sus últimos coletazos históricos en la piel de Marco Antonio. Aún quedaba otra vuelta de tuerca a tu trayectoria en el cine del destape, una faceta que sacaba partido de tu atractiva madurez, así como también alguna película donde confirmar que las incursiones en el drama no habían sido por casualidad.
Hace varios años que la enfermedad se cebó contigo del modo más cruel posible, privándote de los recuerdos de una vida. Esta penosa y prolongada situación no ha hecho sino ratificar el cariño que has despertado en el público a lo largo de los años. Las fechas inmediatas a tu deceso planteaban un desenlace inevitable. Ya está. Ahora sí, ahora los recuerdos vuelven a ser lúcidos, vivos, centelleantes y vivos. Quédate con eso, Carmen. Y sonríe.