Ruben Sax, más conocido por el sobrenombre de Richard Brooks, fue un director, guionista, productor y escritor estadounidense. Estudió en la Universidad Temple y trabajó como periodista radiofónico antes de comenzar su carrera en Hollywood en los años 40 como guionista. Debutó en la dirección en 1950 gracias a Cary Grant que confió en él a pesar de su inexperiencia.
A partir de entonces siguió trabajando con la tendencia clara por la adaptación de grandes obras literarias de las que solía ser el guionista. Así, por poner algunos ejemplos, en 1958 llevó a la pantalla “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski, con Yul Brynner como protagonista y, ese mismo año, “La gata sobre el Tejado de Zinc” de Tennessee Williams con Elizabeth Taylor y Paul Newman; en 1960 “El fuego y la palabra” de Sinclair Lewis, con Burt Lancaster, Shirley Jones y Jean Simmons y en 1965 “Lord Jim” de Joseph Conrad con Peter O´Toole.
Richard Brooks, fue nominado al Oscar como mejor guionista por “Semilla De Maldad”; por la dirección y el guion de “La gata sobre el Tejado de Zinc»; por la dirección y guion de “Los profesionales” y por la dirección y guion de “A sangre fría” un docudrama adaptando la obra de Truman Capote. Su única estatuilla la ganó por el guion de “El fuego y la palabra”.
Algunos le han considerado un mero adaptador de obras literarias. Analizando en positivo esta crítica podemos afirmar que ese lado más literario de sus obras le acercaría a otros grandes marginados del cine, como William Wyler.
Como señalan sus críticos “salvo en cuatro películas, Brooks siempre participó en la escritura de los guiones y en muchos casos los escribió él solo, especialmente hacia el final de su carrera. Tenía una fe absoluta en los elementos narrativos y teatrales del cine, que él consideraba el armazón perfecto de una película. Publicó tres novelas a lo largo de su vida, una de ellas adaptada al cine por Edward Dmytryk en “Encrucijada de odios” (Crossfire, 1947). Analizando sus películas, se puede deducir que, aunque no siguió el camino de los escritores de la “generación perdida” -al estilo de Steinbeck– puso empeño en abrir nuevos caminos en la literatura y el cine estadounidenses.
Tal vez no fue el más grande en la descripción y construcción de personajes pero supo ser un excelente director de actores. Y sobre todo un escritor brillante de guiones. Una muestra es la película que nos ocupa: “El Cuarto Poder” (Deadline USA, 1952), película de ambiente periodístico con el protagonismo de Humphrey Bogart y una secundaria de lujo con Ethel Barrymore.
En esta película, Richard Brooks ofrece una visión esperanzadora del periodismo. Humphrey Bogart interpreta a Hutcheson, editor de El Día, que intenta mantener en pie su periódico por negarse a convertirse en prensa amarilla. A pesar de los problemas personales y familiares que tiene a su alrededor y, a pesar de las amenazas de la mafia que le presiona para que oculte información relevante, sigue adelante. Su lema es la libertad de prensa, única garantía para un país libre. Es una de las grandes películas sobre periodismo, con un guion modélico que invita a cuestionarse muchos dilemas éticos.
A medio camino entre los clásicos y los cineastas de las nuevas generaciones Brooks supo construir diálogos muy ricos que, aunque moralizantes en ocasiones, escondían un deseo auténtico de sacar a la luz temas sociales que pretendía poner sobre la mesa para provocar debate social. El debate de la educación quedó claro en “Semillas de maldad”. En el caso de “El cuarto poder” tenemos sobre la mesa un sustancioso debate sobre la libertad de prensa y la ética de la comunicación veraz al servicio de la democracia. Sin libertad de prensa no hay democracia y este es el claro mensaje del film.
Brooks supo ver en el cine no solo industria o tecnología sino algo más. Para él era un documento de nuestro tiempo y como tal debía ser veraz. Era un director comprometido semejante al protagonista de la película que analizamos. En efecto, Bogart dirá verdades como puños y, en consecuencia, se plantearán en el film conflictos morales que se dejarán abiertos a la consideración del espectador.
Al final se trata de una ética de vida. Buscar libremente lo verdaderamente bueno con la conciencia de saber que está en nuestra mano humanizar nuestra parcela cotidiana. A pesar de las debilidades y miedos personales, el protagonista se esfuerza por ser coherente y por tanto plenamente humano.
Podemos observar los fundamentos de toda ética humana: verdad, bien, conciencia, libertad… Y es que solo el esfuerzo inteligente por lograr el máximo equilibrio personal y social nos convierte en valiosos como seres humanos.
No puede existir una sociedad libre si este “cuarto poder” pierde independencia, y, por tanto, pierde sus garantías de credibilidad frente a los tiranos de todos los tiempos. Urge en nuestra sociedad gente como Hutcheson capaces de resistir lo políticamente correcto; de cuestionar ideologías imperantes; de salvaguardar los derechos de los más débiles; de no dejarse llevar por la marea de la superficialidad que arrastra y fomenta la inmundicia social para mostrarla después a cambio de contratos millonarios.
Hutcheson es capaz de perder dinero para salvaguardar la dignidad de una mujer asesinada. Saldrá la foto en portada, pero saldrá envuelta en su abrigo de visón ocultando su cuerpo deformado tras ser rescatado del agua. No es una imagen macabra, no da pábulo al morbo, dice la verdad e invita a la compasión alejando la mirada de lo que puede distraer de lo esencial. Hutcheson es un hombre con debilidades, tiene muchas y patentes, pero es un ser humano íntegro porque batalla por lo que es justo y verdadero.