Living es una película estrenada en España en 2023 basada en la obra de Kurosawa titulada Ikiru. El cineasta sudafricano Oliver Hermanus traslada a Gran Bretaña la situación que se desarrollaba en el Japón de los años 50. La adaptación inglesa ha sido nominada en diversos certámenes cinematográficos de renombre. La sencillez de la historia me ha llevado a ver íntegra la obra original en blanco y negro que Kurosawa adaptó de un relato de Tolstoi titulado La muerte de Ivan Ilich. Es de una belleza sobrecogedora que cautiva al espectador. Ganó el premio BAFTA al mejor actor extranjero y el Oso de Oro del festival de Berlín.
La trama nos muestra el cambio de actitud de un aburrido funcionario ante la noticia de su muerte cercana. Contemplamos en primerísimos planos una mirada obsesionada por hacer útil una existencia que se acaba. Vivir se convierte en la meta de quien descubre horrorizado que ha estado desperdiciando su tiempo en una vida atrapada en el individualismo. Es magistral la interpretación de Takashi Shimura, actor japonés que interpretó 21 de las 30 películas de Akira Kurosawa. Muestra la ansiedad por escapar de una vida anodina, secuestrada por la burocracia deshumanizadora.
Película dramática, llena de luces y sombras, considerada una de las obras maestras del cine japonés. Con los mismos guionistas, crearía posteriormente una de las obras más influyentes de la historia del cine: Los siete samuráis.
Kurosawa es un maestro que retrata como nadie la naturaleza y las pasiones humanas por lo que resulta fácil empatizar con la desesperación que observamos. Dirá el protagonista: “No sé para qué he vivido hasta ahora, no puedo morir”. Ahí está todo el meollo de la película. Entendemos que su canción favorita diga en tono melancólico: “la vida es corta, ama que el día de hoy no volverá jamás”.
Watanabe, el oficinista, tras descubrir su sentencia de muerte por el cáncer diagnosticado, se lanza a una frenética carrera. Desea recuperar el tiempo perdido. En este sentido la película, aunque dramática, no está exenta de humor. Hay mucha ternura y vitalidad humana en esta obra que adapta al entorno oriental la obra del escritor ruso.
En frase de uno de los personajes: “la desgracia tiene algo bueno, nos enseña la verdad. Somos unos brutos, reconocemos la belleza de la vida solo cara a cara con la muerte”.
Intentando buscar una manera de darle sentido a su vida antes de morir, con la intención de dejar un legado de su paso por el mundo, decidirá enfrentarse a la inercia de la burocracia municipal. Con mucho esfuerzo logrará la aprobación de un proyecto para transformar un espacio insalubre en un parque para recreo de los niños donde podrán jugar y divertirse. El señor Watanabe acudirá a este lugar para morir en paz. La escena final de la versión nipona, igual que en la versión actual, nos lo muestra sentado al columpio, balanceándose como un niño más. El protagonista parece no sentir la nieve ni el frío mientras entona su canción… Ha vuelto a ser humano, ha vuelto a su infancia.
Kurosawa es considerado el más occidental de los directores orientales. En esta obra, que supuso la consolidación del cine japonés a nivel mundial, podemos observar los rasgos más característicos del maestro nipón. Aquello que hace que su cine sea, como en Ford, retratar personas para ir al fondo de su humanidad. A la vez no deja de ser una crítica social a los vicios que corroen y socavan esta misma humanidad desde las estructuras de poder.
Lo consigue con primerísimos planos combinados con imágenes fijas, largamente contempladas desde distintos ángulos. Experimenta con diferentes enfoques de cámara y logra zambullir al espectador al corazón de los personajes desde atmósferas irreales, densas e incluso asfixiantes. Los elementos meteorológicos, que aparecen en casi todas sus películas, nos permiten vislumbrar aquello que no se puede traducir en palabras.
Los silencios y las miradas son esenciales para este director amante del cine mudo. Permiten reflexionar sobre los sentimientos humanos tantas veces inexpresables. Se trata de un director con un genial sentido de la estética capaz de utilizar técnicas de montaje muy atrevidos. En su cine es habitual manipular los planos-contraplanos rompiendo moldes o realizar cortes que alejan y acercan a los protagonistas de manera surrealista.
En el caso de Ikiru, aunque la sencillez domina toda la interpretación, cada plano es una mirada singular que intenta abarcar las distintas emociones del alma humana. Así vemos como recurre a imágenes en las que posiciona la cámara tras cortinas, ventanas o vallas como invitándonos a presenciar escenas a modo de testigos. Por otra parte, la narración, dividida en dos partes, estructurada en flashbacks; la voz en off aportando racionalidad o la iluminación en clave baja, con imágenes reflejas, son otros recursos que permiten conducir al espectador a un estilo de mirada especial sobre la historia.
Estamos, en definitiva, ante una obra de gran profundidad filosófica, existencial y humana. Recoge los temas trascendentales de la vida y su sentido: la soledad, la vejez, la muerte, la relación con los demás, el sufrimiento etc… Y desde el lenguaje fílmico, formalmente impecable, nos ofrece uno de los exponentes más bellos del séptimo arte.