Del cielo al infierno | Una serie B de Spike Lee y Denzel Washington en Nueva York

José Martín Goenaga

Cinéfilo por afición, me gusta seguir de cerca la actualidad cinematográfica para comprender mejor a la sociedad actual y valorar la idea que esta transmite sobre la persona humana y sus circunstancias.

Del cielo al infierno (Highest 2 Lowest) es el remake que nos ofrece Spike Lee de El infierno del odio (1963) del maestro Akira Kurosawa. La diferencia es que aquella fue nominada a los Globos de Oro, mientras que esta tiene posibilidades de ser nominada para los Razzies (los anti-Oscars). El remake es barato, no solo en producción, que no lo sé, pero seguro que lo es en calidad.

Denzel Washington y Spike Lee no coincidían desde aquel Plan oculto (Inside Man) de 2006, con Clive Owen, Jodie Foster y Willem Dafoe, entre otros. Una gran película que anticipaba buenas perspectivas para esta otra. Pero lo cierto es que aquella se rodó hace casi 20 años y Denzel Washington ya no tiene 50 sino 70, que se dicen pronto. Y el error es seguir pensando que el doblemente oscarizado sigue en su quinta década de vida, cuando comparte edad, año arriba año abajo, con el propio director.

No se le puede poner a correr a Denzel, a dar saltos y a perseguir a delincuentes como nos tiene acostumbrados. Entiendo que el tandem Lee-Washington vende, y que recaudará solo por los nombres, pero su estreno en Apple TV+ ya nos dice bastante. A Denzel ya le tocan otra serie de papeles, que seguro bordará, como lo ha demostrado en otras producciones (La tragedia de Macbeth o Gladiator II) con las que obtuvo nominaciones a Oscars y Globos de Oro. Pero ponerle como padre de un crío de unos 20 años y esposo de una mujer de 39, no es creíble, lo siento.

Conocemos a Spike Lee y sabemos que, aunque nacido en Atlanta, a los tres años sus padres se mudaron a Brooklyn (Nueva York) y que es más neoyorquino que la Estatua de la Libertad, por lo que todo lo que huela a la Gran Manzana, ahí está él: en la primera fila del Madison Square Garden jaleando a sus queridos Knicks o en la tribuna del estadio de los Yankees; y esta película la ha decidido dedicar a «la ciudad que nunca duerme», como decía Frank Sinatra. Así que el argumento y las actuaciones realmente parece que eran lo de menos.

Así, nos adentramos en el metro justo antes de un partido de los Yankees o en la fiesta puertorriqueña de la ciudad, muy distinta al acercamiento musical de Leonard Bernstein enWest Side Story (1961). Vemos el puente de Brooklyn (hasta en los créditos), visualizamos Manhattan desde un lujoso apartamente acristalado y nos imbuímos en los bajos fondos de esta conocida urbe. Denzel es sólo una excusa para mostrarnos la nueva York.

Ahora bien, no acaba aquí su apertura de corazón, sino que Spike Lee aprovecha la oportunidad para meter a diestra y siniestra su apoyo a la comunidad de raza negra y todo lo que le rodea. No estoy en contra de eso, pero quizá sea el alarmante y contínuo forzado de guión para mostrarlo lo que más me disgusta.

La idea de la discográfica, en lugar de la empresa de zapatos de Kurosawa, no está mal, pero ir de eso a mostrarnos una especie de videoclip con el rapero A$AP Rocky, neoyorkino (cómo no), y su provocativo plantel de bailarinas (por llamarlas de alguna manera) de fondo, no se sostiene. Menos mal que hacia el final del film, aparece la cantante Aiyana-Lee, artista británica apadrinada de Lee, que al menos consigue levantar el ánimo de una película que nació para no triunfar.

Quedémonos con lo bueno: ver a Denzel en acción, la decoración neoyorquina vintage del apartamento de Washington y su familia, las fotos y recortes de la historia de la música en su despacho y el sólo de piano homenaje al recientemente fallecido Eddie Palmieri (también neoyorkino, de ascendencia puertorriqueña), que nos deleita con su banda haciendo bailar a media ciudad.

En definitiva, una película prescindible pero que verán y que ya habrán visto muchos.