Son muchas las películas que nos hablan de una familia en particular, como La gran familia (Fernando Palacios, España, 1962), La familiar Bélier (Éric Lartigau, Francia, 2014), Una familia de Tokio (Yoji Yamada, Japón, 2013), Familia al instante (Sean Anders, EE.UU., 2018), La familia (Ettore Scola, Italia, 1987), o hasta La familia Addams (Barry Sonnenfeld, EE.UU., 1991) y tantas otras. Pero recientemente hemos tenido el privilegio de poder disfrutar películas que aluden a la red de relaciones de amor que constituyen la familia.
En la familia a uno le aman por ser quién es (a veces, incluso, a pesar de cómo es) y por eso es el refugio seguro que nunca falla. El sentido de pertenencia a una familia es la base para conocerse a sí mismo, así como el amor incondicional entre sus miembros es necesario para el desarrollo armonioso de los niños y para el equilibrio afectivo de los adultos.
El cine, que es una fábrica de sueños pero es también un espejo de la vida, es capaz de reflejar con fidelidad experiencias humanas que ponen de manifiesto los valores de la familia y que lo más importante para el hombre son los lazos de amor que nos unen a unos con otros.
La familia memoria histórica
Así la última película de Carla Simón, Romería, que ha venido a cerrar la trilogía sobre la búsqueda de su memoria histórica familiar. Los padres de Carla, Kin y Neus, murieron ambos de sida cuando ella era muy pequeña, y ahora su hija, cámara al hombro, ha querido viajar a sus orígenes y recuperar los lazos que la unen a sus padres biológicos.
Gratitud de los hijos hacia los padres
- por haberles dado vida “espiritual”
La primera entrega de la trilogía, Verano 1993, constituía un canto de amor y gratitud a sus tíos, Salvador y Paquita, el hermano de su madre y su mujer, que la acogieron en su hogar y se convirtieron en sus padres.
En la segunda, Alcarràs, la cineasta ponía el foco en la familia de su madre adoptiva, que es también la suya, porque auténticos padres no son sólo los que engendran, sino también quienes cuidan, educan y aman incondicionalmente a los hijos.
- por haberles dado vida “biológica”
Si las dos primeras eran un homenaje a la familia de adopción, en la tercera, Romería, ha viajado a las raíces paternas y a la historia de amor y destrucción de quienes le dieron la vida. A ellos les dedica el canto de amor de su tercera película.
Sentido de pertenencia
La autobiografía afectiva de Carla Simón a lo largo de tres películas nos habla también de la necesidad del ser humano de sentirse bien enraizado en una familia para poder echar a volar libremente en la vida.
El amor incondicional llena la vida de sentido
En la conmovedora película Los lazos que nos unen, de la francesa Carine Tardieu, Sandra, la protagonista, es una mujer que ha decidido vivir sin familia. Es una mujer independiente, sin ningún instinto maternal, que ha optado libremente por la soltería, y que se siente a gusto dedicada a los libros. Su vida da un vuelco cuando, sin poderlo evitar, se ve involucrada en la vida de sus vecinos, Alex, que acaba de quedarse viudo, y sus dos hijos, Elliott de seis años y Lucille, recién nacida. Elliott se aferra tanto a ella que Sandra, desconcertada, se ve asumiendo el rol de madre sustitutiva, y ese amor que se le pide la empuja a un viaje emocional al encuentro consigo misma.
La familia, lazos de sangre animados por el amor
Paquita, la madre de adopción, ha amado a Carla Simón con toda su alma, sin hacer distingos entre ella y sus hijos biológicos. La abuela de Elliott y Lucille celebra que su yerno pueda encontrar una esposa con la que reconstruir la familia. No la ve como una intrusa que va a usurpar el lugar de su hija Cécile, sino como una nueva madre para llenar de amor el hogar de sus nietos.
Elliott temía que su papá no lo quisiera tanto como a Lucille, porque él no era su hijo biológico, pero Alex lo quiere como un auténtico padre, lo cuida, lo educa y le pone límites; quiere el bien del niño por encima del suyo propio. Alex es su verdadero padre aunque no lo haya engendrado.
En la película Los lazos que nos unen hay una referencia explícita al juicio de Salomón, a la madre renunció a su hijo para que el niño pudiera tener vida. David, el padre biológico, sabe echarse a un lado para que su hijo tenga una vida mejor (familiar, en este caso). No abdica de su paternidad, sino al contrario.
Los vínculos de sangre sólo son de calidad si están animados por el amor (aunque a veces implique dolor y renuncia).
El amor de los padres es generoso e incondicional
Alex, está abrumado por su soledad ante la dedicación que exigen dos niños pequeños y busca, casi a ciegas, recomponerse, para tener una compañera y una madre para sus niños. Sin embargo, puesto en la tesitura de tener que optar entre su propia complacencia y la atención a sus hijos, no lo duda: ellos son su prioridad. El padre y la madre, unidos, constituyen el ámbito de amor y entrega total a los hijos. Por eso Alex no está dispuesto a dividirse entre dos afectos: a los niños y a su nueva pareja.
Las películas mencionadas no constituyen un tratado sobre la familia, pero sí son una interesante muestra de la importancia de las relaciones familiares, amasadas de amor generoso incondicional, para el desarrollo personal de los niños y para el equilibrio afectivo de todas las personas. ¿O acaso a medida que vamos envejeciendo no recordamos cada vez con más añoranza a nuestros padres?
Bienvenido sea el buen cine que nos reconforta el corazón ensalzando los lazos de amor y de sangre que nos unen en nuestras familias.