Dirección: Ron Howard. Países: USA y Reino Unido. Año: 2008. Duración: 122 min. Género: Biopic, drama. Interpretación: Frank Langella, Michael Sheen, Kevin Bacon, Sam Rockwell, Oliver Platt, Rebecca Hall, Matthew Macfadyen, Toby Jones. Guión: Peter Morgan; basado en su obra. Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Brian Grazer y Ron Howard. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Salvatore Totino. Montaje: Dan Hanley y Mike Hill. Diseño de producción: Michael Corenblith. Vestuario: Daniel Orlandi. Estreno en España: 6 Febrero 2009. |
SINOPSIS
En los tres años siguientes a verse obligado a dejar la Casa Blanca, Nixon pemaneció en silencio. Sin embargo, en el verano de 1977, el astuto y frío expresidente aceptó conceder una única entrevista y contestar a preguntas acerca de su mandato y del escándalo Watergate que acabó con su presidencia. Nixon sorprendió a todos al escoger a David Frost como confesor televisivo, seguro de que podría con el alegre presentador británico y se ganaría los corazones y las mentes de los estadounidenses. En cuanto empezaron a rodar, la batalla comenzó.
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CRÍTICAS
Basada en una obra teatral del propio Peter Morgan, la película recrea la génesis, preparación y ejecución de la serie de entrevistas que el showman David Frost realizó al ya entonces, 1977, expresidente Richard Nixon. Estas entrevistas, con más de 45 millones de espectadores, se convirtieron en el programa informativo más visto de su televisión.
Morgan, un guionista ya labrado en personajes de la historia reciente (“La reina”, “El último rey de Escocia”), habló con David Frost y con otras personas implicadas en los hechos para la elaboración de su obra teatral y posterior libreto cinematográfico. En su intención está el mostrar el sucecido como si fuera un enfrentamiento en el ring y, al mismo tiempo, como un reto personal de ambos profesionales de dos ámbitos cada vez más relacionados: la política y el mundo del espectáculo televisivo. Esta interrelación es uno de los temas que también aborda la película, pues evidencia en varios momentos cómo un segundo de televisión puede trivializar y echar al traste una carrera o un sólido argumento intelectual.
Además de esta crítica bien labrada al poder mediático, a la par que a la corrupción política, el film también tiene el acierto de denunciar la distorsión de los fines periodísticos cuando se mercantilizan: Frost huele la potencial audiencia millonaria de un cara a cara con un Nixon ya caído, así como su sustancial y consecuente ganacia económica. Aunque esta práctica, comparada con la actual comercialización de nuestras televisiones con entrevistados de poca monta e incluso ladrones sentenciados, parece un juego de niños.
Paralelo a todo esto transcurre el discurso que potencia la película: el reto dialéctico y personal de ambos. Este desafío, como ya es habitual en la filmografía de Ron Howard, se ofrece al espectador en un guión lleno de tensión, no sólo personal, sino también histórica. Están en juego sus carreras, sus vidas y también otros aspectos, por ejemplaridad, de la vida política y social americana y, por extensión, mundial. Y es que Howard parece tener especial aprecio por los hechos reales (“Apollo 13”, “Una mente maravillosa”, “Cinderella man”) en perfecta interacción dramática con las tramas personales. Lo universal y lo particular se mezclan, en este peculiar duelo, de un modo curioso, como curiosa es la conexión entre ambos protagonistas: mientras Nixon carece y ansía el don de gentes, Frost –un relaciones públicas nato- adolece del aprecio y aceptación del mundo intelectual.
Como aspecto destacable del estilo narrativo queda la estructura salpicada de supuestos testimonios de los hechos, interpretados por los mismos actores. Sus comentarios sobre el pasado no conectan con flashbacks, como sí sucede en la película de Orson Welles, “Ciudadano Kane”, en la que puede haberse inspirado esta estrategia. Con todo, ese intento de reconstruir la memoria –que tan perfectamente ilustró el film del famoso “Rosebud”- le da un aire documental que tambien busca la inquieta realización de Howard.
En defintiva, una propuesta entretenida e interesante para acercarse a un hecho de nuestra historia reciente.
[Jerónimo José Martín, La Gaceta]
En los últimos años, el dramaturgo y guionista londinense Peter Morgan ha ofrecido profundas reflexiones sobre las luces y sombras del poder político a través de títulos como The Queen —sobre la reina Isabel II y Tony Blair—, El último rey de Escocia —sobre el dictador ugandés Idi Amín Dadá— o Las hermanas Bolena, sobre Ana y María Bolena y sus relaciones con el rey Enrique VIII. Ahora se luce de nuevo en El desafío: Frost contra Nixon, afilado drama sobre el discutido presidente de Estados Unidos, el único por el momento que dimitió en pleno mandato. Primero triunfó la versión teatral en Londres y Broadway, y ahora triunfa también su adaptación fílmica, protagonizada por los mismos actores que la interpretaron en los escenarios.
La película describe pormenorizadamente la mítica entrevista en tres sesiones que el periodista británico David Frost —famoso por sus frívolos shows televisivos— realizó a Richard Nixon en 1977, tres años después de su dimisión. El objetivo del ex presidente era limpiar su deteriorada imagen pública, para poder volver a la política, y de paso embolsarse los 600.000 dólares que le ofreció Frost. Por su parte, el showman intentaba elevar su prestigio profesional arrancando a Nixon un reconocimiento explícito de su implicación en el escándalo Watergate y una petición pública de perdón. Para lograr esos fines, uno y otro se rodearon de asesores de primera categoría. Más de 45 millones de telespectadores fueron testigos de ese electrizante duelo mediático.
Tras el fiasco de El Código Da Vinci, Ron Howard confirma en esta película dos cualidades que sí mostró en películas como Un mente maravillosa o Cinderella Man. Por un lado, sus dotes sobresalientes para la dirección de actores, que aquí alcanzan su cénit en el duelo memorable entre Frank Langella y Michael Sheen. Por otra parte, Howard confirma también su versatilidad a la hora de adecuar la puesta en escena al tono de cada película. Aquí imita el estilo tenso e introspectivo de filmes como Quiz Show, de Robert Redford; El dilema, de Michael Mann, o Buenas noches, y buena suerte, de George Clooney, y lo aplica a una inteligente estructura de falso reportaje televisivo, que le permite dosificar hábilmente la intriga del desenlace mientras desvela poco a poco los dramas íntimos de los personajes. Todo ello, magistralmente subrayado por banda sonora de Hans Zimmer, que vuelve a demostrar que es uno de los grandes compositores de cine.
Una gran película, por tanto, no muy original ni por dentro ni por fuera, pero cuidada al máximo en todos sus detalles, profunda y equilibrada en su planteamiento de fondo, y digna candidata a cinco Oscar 2008: mejor película, director, actor (Frank Langella), guión adaptado y montaje.
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