Dirección y guión: Christophe Barratier. Países: Francia, Alemania y República Checa. Año: 2008. Duración: 105 min. Género: Drama, comedia. Interpretación: Gérard Jugnot, Clovis Cornillac, Kad Merad, Nora Arnezeder, Pierre Richard, Bernard-Pierre Donnadieu, Maxence Perrin, François Morel, Élisabeth Vitali, Eric Naggar, Eric Prat. Producción: Jacques Perrin y Nicolas Mauvernay. Música: Reinhardt Wagner. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Yves Deschamps. Diseño de producción: Jean Rabasse. Vestuario: Carine Sarfati. Estreno en España: 8 Abril 2009. |
SINOPSIS
Primavera de 1936; en un distrito de clase obrera en el norte de París está el teatro Chansonia. El cierre del Chansonia deja a Pigoil Milou y Jacky en el paro. Con el apoyo de los vecinos, los tres amigos deciden tomar las riendas de su propio destino: intentan forzar su suerte y ocupar el Chansonia para producir el musical de éxito que les permita comprar el local. Cada uno de ellos tiene sus propios motivos para embarcarse en este proyecto, pero todos comparten una misma meta: poner nuevamente en orden sus vidas. Sin embargo, la empresa no va a ser fácil.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, La Gaceta]
El éxito mundial de Los chicos del coro desbordó las expectativas de todos, incluido su director, el francés Christophe Barratier. Y eso que este guitarrista clásico metido a cineasta ya había saboreado las mieles del triunfo en su premiado cortometraje Les Tombales (2001) —basado en la novela de Maupassant— y en sus colaboraciones con Jacques Perrin como productor de las películas Les enfants de Lumière, Microcosmos, Himalaya y Nómadas del viento. Ahora, Barratier se ha puesto de nuevo tras la cámara en París, París, un sentido homenaje al music-hall, que también ha gozado de una notable acogida en Francia.
La acción se desarrolla en el París de 1936, concretamente en el popular barrio obrero de Faubourg, al norte de la ciudad. Su corazón es el Chansonia, un modesto teatro de variedades en el centro de una pequeña plaza. Acaba de ganar las elecciones el Frente Popular, y la gente anda entusiasmada y esperanzada, sobre todo con la prometida Ley de vacaciones pagadas. Pero no todos son alegrías. El Chansonia lleva cuatro meses cerrado, y parece que la cosa va para largo. Hasta que en mayo, tres de sus trabajadores deciden reabrirlo y ponerlo de nuevo en funcionamiento, con la ayuda de todos los vecinos y finalmente con el beneplácito del dueño, Galapiat, un empresario mafioso y afín al partido pro-nazi. La idea de estos cómicos es montar un gran musical y, de paso, arreglar sus propias vidas, que se han torcido por diversos motivos.
Por ejemplo, Pigoil lleva tiempo ahogando en alcohol la infidelidad de su esposa, su posterior marcha con otro hombre y la pérdida de la custodia de su hijo, Jojo, un niño con grandes dotes para el acordeón, con el se saca un dinero en las calles. También se apunta a la aventura el mediocre humorista Jacky que, con tal de triunfar, tontea con los fascistas; y la guapa Douce, una joven cantante con gran talento, de la que Galapiat se encariña. Pero a Douce le gusta Milou, un militante comunista, que también trabaja en el Chansonia. Este cóctel de amores, desamores y política generará tensiones de todo tipo.
Como en Los chicos del coro, Barratier describe aquí los dramas que generan los amores imposibles y la paternidad y la filiación heridas. Pero esta vez centra más bien su mirada en la dramática lucha del artista por realizar su arte, a veces pagando un precio muy alto y siempre angustiado por el eterno conflicto entre la autorrealización y el bien común, no siempre compatibles, al menos en apariencia. El director francés no profundiza demasiado en ninguno de estos temas, pues mantiene esa ligereza folletinesca y un tanto amoral del propio teatro de variedades al que rinde homenaje. Sin embargo, se gana de nuevo al espectador con un amable tono tragicómico, sólo roto en varios detalles exhibicionistas muy tontos y en alguna secuencia más violenta, en la Barratier extrema demasiado el retrato de los fascistas franceses, ya de por sí bastante caricaturesco.
En todo caso, las interpretaciones logran esa cautivadora calidez de las clásicas fábulas morales, y Barratier desarrolla una brillante puesta en escena, igual de sugerente en los intensos pasajes intimistas que en las poderosas coreografías musicales, alguna de ellas muy compleja desde el punto de vista técnico. En este sentido, se agradece su tendencia a poner en cada secuencia toda la carne en el asador, aunque a veces eso le lleve a algún exceso melodramático o cómico. Al fin y al cabo, esa opción suele asegurar al espectador una sonrisa continua, aderezada con unas cuantas carcajadas y otras cuantas emociones intensas.
El espectáculo debe continuar
París, 1936. El Chansonia, un teatro que ofrece espectáculos de variedades, cierra después de que las presiones de Galapiat, dueño del local, hayan empujado al suicidio al empresario que lo explotaba. Es una desgracia más para Pigoil, que trabajaba allí, y que se suma a la infidelidad y posterior abandono de su esposa, cantante sobre las tablas. Viene, pues, el paro, el consuelo en el alcohol y, lo peor, que pasados unos meses le quitan la custodia de su amado hijo Jojo, pues la esposa, aunque dejó el hogar, ha conseguido una posición estable con un nuevo marido.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones y la agitación social, más su propia situación personal, llevan a Pigoil a lanzarse a la aventura de reabrir el Chansonia en una especie de cooperativa, donde cuenta con la aquiescencia del propietario, un tipo de costumbres gangsteriles, pero que quiere darse un lavado de imagen y figurar como alguien magnánimo. Así que junto a antiguos compañeros como el humorista Jacky, Pigoil empieza a reclutar talentos en potencia, entre los que destaca la bella Douce, a la que Galapiat ha tomado bajo su protección con el deseo de hacerle suya. Sin embargo a ella le gusta mucho más Milou, un activista político que trabaja también en el teatro.
Lo tenía difícil el guionista y director francés Christophe Barratier después de haber cautivado a medio mundo con Los chicos del coro. Curiosamente, el cineasta ha escogido una trama con aires de folletín, la vida es dura, ya se sabe, donde también tiene gran importancia la música; y repite con actores del citado film, como Gérard Jugnot, Kad Merad e incluso el niño Maxence Perrin, aunque con composiciones que tratan de mostrarles en registros diferentes. Y sí, pesa el deseo de no defraudar, de entregar una historia humana y entrañable, pero que no sea más de lo mismo, que se marquen las distancias.
Comparaciones odiosas aparte, se puede decir que éste es un film de tintes dickensianos con un apabullante diseño de producción, agradable de ver, aunque un pelín maniqueo y simplista. Están bien los números musicales, el homenaje a los cómicos y al género cinematográfico musical, y se agradece el despliegue de buenos sentimientos. Pero chirría algo ese contraste tan marcado y sin matices entre la buena gente sencilla y trabajadora, que lucha por sus derechos y la supervivencia, y la burguesía acomodada de corte fascista, que trata de perpetuar sus privilegios a costa de los más débiles. La concepción del film para despertar sonrisas y lágrimas parece haber empujado a Barretier a un contrapunto, para no ser acusado de blandengue, lo que le lleva a incluir un momento de dureza, la muerte de un inocente por culpa de los poderosos de siempre.
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Busco contactar con Christophe Barratier para proponerle un guión fantástico sobre mi novela El corazón del pequeño Rey, Luís XVII. Ficción, fantasía, magia, drama, tensión y lucha por los Derechos de los Niños. Encaja a la perfección con el tipo de pelis que suele realizar y ésta sería sensacional. Espero ayuda y respuesta. Gracias, Carol
Lo siento, este no es el medio para eso..