PELICULA RECOMENDADA POR CINEMANET Título original: Jibeuro (The way home) |
SINOPSIS
«Sang Woo y su abuela” es la historia de un niño a quien la familia deja junto a su abuela durante una temporada al no poderse hacer cargo de él. La septuagenaria es muda, vive en un lugar apartado en medio del campo y su forma de vida es radicalmente opuesta a la propia de la ciudad. El niño tendrá que amoldarse a nuevas costumbres y situaciones, lo que no resultará nada fácil.
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CRÍTICAS
[Mª del Pilar Madrigal y Alós – Colaboradora de Cinemanet]
El argumento de esta película oriental del año 2002 es muy sencillo. Su director Lee Jeong-hyang, autor también del guión, nos presenta a un niño de siete años que viaja con su madre a una aldea del campo. La situación de la madre es extrema, pues está separada del padre del niño, ha perdido la tienda que poseía y no tiene trabajo. Esa realidad económica tan precaria la obliga a pedirle ayuda a su anciana madre. Aunque la señora vive en una casita humilde enclavada en una colina, es muda y ni conocía a su nieto, acepta que se quede con ella.
A partir de la despedida de la hija en la parada del autobús somos testigos de cada cotidiano momento del día. El ritmo es muy pausado, vamos a ver a estos dos familiares que sin embargo son desconocidos ir acoplándose el uno al otro.
La abuela es de apariencia doblada y frágil, pero con una voluntad fuerte y un gran corazón. Soporta el egoísmo del pequeño, sus continuos malos modos (incluidos insultos y empujones ) y continúa cuidàndole con esmero y paciencia,realizando sus labores cotidianas.
El niño, Sang Woo, tarda mucho en dejar de hacer maldades, despreciar a su abuela, ignorarla… Todos sus gestos son propios de un crío muy mimado de ciudad que no está dispuesto a perder sus comodidades y privilegios. Ella sin embargo, sin hacer ningún mal gesto, va desplegando una gran variedad de valores: generosidad, laboriosidad, paciencia… Mucha bondad de fondo y forma. Tranquila, muy en contacto con la naturaleza que les rodea, respetuosa con personas y animales (un estilo oriental muy marcado).
El amor, el tiempo y el trato diario irán transformando al nieto. Como un río que fluye, así se deja ver este argumento. Hay vecinos, viajes al pueblo, pero sobre todo roce entre las dos generaciones y lecciones de vida enseñadas y aprendidas a través del ejemplo.
[Jesús Martínez Fernández – Colaborador de Cinemanet]
De la brevedad de la vida
Es posible que el vacío ingrávido que deja un salto de tiempo de setenta años se vea ocupado por la bondad, el antónimo de la cerrazón. Es posible. Siete son los años que tiene Sang Woo. Setenta y siete, su abuela. Ninguno de los dos son actores, pero los dos saben moverse delante de las cámaras. Sang Woo y su abuela (Lee Jung-Hyang, 2005) se estrenó sin la seguridad de que la cinta tuviera la más mínima repercusión mediática. Todo lo contrario.
La historia es tan sencilla, que los traders londinenses se ruborizarían por la ternura que destila. Una abuela recibe a su nieto en su aldea natal. Él, consentido, añora, digámoslo así, las superconsolas de entonces, algo que fuera equiparable a los juguetitos electrónicos, con su despreocupada afición al pataleo. Consentido, marimandón, mequetrefe. Ella, la abuela, es una señora robusta que no tiene más referencias que la tierra que heredó de sus padres y las cualidades que engloban la paciencia (“La paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia, la debilidad del fuerte”, dijo Kant). Ella convive con la naturaleza, como un todo, en estado salvaje, apurando los cambios de estación, contando los goteros de la nieve, triscando, labrando, recolectando, amasando los calendarios, dándole tiempo al tiempo sin exigirle demasiado, por no decir que se ha amoldado a los días como los endecasílabos se apegan a un soneto. Así, la abuela irá dejando que su nieto, malcriado, se desfogue, arda en combustión interna, y libere toda la rabia contenida. Tras ello, empezará de cero su educación.
La abuela de la película se relaciona con las partes de la vida: con el prenacimiento (el Universo empieza con tu nacimiento, y que antes no hay nada, ni siquiera el polvo cósmico); el nacimiento (con la cuna que nos arrulló); el crecimiento (que viene a ser un viaje de descubrimientos, una especie de Odisea en la que Ulises se bate contra los caballunos del diablo, las aves de rapiña, la ignorancia y la estulticia); el envejecimiento (la sabiduría. En De la brevedad de la vida, Séneca se embriaga con esta palabra, sinónimo de hombre culto: “De vivir se ha de aprender toda la vida”) y la muerte (o el posnacimiento, la nada después de la nada). De todo esto, habla la abuela. Muchas veces, sin hablar, como el nubio mudo que toma como criado personal el Conde de Montecristo, en el proceso de maduración de sus venganzas. Muchas veces, sí que habla, y reprende o desafía a un nieto que no quiere aprender más que las cosas bellas (una manera un tanto absurda de mencionar el ocio, nocturno o diurno).
Básicamente, esta cinta sirve para poner sobre la mesa el debate de la educación: la educación que, como las hojas marcescentes, si no se riega, se pierde. ¿Puede una persona mayor, en las postrimerías de su ciclo vital, darle valores a una promesa de hombre? Lo que es una pregunta, debería ser una afirmación. Entre otras cosas, porque se es hombre cuando el individuo deja de estar atollado en la embriaguez y en las flébiles contradicciones del alma, para tomar forma, definitivamente, cabal y serena forma. Como una larva de polilla que se sacude el negro de encima. Un niño pasa a ser hombre después de recibir las enseñanzas de su preceptor. Y el maestro, a veces, es una abuela (impresionante Eul-boon Kim), una profesora de Lengua y Literatura, un libro (los libros, bien escogidos, actúan como resortes para mover los cuerpos), un filósofo que huye de los pelamesas (el Aristóteles que enseñó la escasa Geografía que sabía al Alejandro Magno que se encargó de ampliar los atlas) o una larva. No se trata de enseñar cosas, preceptos, proverbios ni álgebra. Se trata de la presencia humana. Del acompañamiento en la vida. De discernir lo bueno de lo malo con la ayuda de la persona amada (por querida) que ya se ha visto en esos andurriales. De la vida en común y del tesoro de la amistad, puesto que los familiares, además de estar atados por los lazos sanguíneos (las cenas de Navidad lo demuestran), también pueden ser amigos. De corazón. Larvas de corazón.
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Realmente esta pelicula emociona a grandes y chicos.Pese a la precariedad en la q se vive o la falta d tenencias materiales se puede dar amor incondicionalmente.Se las recomiendo