Hacia Rutas Salvajes
Dirección: Sean Penn. País: USA. Año: 2007. Duración: 140 min. Género: Biopic, drama, aventuras. Interpretación: Emile Hirsch (Christopher McCandless), Marcia Gay Harden (Billie McCandless), William Hurt (Walt McCandless), Jena Malone (Carine McCandless), Catherine Keener (Jan Burren), Hal Holbrook (Ron Franz), Kristen Stewart (Tracy), Vince Vaughn (Wayne Westerberg), Brian Dierker (Rainey). Guión: Sean Penn; basado en el libro "Hacia rutas salvajes" de Jon Krakauer. Producción: Sean Penn, Art Linson y Bill Pohlad. Música: Eddie Vedder, Michael Brook y Kaki King. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Jay Cassidy. Diseño de producción: Derek R. Hill. Vestuario: Mary Claire Hannan. Estreno en USA: 21 Septiembre 2007. Estreno en España: 25 Enero 2008. |
Después de graduarse en la universidad, Christopher McCandless, un joven de 22 años al que todos auguran un brillante futuro, decide dejar atrás su cómoda vida y partir en busca de aventuras. El periplo del joven trotamundos le convirtió en un símbolo para muchas personas.
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CRÍTICAS
Sean Penn, un actor consagrado y un director con un universo peculiar dado al drama intimista y silencioso (El juramento), consiguió, tras diez años de trabajo, los derechos de la novela. Una novela que ha transformado en uno de esos relatos suyos llenos de humanidad a la búsqueda de lo que arraiga y hace feliz de veras al hombre.
Aunque la familia de Chris fue reticente durante un tiempo a que se hiciera una película, porque aún no se veían con fuerzas suficientes, al final cedió e incluso mantuvo muchas conversaciones con Sean Penn. Quien más se abrió fue la hermana de Chris, cuya generosidad permite llenar la película de una emotiva narración, como un contrapunto a la narración de su hermano, al que estuvo muy unido y al que comprendió en sus arriesgadas decisiones. Por otra parte, el propio Penn recorrió diversos lugares del periplo de Chris y conoció también a algunas de las personas que se cruzaron en su camino.
Ávido lector de escritores tan comprometidos como Leon Tolstoi, Henry David Thoreau o Jack London, el personaje de Christopher salpica el relato de sus citas, siempre en la línea filosófica de encontrar la verdad sobre la vida y la autenticidad del ser humano. En su búsqueda, el protagonista emprende ese viaje odiseico, en el que ?curiosamente de modo opuesto al Ulises de Homero– recibe continuamente llamadas para retornar al hogar.
Y es que la familia como centro neurálgico del hombre es una referencia más o menos directa de la mayoría de personajes ?variopintos y dispares entre sí- que conoce y con los que intercambia ese conocimiento vital. Sin embargo, Christopher, que se autobautiza Alexander Supertramp, está motivado por un odio tal a sus padres y todo lo que representan ?hipocresía, dinero, ruptura, prejuicios, mentira y apariencia- que «desoye» esa llamada y se radicaliza en su deseo de adentrarse en la impenetrable Alaska, una metáfora de su propia introspección.
No obstante, esa dualidad propia del relato clásico griego se convierte en un deseo ambivalente. Christopher ha roto con su familia pero esa familia está constantemente presente en su vida. Esa dualidad hombre-naturaleza, vida nómada y sedentaria y otros binomios del estilo, junto a ese espíritu aventurero y romántico recuerdan vivamente al de los western crepusculares. Un género que «fantasmea» también visualmente en las letras del inicio del film, en un póster de Clint Eastwood en la taquilla de Christopher y en los parajes desérticos y montañosos que se recorren en las más de dos horas de metraje. Incluso el estricto código moral que rige al protagonista, que inspira momentos contracorriente como la resolución de su «amistad» con una hippie adolescente, encajaría en muchas producciones del género de los 50 y 60.
El guión de esta peculiar road movie está sabiamente estructurado en etapas vitales, que hacen referencia al aprendizaje y a la madurez, y en espacios y tiempos que se intercalan, así como en puntos de vista. Quizá las escenas protagonizadas por la familia son escasas, pero aportan material suficiente para explicar lo que se quiere explicar; como esa transformación en los padres de Chris debida al dolor y al arrepentimiento. Todo esto enriquece una película, en cuya realización Penn ha sabido dejar espacio a lo contemplativo, a lo bello y poderoso de la naturaleza (que siempre conecta y relaciona con Dios) y a lo humano (en lo que sólo desentona algún detalle nudista).
Su trabajo de la cámara en mano, entre el documental (donde se permite suspender la ficción con dos miradas a cámara del protagonista) y el dogma, las multiplicidad de pantallas y una banda sonora (con canciones de Eddie Vedder, que ya ha empezado a recibir premios) encaja sin rupturas con el aire de western y roadmovie y la cultura norteamericana, convierten «Hacia rutas salvajes» en una producción profunda e interesante. Una película de esas que hacen pensar al espectador y dejan huella como las firmas «rupestres» que graba el protagonista a su paso por los sitios que le han marcado.
En referencia a estas firmas, es curioso que en su último comentario escrito, Alexander Supertramp ?tras haber descubierto que «la felicidad sólo es real cuando es compartida«- firme con su auténtico nombre. En todo esto se revela el hallazgo de Christopher, quizá ya demasiado tarde, y es por fin que se ha encontrado a sí mismo, y no necesita de ningún nombre nuevo o añadido. En esta línea, las oníricas imágenes finales también sugieren que ha encontrado cierta paz interior. Por eso, esa mirada al cielo poco antes de morir y esos pensamientos imaginarios sobre su familia reconocen implícitamente que Chris ha hecho caso a su amigo Ron (un brillante y emotivo Hal Holbrook), que le alienta al perdón porque «Perdonar es amar. Cuando perdonas la luz de Dios resplandece ante tí». El plano cenital y excelentemente fotografiado que culmina ese momento no puede ser más esclarecedor.
Odisea hacia la verdadExtraordinario y poderoso film del carismático actor y director Sean Penn, que recrea una impactante historia real. El guión escrito por el propio Penn está basado en el libro de John Krakauer, y supone la tercera película de Penn como director, tras Cruzando la oscuridad y El juramento. El archipremiado actor elige en este caso una aventura de superación, búsqueda, perdón y redención, para realizar una obra magna, de mucha mayor entidad que sus anteriores filmes. Penn se aleja asimismo de sus películas más fatalistas, porque, aunque no abandona del todo el territorio de la tragedia y su particular visión desgarrada de la existencia, recarga el film de toneladas de esperanza en el ser humano. El resultado es un film difícil de olvidar, emotivo, triste y alegre, tan bello como implacable. Pero aún contando con tan excelente material, seguramente el resultado habría sido inferior sin la ayuda de los actores, desde la adolescente Kristen Stewart hasta Catherine Keener o la colosal actuación del veterano Hal Holbrook, pasando claro está por el joven protagonista Emile Hirsch (Los amos de Dogtown), un actor con un futuro muy, pero que muy halagüeño. Y si el reparto es bueno, la dirección de actores por parte de Sean Penn se antoja absolutamente perfecta.
Cuando contaba veintidós años Christopher McCandless se graduó en la Emory University y, en contra de cualquier previsión de futuro, decidió hacer algo inaudito. Dejó de lado su carrera de derecho, donó todo su dinero ahorrado (24 mil dólares) a la organización Oxfam, y emprendió un camino en solitario hacia las inmediaciones del monte McKinley, en Alaska, con el objetivo, lleno de idealismo, de encontrar el sentido y la verdad de la existencia. Durante los dos años que duró su experiencia recorrió variadísimos lugares y conoció a multitud de personas.
Estamos ante un viaje espiritual, ante la particular odisea interior de un joven desesperado, desubicado interiormente, que ha perdido el norte de su existencia. Con la radicalidad del empuje juvenil decide romper con todo al no poder convivir por más tiempo con la mentira que reina a su alrededor: el engaño de sus padres y la relación con ellos, el afán de bienes materiales, las necesidades impuestas por la sociedad, etc. Chris es un magnífico estudiante, que, como el mismo dice creer, "tiene la cabeza en su sitio", y es un ávido lector de una serie de autores íntegros, radicales y valientes, escritores cuyas obras memoriza y que son sus verdaderos padres espirituales: Lev Tolstoi, Henry David Thoreau, Jack London o Boris Pasternak, entre ellos. Y un buen día Chris desaparece. Necesita nacer de nuevo, y para eso tiene que dejar atrás el pasado, incluso su nombre verdadero. Ni cartas, ni teléfono, ni dinero. Sólo lo puesto. Abandona Atlanta y emprende una vida errante hacia el oeste y luego el norte de Norteamérica, en un periplo en el que recorre miles de kilómetros durante dos años. "Antes que amor, dinero o fama, dadme la verdad", repetirá con Thoreau.
El film, fantásticamente estructurado, sitúa la acción en tres tiempos y lugares distintos: la primera, la del último punto de destino de Chris en Alaska, en Fairbanks, en donde vive como un héroe de novela de Jack London, de lo poco que caza con su rifle y de la contemplación de la naturaleza; la segunda, la de las diversas etapas de su trayecto (Dakota del sur, Colorado, California, Oregón, etc.), lo cual supone un hondo y fructífero itinerario espiritual gracias a las personas con las que coincide, con las que convive, a las que ayuda; y en tercer lugar, Penn inserta momentos de incertidumbre y dolor de la familia ignota, padre y madre que lloran a su hijo desaparecido, y de la voz en off de la hermana, cómplice en el fondo del camino emprendido por su hermano. Quizá puedan achacarse algunos pequeños defectos al conjunto, como el de que todas las personas que encuentra Chris sean tan buenas, tan dispuestas a ayudarle, tan, digamos, sabias, o de que sus padres estén escasamente dibujados, pero son detalles que se pierden ante la grandiosidad del resto.
Penn dirige con mano sabia y pulso narrativo notable, y la fotografía y la música ayudan a recrearse en los maravillosos paisajes de Estados Unidos. Hay muchos momentos de serena belleza, de contemplación, de autenticidad, en esta historia que remite a clásicos que van desde "La odisea" de Homero, hasta "En la carretera" de Kerouac. Sin embargo, menos importancia tiene el trayecto geográfico que el camino espiritual, porque, como en el "Walden" de Thoreau, Chris busca la verdad, la verdad desnuda, desprovista de artificios. Es como un asceta en busca de la Verdad, con mayúsculas. Por eso las conversaciones que tiene con la gente que encuentra a su paso -memorable la maravillosa relación con el anciano Ron- resultan tan claves para su iluminación interior. De todas formas, esos "pilares" del camino no impiden que, como el protagonista de Las aventuras de Jeremiah Johnson, Chris se sienta empujado obsesivamente hacia las montañas, hacia rutas salvajes, hacia el lugar ideal para encontrarse a sí mismo y entrar en la sabiduría anhelada: "La batalla culminante para matar lo falso y concluir la revolución espiritual".