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Dirección: Robert Redford. País: USA. Año: 2007. Duración: 96 min. Género: Drama. Interpretación: Robert Redford (Dr. Stephen Malley), Meryl Streep (Janine Roth), Tom Cruise (senador Jasper Irving), Michael Peña (Ernest), Andrew Garfield (Todd), Peter Berg (teniente coronel Falco), Derek Luke (Arian). Guión: Matthew Michael Carnahan. Producción: Robert Redford, Matthew Michael Carnahan, Andrew Hauptman y Tracy Falco. Música: Mark Isham. Fotografía: Philippe Rousselot. Montaje: Joe Hutshing. Diseño de producción: Jan Roelfs. Vestuario: Mary Zophres. Estreno en España: 9 Noviembre 2007. |
SINOPSIS
Historia de varios individuos en distintas situaciones personales al finalizar la guerra de Afganistán: un político intentando tejer una de las últimas «estrategias exhaustivas» alrededor de una periodista de una agencia de noticias; un catedrático idealista intentando convencer a uno de sus alumnos más prometedores de la necesidad de cambiar el curso de su vida; y dos hombres jóvenes, cuya necesidad de vivir una vida con cierto sentido les llevó a enrolarse en el ejercito americano y en la guerra de Afganistán.
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CRÍTICAS
Un joven senador revela una nueva estrategia militar en Afganistán a una veterana periodista. Al mismo tiempo, se ve cómo esa nueva estrategia afecta a unos jóvenes soldados, antiguos alumnos de un batallador profesor de universidad, que está intentando estimular a un prometedor pero conformista estudiante.
El guionista de la inminente «The kingdom» se une de Robert Redford para producir este drama político de mucha actualidad. Redford vuelve a dirigir, tras las tibias «El hombre que susurraba a los caballos» y «La leyenda de Bagger Vance«, una película «con» mensaje. Esto queda claro desde el principio y a través de las tres tramas paralelas, pero relaciondas, que tejen el guión. Quizá este aspecto de «tesis» pesa un poco, lo que hace menos interesantes a sus personajes y da más protagonismo a sus posturas. Pero es de importancia relativa dado que dichas posturas existen en el mundo «real», como ese conformismo intelectual y humano de algunos universitarios o la fría estrategia política que piensa poco en el eco personal de sus acciones. Todo ello permite que el espectador pueda reflexionar sobre cuestiones tan importantes como éstas o el papel interventor de grandes potencias en la política internacional, el rol de los medios de comunicación y la importancia de la educación para formar personas comprometidas con un ideal social.
Radiografía de la sociedad estadounidense
Película de interesante trasfondo político y social, con trama a tres bandas. Janine, una veterana periodista televisiva, ha sido requerida para una entrevista en exclusiva por Jasper, un senador republicano con aspiraciones presidenciales. En la conversación a solas de una hora le explica la nueva estrategia contra el terrorismo en Afganistán e Irak que está impulsando. Arian, un soldado negro, y Ernest, un soldado mexicano, amigos desde su época universitaria, participan en esa nueva estrategia, a resultas de la cual quedan atrapados y cercados tras las líneas enemigas talibanes. Estos dos hombres eran de los mejores alumnos de Stephen, profesor de una universidad de Los Ángeles, que alecciona a un brillante pero frívolo pupilo con su ejemplo, para que se tome en serio su formación cara a contribuir en algo en la construcción de la sociedad.
Robert Redford entrega un buen film -es sólido el guión de Matthew Michael Carnahan, hermano del director Joe Carnahan-, que en ningún momento oculta su evidente intención didáctica, algo que está subrayado incluso en el hecho de que Redford se reserve el papel del profesor. Evitando la demagogia fácil, se entrega una radiografía de la sociedad estadounidense que ofrece elementos para el debate, en lo que se refiere a la actitud de los políticos -que aunque sean sinceros patriotas, a veces piensan en términos globales sin considerar los costes humanos personales, o se mueven por la ambición-, los medios de comunicación -que preocupados por su audiencia, han abandonado su papel de control del gobierno, siendo un elemento más en la correa de transmisión de sus mensajes-, los profesores -que tienen un maravilloso papel que realizar, haciendo conscientes a sus alumnos de sus talentos, pero que corren el peligro de convertirse en unos teóricos- y la juventud -aquí se confronta la ilusión de las mejores cabezas de las minorías negra e hispana, por ser reconocidos por sus conciudadanos, con el adocenamiento de otros jóvenes sin ideales, que sólo piensan en fiestas y desperdician sus vidas-.
En un título como el que nos ocupa es vital la suave transición de un escenario a otro, y Redford logra engarzarlos con gran naturalidad. No sólo eso, sino que el conjunto tiene una gran cohesión. El reparto es excelente: resulta curioso como Meryl Streep puede saltar de la directora de una revista femenina en El diablo viste de Prada a la periodista liberal e incisiva de este film, dos personajes con la misma profesión pero muy dispares; Tom Cruise sabe dar encanto a su personaje, muy humano y nada demonizado, en su primera producción en United Artists; están muy bien los soldados, ese gran Michael Peña, cuyo papel podría recordar al de World Trade Center, pero que tiene su entidad propia, aquí es un estudiante, allí era un padre de familia, aunque en ambos casos los personajes esperen el ansiado rescate; y es muy interesante la composición de Andrew Garfield, el brillante pero desmotivado estudiante, todo un signo de interrogación acerca de lo que puede ser en el futuro Estados Unidos, y por ende, la sociedad occidental.
Uno de los periódicos de mayor tirada en este país publicaba el otro día un artículo en el que se hablaba de la actual proliferación de cintas que promueven una mirada crítica del conflicto de Irak, rubricadas no sólo desde los parámetros de cine menos comercial (caso de la anglosajona La batalla de Hadiya, de Nick Broomfield, o el caso de Redacted, un low-budget filmado por un realizador tan consagrado como Brian De Palma), sino desde los propios estudios de Hollywood, como en el caso de las próximas películas de Sam Mendes o Paul Haggis, o la que aquí nos ocupa, Lions for lambs, dirigida por Robert Redford tras varios años de sequía tras las cámaras, y que viene auspiciada no sólo por la renovada United Artists sino también por la MGM.
Quizá me ponga una camisa de once varas si digo que según mi opinión eso no debe leerse en términos de toma de postura ideológica por parte de las majors como de su asunción de que esa mirada crítica, ahora por ahora, vende. En cualquier caso, lo cierto es que si Hollywood tardó casi una década en enfrentarse a la catarsis del Vietnam, en este siglo XXI que empezó un once de septiembre no se espera a la finalización del conflicto de Irak para tomar iniciativas cinematográficas que pretenden agitar la (más bien amordazada) conciencia colectiva del pueblo americano. Quizá tiene que ver con la inmediatez que impone la sociedad de la (sobre)información, quizá ayuda a esa iniciativa que los índices de popularidad de los republicanos en el poder estén bajo mínimos. En cualquier caso, recordemos que Al Gore fue, literalmente, uno de los vencedores de la última edición de los Oscar, lo que puede leerse como una antesala de esta corriente abiertamente crítica con la Administración Bush, y que llega a las grandes pantallas en vísperas de las elecciones de 2008.
Toda esta parrafada puede venir al caso al respecto de un filme como Lions for lambs, cuya arquitectura cinematográfica se halla en todo momento supeditada a su carga ideológica. El interés de la película, según deliberan sus intenciones y obvian sus imágenes ?la mayoría, conversaciones que transcurren en despachos-, radica en partir de una cuestión concreta ?y ficticia, aunque pudiera no serlo- relacionada con la guerra de Irak para dar cauce a una censura (más afligida que mordaz) en términos mucho más generales, al modo en que la política se sedimenta en la ideología de la ciudadanía, crítica abierta a la mentira como coda política y al modo en que los poderes fácticos controlan la esencia moral e intelectual del pueblo (americano, pero sólo por ejemplo, porque las enseñanzas que promueve la película se mueven en un nivel que roza lo abstracto, y que por tanto permite la traspolación a otros lugares y coyunturas).
Al igual que alguien puede pensar que el joven guionista Matthew Michael Carnahan y Robert Redford pecan de reduccionismo en sus planteamientos y tesis, yo me inclino por pensar más bien lo contrario, y es que uno de los mayores méritos de la película se halla en su ambición expositiva, en atreverse a visitar tres grandes temas, como la enseñanza con el periodismo y con la política, en pos de un juicio que opone el primero con el tercero por vía del segundo, y que no se permite mayor complacencia que la de dejar un final abierto a un futuro desconocido (el plano del joven estudiante mirando el televisor, que cierra el filme de un modo circular, pues se corresponde con el primer plano de la película, ahora lleno de contenido: un contenido plagado de dudas, siendo esas dudas lo más valioso, como parte irrescindible del proceso de aprendizaje, de la toma de conciencia, que la película en definitiva promueve).
A menudo los críticos de cine nos dicen que las buenas intenciones no bastan para hacer buenas películas. Estoy de acuerdo, pero levanto testimonio de que no es el caso de esta Lions for lambs. Antes he mencionado que la arquitectura cinematográfica está supeditada a las ideas, pero hay que decir que esas ideas no germinarían con el cierto rigor (posiblemente mejorable, pero meritorio) que atesora la película si no fuera merced de la habilidad de Redford por lidiar con tres (o hasta cuatro) lineas narrativas distintas y por lo demás convergentes.
Redford hace fácil lo difícil, promueve cierta linealidad expositiva, una funcionalidad que encuentra su sentido en la necesidad de no perderse en el marasmo de información por el que nos movemos. Para ello se sirve de buenos actores (quizá el peor sea? él mismo), pero sobretodo recurre a lo esencial de las palabras y sentimientos, dotando a las secuencias de dinamismo, de la justa duración. Y estamos hablando de montaje, donde Redford cuenta con la inestimable ayuda de uno de los montadores de cabecera de los filmes de Oliver Stone, Joe Hutshing, quien además coadyuva con mucho al éxito del único (pero brillante) alarde formal de la película: la secuencia climática, el tiroteo final en las cumbres nevadas, donde el sonido diegético se hunde bajo un peso dramático más abstracto, el de la música de Mark Isham, puntuando esa breve ráfaga de planos del pasado que llevó a este final, fugaz e intenso flashback y a la vez culminación de buena parte de las intenciones humanistas de Redford.
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