Se cumplen 100 años del estreno, en 1925, de La quimera del oro, una de las mejores películas de la historia del cine. A algunos les podrá llamar la atención el hecho de que una película muda, muy antigua, hecha en blanco y negro y con recursos muy limitados a ojos del espectador del siglo XXI, sea tan importante en la historia del celuloide. Pero si el espectador deja de lado esos prejuicios y se deja envolver por la magia indiscutible de la película, se dará cuenta de la joya indiscutible que es La quimera del oro.
Pero ¿qué es lo que hace tan especial esta película? La respuesta es sencilla: Chaplin. A estas alturas ya se ha dicho absolutamente todo sobre La quimera del oro, por lo que no vamos a descubrir nada nuevo. No obstante, conviene destacar algunas claves que ayudarán a valorar esta joya de película, así como el resto de largometrajes protagonizados por Charlot, el personaje más icónico del cine.
La quimera del oro cuenta unos sucesos dramáticos acaecidos a finales del siglo XIX: la fiebre del oro en Alaska, a donde se dirigen miles de personas, la mayoría pobres de solemnidad, en busca de un golpe de fortuna que cambie sus vidas para siempre; pero las condiciones son extremadamente duras, y muy pocos alcanzan el éxito. Estos son los hechos, reales, envueltos en tragedia y sufrimiento pero que, desde la mirada de Chaplin, se convierten en cómicos y llenos de humanidad y dignidad. Pocos personajes en el cine han conseguido transmitir emociones como Charlot sin decir una sola palabra; la delicadeza de sus movimientos, su mirada, sus gestos, su ternura… Es la fuerza de la imagen acompañada por la música. Chaplin, partiendo de lo cotidiano, eleva al hombre, hace que recupere su dignidad y le dispone a la esperanza.
Vamos a detenernos en cuatro secuencias de La quimera del oro donde se pueden apreciar claramente la dignidad y la humanidad de Chaplin; dos de ellas son, simplemente, icónicas.
1. La cena de Acción de Gracias
Charlot y Big Jim se acomodan en la cabaña de Black Larssen, pero pasan los días y el hambre se hace insoportable; tal es así que los tres echan a suertes quién debe salir a buscar alimento. Mientras Larssen sale en busca de comida, Charlot y Big Jim esperan pacientemente, pero el hambre les atormenta hasta tal punto que Charlot decide cocinar uno de sus zapatos para saciar el apetito y celebrar lo más dignamente posible la fiesta de Acción de Gracias.
La situación es totalmente disparatada y cómica a la vez, pero Charlot la hace creíble. Cocina el zapato con esmero, da un repaso de limpieza al plato que va a utilizar y sirve el suculento manjar. Ya en la mesa, Charlot corta y reparte con cuidado el zapato quitándole el cordón, como si se tratara del pavo más jugoso. Pero Big Jim no está satisfecho con la parte que le ha tocado y se la cambia a Charlot, pensando que su pieza es más suculenta todavía. Charlot rebaña los clavos de la suela como si fueran huesecillos con la carne más sabrosa… Es una situación surrealista, pero Charlot la hace divertida y tierna a la vez, dando muestras durante la cena de buenos modales y elegancia, haciendo olvidar por un momento que son dos pobres miserables que llevan días sin comer, aislados en una cabaña asolada por un temporal de frío y nieve.
2. La cena de Nochevieja
Charlot llega a la ciudad y consigue hospedarse en una cabaña algo mejor que la anterior. Por casualidad, conoce a Georgia, una de las bailarinas del salón y se enamora al instante de ella. Gracias a un encuentro fortuito posterior, Charlot invitará a Georgia y sus amigas a celebrar juntos la cena de Nochevieja.
Lo que para Charlot es una oportunidad única para declararle su amor a Georgia, para la bailarina es un mero divertimento puesto que, en realidad, ni ella ni sus amigas tienen pensado acudir a la cena de Nochevieja. Pero Charlot se esfuerza los días previos para organizar la mejor cena posible, teniendo en cuenta que es un vagabundo sin recursos. Incluso conseguirá un dinero extra limpiando nieve en la ciudad –regalándonos uno de los gags más graciosos de la película– para emplearlo en los preparativos.
Pero lo realmente impresionante es que, aun siendo pobre, en los minutos previos a la cena, vemos que la cabaña está totalmente decorada y la mesa preparada hasta en el más mínimo detalle. Una cabaña que antes era fría, ahora es acogedora y cálida, con el fuego calentando la cena. El cuidado por el detalle de Charlot, vistiendo camisa blanca impoluta, llega al punto de colocarlo todo al milímetro y de tener preparado un pequeño regalo para Georgia y sus amigas. Todo está listo, pero las chicas no llegan. Y Charlot se duerme esperándolas, soñando con la danza de los panecillos –otro momento sublime de la historia del cine– que hace las delicias de Georgia y sus amigas. Pero todo es un sueño. Charlot está solo, aunque ha demostrado una elegancia, una delicadeza y un amor por el detalle abrumadores.
3. Georgia visita la cabaña después de Nochevieja
Georgia, sus amigas y Jack salen del salón pasada la Nochevieja para seguir celebrando y llegan a la cabaña donde saben que vive Charlot; quieren seguir con las bromas y darle un susto, pero Charlot no está.
Georgia entra sola a la cabaña, sabe que ha actuado mal con Charlot y quiere que las bromas paren. Al entrar se queda asombrada de lo acogedora que se ve la cabaña y de lo bien preparada que está la mesa. Y es en el momento en que Georgia coge el pequeño regalo, cuando se da cuenta del verdadero amor que Charlot siente por ella. No por el regalo en sí, sino por el esmero y el cariño que aprecia en cada detalle de la cabaña y de la mesa, y que son para ella. Georgia, que busca a alguien valioso de verdad, rechaza desde este momento el amor y los besos de Jack, que no entiende nada de lo que está pasando. La bailarina descubre una manera nueva de ser amada, más convincente que el amor puramente físico de Jack.
4. El viaje en barco
Es el momento final de la película. Big Jim y Charlot son millonarios gracias al oro de Alaska y salen en barco de allí, quién sabe hacia qué destino. Los dos visten ropa cara, se alojan en un camarote lujoso, les acompaña un séquito de personal y la prensa quiere inmortalizar su éxito.
Será de las pocas veces que veamos a Charlot vestir un sombrero de copa en lugar de su famoso bombín. El vagabundo es ahora millonario, la vida le sonríe, no tiene por qué preocuparse de su futuro. Pero al ir andando por la cubierta del barco junto a Big Jim y ver a un pasajero tirar al suelo la colilla de un puro, Charlot se agacha rápidamente para recogerla. Big Jim se lo recrimina, puesto que ahora tienen todo un estuche de largos puros para fumar cuando les venga en gana. No más colillas.
Charlot, a pesar de los abrigos caros y del dinero, no se olvida de su pasado, de quién es en realidad; los millones de dólares no le han cambiado. Tal es así que acepta encantado volver a ponerse la indumentaria de Alaska para recordar sus vivencias. Y es en ese momento en que se produce el encuentro inesperado con Georgia, que también viaja en el barco y que le reconoce al instante. Surge la pregunta instantánea, ¿la bailarina habría reconocido a Charlot si éste hubiera vestido el traje caro? No lo sabemos. Pero es ciertamente hermoso que sólo cuando Charlot viste la indumentaria de siempre, se produce el encuentro con Georgia. Y el final feliz.
La quimera del oro tiene más momentos hermosos cinematográficamente hablando, más gags que mueven a la risa del espectador y más guiños de ternura de Chaplin, pero las cuatro secuencias que hemos destacado permiten radiografiar con bastante precisión el alma de Charlot. Es la enorme dignidad del vagabundo.